Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con
La reflexión es el taller del pensamiento, minucioso y metódico, manufactura de la lógica diseñándole al mundo mecanismos. El pensamiento inventa órdenes al caos, y sonríe viendo girar los engranajes. No en vano somos exploradores de sentido, es decir, artífices de congruencia. Organizarlo en una articulación armónica, en las tramas musicales de una gestalt , nos hace sentirnos más seguros: no podríamos soportar un universo nebular de pura incertidumbre, en el cual no vislumbráramos un cierto grado de previsibilidad. Es cierto que nuestro intento siempre resultará provisional: las ideas, de apariencia tan pulcra, esconden una esencia tornadiza. El mundo siempre se reserva un as inesperado en la manga. Preferiríamos que las cosas se ciñeran al concepto que tenemos de ellas, porque eso las haría más simples. Sin embargo, los fenómenos se deshilachan por los flecos, la realidad se burla de la mejor teoría, y nos recuerda que el estado natural del conocimiento es la perplejidad. No existe