Ir al contenido principal

El otro, ese desconocido

Solemos interpretar los actos de las personas en función de cómo nos afectan (esta sería la perspectiva egocéntrica) o bien atribuyéndoles determinadas intenciones (que pueden no estar relacionadas con nosotros). En general nos interesa más la primera panorámica que la segunda, aunque ambas nos incumben. Pero lo cierto es que ni una ni otra, aun acertando en sus conclusiones, son las estrategias más adecuadas.


Y no lo son por lo siguiente. La perspectiva egocéntrica tiende a sobreestimar nuestra importancia como estímulos motivadores en el mundo mental del otro. «Los demás pierden mucho menos tiempo pensando en nosotros que el que perdemos nosotros», nos recuerda, con certera lucidez, Bertrand Russell. Muchas veces, la pregunta «¿Qué le habré hecho?» debería ser sustituida por «¿Qué estará buscando con eso?» 

Por lo que respecta a la atribución de intenciones, todos solemos considerarnos unos maestros en descifrar los motivos ajenos y en prever su comportamiento, cuando resulta que nos equivocamos continuamente al descifrarnos a nosotros mismos. No podemos evitar formular hipótesis sobre los pensamientos, los sentimientos y las conductas de la gente, pero deberíamos hacerlo siempre con cautela, presuponiendo que es probable que, por mucho que creamos conocerlos, nos equivoquemos a menudo. La maraña motivacional de cada persona es demasiado intrincada, nosotros sabemos poco y además tendemos a proyectar en los otros nuestras propias fijaciones. Es probable, por lo tanto, que nuestras interpretaciones resulten parciales, sesgadas y simplistas: al menos, hay que contemplarlo como una posibilidad. 
¿Cuál es, entonces, la manera más acertada de acercarse a la comprensión del otro? Para empezar, la que es consciente de sus limitaciones y no espera demasiado de sí misma; la que mantiene siempre la prudencia, la discreción y la delicadeza; la que antepone la dignidad y el respeto a sus propias conclusiones. Hay que atenerse a que en cada persona bulle un universo infinito e inabarcable, repleto de enigmas y zonas de sombra; cada prójimo, ahí donde lo vemos, es un ente poliédrico y cambiante del que nunca podremos descifrar, con suerte, más que una pequeña parte. 

Partiendo de esas reticencias, contamos con algunos factores a nuestro favor. En primer lugar, los animales humanos tenemos muchas cosas en común, así que tampoco hay que desdeñar las pistas que nos dé el ponernos en el lugar del otro y establecer paralelismos. Por otra parte, a pesar de nuestra complejidad (el cómo), las líneas fundamentales de la motivación humana (el qué) son relativamente simples: todos queremos que nos quieran, todos aspiramos a medrar, como decía Spinoza; todos nos movemos en la incertidumbre, todos tenemos miedo a morir. Tal vez, a pesar del abismo que nos separa, no residamos tan lejos del prójimo. 
En cualquier caso, a la hora de juzgar, quizá lo más conveniente sea tener en cuenta lo que vemos, más que lo que imaginamos. Los actos nos construyen, y trazan el perfil más consistente de lo que somos. «Por sus hechos los conoceréis»; y, más que los hechos en sí, lo que nos acerca a las motivaciones son sus consecuencias. Aunque no entienda por qué una persona ha actuado de esa determinada manera, puedo preguntar: ¿Adónde le lleva? Seguramente, eso me acercará a ella con mayor acierto que las más sesudas elucubraciones. 

Pero incluso así, y por más que creamos acertar, nos conviene recordar que —afortunadamente— la gente siempre será mucho más que la idea que podamos hacernos de ella.

Comentarios

  1. Ojalá todo el mundo tuviera en cuenta esta reflexión, querido amigo.
    Eso solucionaría muchos desencuentros.
    Aprendí de un buen amigo mío una frase que lo engloba de manera magistral: "En asuntos humanos, la probabilidad es la máxima aproximación a la que podemos aspirar en el conocimiento".
    ¡¡Toma cita!! Genial.

    A veces me digo a mí mismo: "Si puedo estar bien, ¿por qué voy a estar mal?. Y también me funciona.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Probabilidad, sí... Y mucha cautela. Esa tensión entre lo que necesito saber del otro y lo que nunca sabré a ciencia cierta es una de las claves de las relaciones humanas que siempre me ha fascinado más... En cierto modo, escribe la historia de nuestra vida. Como siempre, celebro compartir contigo estas reflexiones. Gracias por estar ahí.

      Eliminar
  2. Tu artículo es sabiduría. Enhorabuena.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Anímate

Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con...

Destacar

Todos anhelamos ser vistos, ocupar un sitio entre los otros. Procuramos ganar esa visibilidad mediante múltiples apaños: desde el acicalamiento que realza una imagen atractiva hasta hacer gala de pericia o de saber. Claro que la aspiración a no quedarse atrás tensa las costuras del lienzo social, y a veces cuesta el precio de una abierta competencia. Hay quien no se conforma con un hueco entre el montón y pretende ser más visto que los otros. Hay una satisfacción profunda en ese reconocimiento que nos eleva por encima de la multitud, una ilusión de calidad superior que apuntala la autoestima y complace el narcisismo. Sin embargo, nuestros sentimientos ante el hecho de destacar son ambiguos, y con razón: sabemos que elevar el prestigio sobre la medianía suele comportar un precio en esfuerzo y conflicto.  La masa presiona a la uniformidad, y suele sancionar tanto al que se escurre por debajo como al que despunta por encima. Desde el punto de vista de la estabilidad de la tribu, tien...

Defensa de la nostalgia

Un supuesto filósofo, de cuyo nombre no quiero acordarme, sermonea por la radio nada menos que este lema: «La nostalgia es una irresponsabilidad». Desde su pedestal, a este predicador solo le ha faltado decretar la hoguera para los reos de melancolía. Y, como puntilla de su hibris , añade: «Un filósofo tiene que ser tajante, no puede quedarse en medias tintas». Dudo que los dicterios de este riguroso moralista tengan la menor veta de filosofía. Porque si algo caracteriza al pensador honesto es la duda y el matiz. Precisamente la complejidad de las medias tintas. Para sentencias terminantes ya tenemos la fácil temeridad de la ignorancia. En la convicción inamovible se está muy bien: la lucidez empieza en el cuestionamiento, y por eso resulta incómoda y aguafiestas.  Así que yo me permito pasar los axiomas de este señor por el cedazo de mis interrogantes. Ciertamente, la nostalgia es una tristeza, y eso bastó para que Spinoza y Nietzsche la rechazaran. El budismo tampoco la acogería...

La tensión moral

La moral, el esfuerzo por distinguir lo adecuado de lo infame, no es un asunto cómodo. Y no lo es, en primer término, porque nos interpela y nos implica directamente. Afirmar que algo es bueno conlleva el compromiso de defenderlo; del mismo modo que no se puede señalar el mal sin pelear luego contra él. Como decía Camus, «para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción». Debido a ello, la moral se experimenta, irremediablemente, en forma de tensión. Es pura cuestión de dialéctica: desde el momento en que se elige algo y se rechaza otra cosa, lo elegido se enfrenta a la resistencia del mundo, y lo rechazado se le opone en forma de insistencia. No es nada personal: lo que queremos se nos resiste simplemente porque lo perseguimos, y basta con pretender descartar algo para que nos lo encontremos por todas partes, vale decir, para que nos persiga.  Al elegir, lo primero que estamos haciendo es implantar en la vida una dimensión de dificultad, «que empieza ...

Conversación

Los espartanos consideraban que se habla demasiado, y por eso, antes de abrir la boca, procuraban asegurarse de que lo que iban a decir valía la pena, aportaría algo nuevo y no haría a nadie un daño innecesario. Debían ser un pueblo muy silencioso, y su gusto por la brevedad explica que hayamos incorporado su gentilicio «lacónico» como sinónimo de concisión. Es cierto que solemos hablar de más, pero hacerlo tiene un sentido social que escapa a la austeridad de aquel pueblo de adustos guerreros. Por paradójico que parezca, normalmente no conversamos para transmitir información. Necesitamos hablar porque es nuestra manera de encontrarnos, de estar juntos, de sentirnos unidos. Cierto que lo que nos entrelaza es frágil: meros mensajes, a menudo banales, muchas veces inapropiados. Sin embargo, por frágil que sea, cumple su función primordial de vínculo. Además, hay que respetar las palabras, incluso las más triviales, porque el verbo es más fuerte que nosotros, porque nos trasciende y nos ...