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A veces las cosas van mal

Carl Jung habló de sincronicidades para referirse a coincidencias significativas, confluencias azarosas de acontecimientos lógicamente inconexos entre los cuales, sin embargo, el individuo siente o intuye una relación. Pienso en alguien y al momento lo veo pasar por la calle: aunque haya tenido ese mismo pensamiento otras mil veces sin que sucediera nada, este hecho aislado me resulta insólito y capta mi atención.


El hecho de que mi pensamiento y su brusca materialización coincidan en el tiempo se convierte a mis ojos en fenómeno, en un conjunto significativo. La sincronicidad es eso: una conexión simbólica entre acontecimientos, y constituye el punto de partida de creencias como la magia, el animismo o la superstición, experiencias que se pueden rastrear en todas las culturas y que siguen más arraigadas entre nosotros de lo que solemos admitir. 

Según nos relatan los antropólogos, las culturas polinesias hablaban del mana, una energía sobrenatural que regía las relaciones entre personas, animales y objetos. Todo lo existente estaba ungido de mana, de esa fuerza oculta y sutil que, manifestándose en forma de atracción o repulsión, se quería ver detrás del curso de las cosas. Un buen mana da lugar a una cacería exitosa, un mal mana hace que tropecemos con una piedra y acabemos heridos. Hay rituales que resguardan del mana perjudicial, que a menudo se atribuye a entidades incorpóreas o a los propios objetos, en los que el animismo proyecta los sentimientos y las intenciones humanas. Así, el bien y el mal se exteriorizan y se conciben como energías objetivas, en lugar de tratarse, simplemente, de nuestros sueños sobre el mundo. 
Los símbolos son útiles. Hacen de la vida, en el fondo tan pedestre, un fascinante trasiego repleto de voluntades y fuerzas entrecruzadas. Salen al paso de la incertidumbre y nos sirven para explicar lo que parece —y en el fondo sabemos— inexplicable. Tal vez debido a ese poder tranquilizador de los símbolos seamos tan propensos a confundirlos con la realidad. 
Es evidente que la coincidencia de mi pensamiento y el paso de esa persona no obedece más que a una mera casualidad, pero el cerebro prefiere siempre una causalidad, por inverosímil que resulte. En Occidente hablamos de buena o mala suerte con un sentido muy similar, como si la suerte —la fortuna que hace pocos siglos aún se identificaba con una rueda que mueve el mundo en su giro impredecible— tuviese el poder de moldear nuestros destinos. 

Hoy he padecido el mal mana de un ordenador que se ha estropeado justo en el momento en que más lo necesitaba, impidiéndome participar en una videoconferencia precisamente cuando me tocaba intervenir a mí. El humillante suceso me ha despertado mucha rabia. Todo funcionaba perfectamente antes de mi turno, y, para mayor fastidio, ha vuelto a funcionar después. La fantasía recela una mala intención en el dichoso aparato. Pensar que ese ordenador tenía un mal mana es un modo imaginativo de aliviar mi rabia, aunque sería mucho más lúcido encogerse de hombros, como vi una vez hacer a un conocido ante un contratiempo parecido, y suspirar estoicamente: «Bueno, ¡a veces las cosas van mal!». 
Este hombre fue, por unos instantes, mi maestro. La razón nos deja a solas con el dolor, pero tiene el coraje de mirarlo de cara en lugar de arroparlo con ilusiones. Así que, esforzándome por ser buen discípulo de mi amigo, miro el funesto cacharro y me repito lo mismo: qué le vamos a hacer, a veces las cosas van mal. Y me consuelo un poco, aunque, cuando no mire nadie, pienso vengarme tirando el pérfido trasto a la basura. 

Comentarios

  1. Oooh...qué mala suerte!!...bueno, qué mal mana...imagino tu rabia y me genera rabia a mí también.

    Cuando falla la informática, a mí también me provoca ira...siempre acabo exclamando: "¿Esto es el progreso?"

    Aún te lo has tomado bien.
    Solo te sugiero que compres otro antes de tirar ese a la basura; aun destartalado, es mejor que nada...
    A ser posible, más moderno...la informática avanza casi a la velocidad de la luz...

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    Respuestas
    1. Gracias por tu solidaridad. En realidad, la anécdota sucedió ya hace algún tiempo, y desde entonces parece que el mana del ordenador ha mejorado y con él nuestra relación. Ahora el problema lo tengo con la vecina (a la que no puedo tirar a la basura). Y es que, como decía mi maestro ocasional, a veces las cosas van mal. ;)

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  2. Sí, las vecinas (o vecinos) parece que no progresan, se han quedado estancados en el tiempo...
    Me pregunto: "Si se pudiesen tirar a la basura, ¿irían el orgánico no?".

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