Una de las más desconcertantes singularidades de nuestra especie ha sido alcanzar una estrecha y sofisticada socialización partiendo de una recalcitrante tendencia a la agresividad.
El enigma de esta paradójica evolución simultánea de dos tendencias contrapuestas ha escamado a sociólogos y antropólogos, que en sus formulaciones más recientes sugieren la posibilidad de dos evoluciones paralelas, una en el plano individual (que premiaría a los violentos) y otra en el colectivo (que favorecería a los grupos capaces de trabar relaciones pacíficas en su seno). En definitiva, sentimos un intenso impulso, pero también contradictorio e inestable, tanto a combatir como a colaborar entre nosotros, y la dialéctica entre esas dos inclinaciones perfila las líneas maestras de cada biografía individual, del mismo modo que ha sido uno de los factores que han escrito nuestra Historia como especie.
¿Qué podemos pronosticar del conflicto entre esas dos poderosas tendencias? ¿Hacia qué lado cabe esperar que se incline más enérgicamente la balanza? ¿Estamos, como se ha dicho, condenados a autodestruirnos, o tenemos razones para la esperanza? Los científicos aseguran que a lo largo del tiempo nos hemos ido volviendo menos belicosos entre nosotros. Según dicen, hasta hace 500 años más del 15 % de las muertes aún eran fruto de la violencia; en cambio, desde hace un siglo el porcentaje se redujo al 0,01 % (200 veces menos de lo que cabría esperar). ¿Cómo lo hemos hecho? Tal vez al transferir el monopolio de la violencia a los poderes institucionales. Si esto es cierto, Hobbes tenía razón, y la clave de la pacificación está en la imposición del Estado, el providencial Leviatán.
Sin embargo, en una sociedad de clases, el Estado no es neutro en el uso de la violencia: la ejerce contra la mayoría en beneficio de una minoría, incluyendo las espantosas guerras en las que involucra a millones de personas. Así que esos poderes públicos, que supuestamente nos preservan de nuestra agresividad individual, acaban convirtiéndose en fuente de violencias a gran escala, mucho más destructivas. Esta es la tradicional denuncia de los anarquistas, quienes, por cierto, usaban la violencia contra el opresor Estado para acabar con él.
¿Quién tiene razón aquí? Todos y nadie. El futuro siempre es un continente misterioso por explorar. La tensión entre egoísmo y altruismo sigue intacta, y, por mucho que digan esos científicos tan optimistas, los avances de la ética son siempre frágiles e inciertos. Por una parte, se elogia, y con razón, la extensión de regímenes políticos de derecho en todo el mundo, y la habilitación de instituciones como la ONU que favorecen la resolución dialogada de los conflictos y el compromiso internacional con la paz. Pero la lucha de clases continúa, y en cierto modo se profundiza, sobre todo en la frontera Norte-Sur y entre potencias dominantes y aspirantes. Nunca fuimos tan razonables, pero el sueño de la razón sigue engendrando monstruos, y se diría que por cada pacifista surge un terrorista o algún otro tipo de fanático, como los nacionalistas (que sueñan con fundar su propio Leviatán, más cercano y familiar). Los arsenales militares siguen creciendo, las guerras no se atenúan, las diferencias sociales se polarizan y el capitalismo no solo campa a sus anchas por el mundo, sino que lo destroza impunemente y sin piedad.
Yo no sé si vamos hacia una sociedad más pacífica o hacia una debacle de violencia, pero no me gusta el mundo que les estamos dejando a nuestros hijos. Si algún día nuestra capacidad para la bondad y la justicia se impone a nuestra tendencia belicosa, será porque hemos trabajado duro para conseguirlo.
Importantísimo tema. Da mucho que pensar.
ResponderEliminarLamentablemente, no soy muy optimista respecto al futuro. Desde el momento en que el dinero sobrepasa en importancia a la propia persona, eso nos condena. El dinero es algo artificial, un invento humano, no creo que la evolución tenga nada que ver ahí. Y si le otorgamos el poder a algo que no es natural, lo veo condenado al desastre.
Creo que podemos conformarnos con que cada día se pueda resolver algún pequeño problema, "para ir tirando". Pero la dirección que ha tomado la humanidad como especie, la veo como un punto sin retorno. Es cuestión de tiempo.
También puedo estar equivocado, ojalá fuese así, y el hombre como individuo evolucione en una mejora de colaboración con los demás y bienestar conjunto. Estando el dinero por el medio, se me antoja muy difícil que eso ocurra.
Debería primar la palabra mágica: Respeto.
Por nosotros mismos y por los demás seres vivos.
Tienes razón en lo del dinero, aunque yo lo veo como un instrumento de poder, y el poder sí que me parece que es innato y ciego. Tiene su propia fuerza y su propia lógica, y esa lógica abstracta, descomunal, es la que acaba imponiéndose a los principios y la buena voluntad de los simples individuos. Así lo veía Marx, aunque él pensaba que al final el mero conflicto de clases, por desgarrador que resultase, acabaría en la justicia y la paz. De momento, la Historia no le da la razón.
EliminarY, sin embargo, hay que seguir intentándolo, no tenemos otra. Yo también soy pesimista con respecto al futuro, pero estoy decidido a llevarme la contraria.