Quizá resulte que, después de todo, Hobbes se pasó de desconfiado, y no somos, ni todos ni siempre, tan malas bestias como nos concibió en su pesadilla. Tampoco vamos a caer con Rousseau en la fantasía contraria, y soñarnos buenos por naturaleza, pero basta echar un vistazo a nuestros rebaños para comprobar lo dóciles y manejables que llegamos a ser mientras nos saben llevar.
A veces nos sacamos los dientes unos a otros, pero rara vez llega la sangre al río, y aún más raramente conspiramos contra la imposición de la costumbre, por injusta que nos parezca. Es lo que sacaba de quicio a Nietzsche: predominamos los temerosos y los conformistas, y a menudo hasta proclamamos «¡Vivan las cadenas!», mientras, agradecidos, apuramos nuestro plato de sopa. ¿No exageraba el inglés al dictar que se nos amarre con rigor para evitar que nos desgarremos mutuamente?
Marx ya apuntó que la lucha más enconada no es entre individuos, sino entre clases sociales, y tal vez aún más en el pulso de los poderosos, que compiten entre ellos sin cesar. La mayoría de la gente corriente tiende a comportarse de un modo prosocial, y no necesariamente porque venga a imponérselo el Leviatán que la gobierna, sino porque prefiere vivir tranquila y estar a buenas con sus paisanos.
Por duro y rudo que salga un hijo de vecino, seguro que prefiere echarse una siesta tranquilo a tener que mantenerse alerta porque no sabe de dónde le vendrán los tiros. Un enemigo, hasta el más insignificante, es como mínimo una moles-tia; dos enemigos ya son un problema. Así que, bueno o malo, todo el mundo sale beneficiado con el contrato social, que diría Rousseau. Al menos mientras se tiene la barriga llena y no falta agua en el botijo.
El Leviatán, como el dinosaurio del cuento, tiene que seguir ahí, no vayamos a pecar de ingenuos; pero solo para aplacar a quien le dé por traicionar el pacto. En realidad, si nos atenemos a lo que llevamos visto hasta ahora, los estados han sido los responsables de las peores guerras y las mayores iniquidades, y suelen hacerlo según los intereses de sus oligarquías. Las clases dominantes no dejan nunca de tantearse para ver si pueden ganarse la mano en sus manejos. ¿Sucederá, entonces, justo al revés de lo que decía Hobbes, y será precisamente el Leviatán el verdadero «lobo», el que debe ser vigilado de cerca por el hombre común? El «Estado de derecho» debería servir para eso.
El hombre se vuelve lobo para el hombre en circunstancias en las que hay que competir por bienes escasos y en las que la gente sufre una presión importante. Entonces sí que todo se pone patas arriba y pueden desatarse los más crudos desmanes. Muchas películas de desastres, y de eso que se ha dado en llamar distopía, han fantaseado todo tipo de conjeturas sobre el comportamiento de la gente en momentos difíciles, en general con muy poca confianza en el animal humano. Sin embargo, la experiencia nos enseña que, aunque los extremos pueden convertirnos en ladrones o asesinos, incluso entonces siguen quedando muchos que ayudan, que colaboran y que salvan. Y si alguien pesca en el río revuelto suelen ser los de siempre.
Así que yo no veo tantos lobos como Hobbes. En realidad echo de menos un poco más de rabia justa, algo más de oposición frente a quienes nos reducen a la servidumbre y nos arruinan la tierra. Ya digo, la minoría que labra nuestra miseria con su avidez: esos son los lobos a los que hay que vigilar. Esos son los que merecen nuestra rebelión: ningún Leviatán los pondrá en su sitio por nosotros.

Resulta complicado aceptar que el ser humano es como es. Igual que la naturaleza, como dices.
ResponderEliminarValgan dos ejemplos:
Cuando trabajaba en el Centro de Acogida para Animales Abandonados ( la perrera de toda la vida) en Argentona, un invierno sufrimos una gota fría que nos congeló todas las tuberías. Con lo cual, no podíamos limpiar. Puedes imaginarte lo que eran unos 400 animales divididos en boxes de unos 3 o 4 animales por box en 6 patios, creo recordar...Si no podías limpiar, los pobres animales vivirían en un montón de caca...
Así que nuestra Coordinadora, se apresuró a hacer un llamamiento a la población y pidió colaboración: Se trataba de ver si los habitantes cercanos podían llevarse a su casa un animal, solo unos días, mientras durase la gota fría. Eso nos ayudaba mucho a solventar el problema.
Pues bien, al día siguiente de hacer el llamamiento, cuando fui a trabajar, me encontré una cola de personas enorme, como nunca antes había visto.
Creo recordar que se llevaron unos 200 animales y de esos, la mitad fueron adoptados.
Gran ejemplo de la cara buena de las personas.
Por otra parte, tenemos la otra cara: Recientemente, con la tragedia de la Dana en Valencia, resulta que las víctimas no solo tenían que luchar contra la situación, sino que encima aparecieron "personas" que aprovechaban la tragedia para robar, en casas y en comercios.
Penoso.
Y así es el ser humano, maravilloso y patético.
El testimonio que explicas es arrollador. Nadie negará que estas cosas dan qué pensar. Como lo dan también sucesos como lo que explicas de la Dana, que resultan a la vez desconcertantes y despreciables.
EliminarEsto me recuerda lo que comentábamos no hace mucho sobre si somos buenos o malos por naturaleza... Parece claro que:
1) En nuestra naturaleza (y por consiguiente en una misma persona) cabe todo.
2) La sanción de bueno o malo es por tanto un código estrictamente humano, aunque no necesariamente relativista (el grado de fundamento de los valores sería otra discusión; yo creo que hay valores de un peso objetivo).
3) Lo bueno siempre es más difícil, y requiere un proyecto y un esfuerzo. Dicho de otro modo: es una batalla de la voluntad que se renueva a cada instante. Lo bueno es un estar y sobre todo un hacer, más que un ser; un proceso, más que un resultado.
El debate ayuda a ordenar ideas. Gracias.
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ResponderEliminarSería un buen debate todo esto.
ResponderEliminarQuizá lo bueno no cueste tanto, si lo conviertes en hábito, ya que al cerebro le gusta funcionar en automático.
Recuerdo un comentario del maestro conferenciante Sesha acerca de Teresa de Calcuta. Él decía: "¿Cuánta fuerza interior hace falta para estar todos los días de tu vida ayudando a los demás?...y añade: "¿No se cansa?"...jajaja
Sin ánimo de quitarle mérito, jugaba con ventaja. Tenía nada menos que el apoyo de Dios.
EliminarClaro, así cualquiera...jeje
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