Hacemos demasiado, hablamos demasiado. Con tanto ruido espantamos a la lucidez, que es ante todo silencio. Un silencio expectante, cargado de presencia. Un silencio abierto al rumor de los oleajes de la existencia, rompiendo en nuestras orillas. «Si las ejecutamos conscientemente, todas nuestras acciones son poesías o cuadros», dice Thich Nhat Hanh.
La vida pasa ante nuestros ojos y no la vemos porque estamos buscándola. Pedir nos condena a la carencia: el que tiene no pide. No hay más mundo que el que se extiende justamente aquí, delante de tus ojos. Como nos recuerda Marco Aurelio: «Recuerda que sólo se vive el presente, este instante fugaz... Pequeño es el rincón donde se vive.»
Estamos ansiosos por saber, pero quien sabe observar tal vez no precise pensar tanto. Los orientales lo aseveran desde tiempos inmemoriales, y han hecho de ello una propuesta de vida y una divisa de redención: toda la sabiduría necesaria se resume en permanecer atento. Descender de las calimas de la mente para cultivar una atención minuciosa como un orfebre, aguda como un cirujano y entusiasta como un devoto.
La filosofía cae a menudo en una cháchara saturada de ego. Tomo nota, por la parte que me toca. Aunque, parafraseando a Anthony de Mello, también se puede escribir como canta el pájaro: más que por pensar, por asomarse al paisaje del pensamiento. Y eso tiene su valor, aunque no resulte tan sabio como un viejo roble ni tan gracioso como una flor.
La atención activa es lo que labra, serena y febril, la disciplina de la meditación. Una atención que embargue, que traspase, que se filtre hasta confundir el observador con lo observado. A eso se entregan ciertos poetas y las cuadrillas de viejos en los bancos. Mirar, en primera fila y sin perder detalle, el espectáculo del mundo que desfila ante uno; o, mejor: que fluye con uno dentro. Disponemos de pocas explicaciones definitivas, pero quizá no le hagan falta a quien ha aprendido a estar, que es observar con todo el cuerpo.
Ver es entender, como seguramente sabía Heráclito mientras contemplaba los fugaces remolinos en el agua. Como quizá también supo Montaigne, encerrado en su torre de Aquitania, trazando a vuelapluma el curso de sus ocurrencias. Y qué decir de esos incansables coleccionistas de estampas que fueron Josep Pla y Camilo José Cela: ambos se afanaban en poner por escrito la corriente de lo que pasaba a su alrededor, dando testimonio de los detalles más nimios, regocijándose en la candorosa alegría de los sucesos desnudos.
Lo importante no es lo que se hace, sino poner en ello la presencia. El ser se compone con el estar, y solo en ese estar encuentra un atisbo de sentido. La vida pregunta por nosotros en cada uno de sus rincones, y hay una extraña felicidad, fresca y reconfortante, en contestarle: Aquí, estoy aquí. De Mello lo refleja en un breve cuento zen, tan contundente como una bofetada: «Después de diez años de práctica, el discípulo, orgulloso, fue a visitar a su maestro. El maestro le preguntó: ¿Dónde has dejado el paraguas, a la derecha o a la izquierda de los chanclos? El discípulo no supo qué contestar, y decidió entregarse a diez años más de práctica.»
Así que, si quieres vivir, mira; si quieres saber, mira. La plenitud está en una pequeña hierba que asoma entre las piedras, en una brizna que danza con el viento, en una canción lejana, en una puerta que se abre, en una tarde que se desliza por el horizonte, en la voz de un viejo amigo al teléfono, en la vida secreta de un hijo leída en sus ojos... Se puede querer más, pero no creo que se pueda tener más.
El proceso de rehabilitación de Proyecto Hombre (la mejor institución, de largo, para esos cometidos) basa la recuperación de la mente enferma en la atención plena. Así es.
ResponderEliminarGenial artículo, y muy certero.
Tengo que insistirme en la mera atención. Demasiada tendencia a elucubrar, jeje.
EliminarCreo que el budismo propone una vía hacia la paz mental que usa el pensamiento para liberarse del pensamiento. A veces me consuelo en la confianza de estar andando en esa dirección.
Añado a mi comentario anterior: resulta paradójico, pero tiene sentido.
EliminarEs un tira y afloja, entre los pensamientos que no cesan y conseguir dejar que pasen sin que incordien....jejeje
ResponderEliminarRecuerdo que cuando era joven buscábamos excusas para no estudiar y una de ellas era que a las personas con menos estudios, se las vé más felices....jejeje
Desde luego, algo de cierto había. A veces es mejor no saber...jejeje
Estoy de acuerdo. Pero queremos saber, y una vez se empieza ya no se puede volver atrás. Es aquello del árbol de la ciencia: la ignorancia es un paraíso del que fuimos definitivamente expulsados. Solo nos queda seguir hacia delante.
EliminarY aquí estamos, intentando saber...
Sí, supongo que podemos escoger qué saber y qué no...jejeje
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