Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere.
Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con él, de empujarlo en determinadas direcciones. En ese territorio difuso, en esa bruma donde todo se mezcla y se rompen las leyes de la lógica, la sugestión llega más lejos que la rígida razón. Como decía Spinoza, una afección solo puede ser cambiada por otra afección.
Por el contrario, la mayoría de los psicólogos académicos siguen obcecados en el viejo racionalismo que subordina las emociones a los pensamientos. Es la misma convicción que predomina en la psicología popular, tan impregnada de los axiomas que, entre lo místico y lo pragmático, ha ido consolidando la New Age. Cambia la forma de pensar sobre una cosa y cambiarán los sentimientos que te inspira. Esto funciona solo cuando la emoción es relativamente superficial. Si está muy arraigada o muy encendida (porque la emoción se parece más al caos arrollador de un incendio que a la ordenada pizarra de un conferenciante) no suele atender a razones.
La emoción no quiere pensar, quiere emocionarse. Afección con afección: el miedo con el orgullo, la rabia con el amor. Pero, ¿cómo hacer valer el orgullo y el amor, si no responden a la voluntad? Del mismo modo que las palabras de los padres tranquilizan al niño no por lo que dicen, sino porque las dicen ellos: a través de la sugestión. Uno tiene que convertirse en el propio especialista en autosugestión. Aprendamos de aquellos expertos que eran los brujos y chamanes: un ritual, un conjuro, una imagen, cualquier cosa que convoque la fuerza interior y la enfoque en una dirección puede transformar de repente el panorama, y animar profundos cómplices dormidos. En realidad, no tiene nada de mágico o espiritual, es solo tocar las teclas para que salga música.
Más eficaz aún parece el recurso a la acción. Los actos mantienen un vínculo con las emociones más estrecho que los pensamientos, porque también tienen que ver con el movimiento. Y es un vínculo bidireccional: del mismo modo que resulta imposible sentirse abatido bailando, es probable que uno no pueda sentirse infeliz mientras ríe, o enojado mientras echa una mano. La psique quiere ser coherente.
Los budistas hablan de «generar entusiasmo», por ejemplo para la compasión, la bodichita. Si quieres amar, empieza por comportarte como si amaras. ¿Quién no ha experimentado alguna vez que, al hacer lo temido, resultaba no ser para tanto? Saint-Exupéry sostenía que el miedo solo se siente antes de actuar: al ponernos en marcha, desaparece. El desanimado «ha perdido el alma»: démosle una ocupación. A menudo se empieza con reticencia y uno encuentra el disfrute por el camino.
Sí, es verdad, yo recuerdo cuando tocábamos en directo con mi grupo de rock, que el miedo escénico no mejoraba con la experiencia, sino que se diluía cuando empezábamos a tocar...
ResponderEliminarY los deportistas de élite, antes de un partido importante suelen coincidir en decir: "Estoy deseando que empiece para que se calmen los nervios".
ResponderEliminarCurioso...
Conozco a personas deprimidas que solo se lamentan mientras están quietas, y en cambio, mientras actúan, rinden como el que más. Eso me hace preguntarme si la depresión no será consecuencia de la inmovilidad, y no al revés, como solemos creer. Dicen que en las guerras no hay depresivos.
EliminarEsto me recuerda también una reflexión enigmática y asombrosa del filósofo francés Jankélévitch: «el miedo es una tentación de la facilidad». Quizá el coraje solo sea un temor que no se resigna. Como decía Machado, «se hace camino al andar».
Interesante reflexión sobre la depresión.
ResponderEliminarAl hilo de ella, haciendo zaping un día, me encuentro una escena entre Clive Owen y Jude Law, en la que están hablando sobre la infelicidad de una chica que, al parecer, padece depresión. Y Owen comenta: "Las personas depresivas no pueden ser felices. Se sienten infelices porque eso les da la excusa para seguir deprimidos. Si se sintieran felices tendrían que salir al mundo y vivir, y eso les genera miedo".
Un terapeuta muy bueno que conozco sostiene que el sentimiento contrario a la felicidad no es la infelicidad, sino el miedo. Eso confirmaría las palabras de Owen.
En mi humilde opinión, la depresión, como la adicción o la felicidad, son estados mentales a los qye se accede mediante un bucle sin salida : Soy infeliz porque estoy depresivo y estoy depresivo porque soy infeliz.
La salida de ese estado se produce cambiando el comportamiento.
Tema muy interesante del que seguimos aprendiendo cosas nuevas.
Muy interesante esa conversación de Owen y Law, ¿sabes a qué película pertenece? Por supuesto, estoy totalmente de acuerdo, como también secundo la opinión de ese terapeuta que citas. El miedo es el que nos instala en esos bucles de los que hablas. Y la salida, en efecto, no puede ser otra que cambiar el comportamiento, porque el pensamiento te lleva siempre de regreso al bucle. Magnífica acotación, amigo, muchas gracias.
EliminarDonde he dicho "estados mentales", quería decir "estados de conciencia". Perdón.
ResponderEliminarEstados de consciencia.
ResponderEliminarPerdón definitivo...jeje
La película es "Closer" de Mike Nichols, del año 2004.
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