La filosofía es la obstinación del pensamiento frente a la opacidad del mundo. En el ejercicio de su tarea, provee a nuestra razón de artefactos, es decir, de nodos que articulan, compendiados, ciertos perímetros semánticos, dispositivos que nos permiten manejar estructuras de significado.
Cuando Platón nos propone el concepto de Forma o Idea, está condensando en él toda una manera de entender la realidad, es decir, toda una tesis metafísica, para que podamos aplicarla en conjunto en nuestra propia observación. Así, al usar el término estaremos movilizando en él, de una vez, una armazón entera de sentidos, lo cual nos simplifica el pensamiento y su expresión por medio del lenguaje. Al cuestionarme sobre lo existente, pensar en la Forma del Bien implicará analizar la posibilidad de que exista un Bien supremo, acabado, abstracto, y según el griego único real, frente a la multiplicidad de versiones del bien que puedo encontrar en el ámbito de las apariencias perceptuales.
De hecho, aquí la filosofía no inventa nada, se limita a usar conscientemente las propiedades del lenguaje. Todas las palabras funcionan de ese modo, todas constituyen campos de significado repletos de connotaciones y denotaciones: cada palabra es un enorme embalaje de pensamientos ensamblados, algunos de ellos más definidos y otros más ambiguos, hasta cierto punto compartidos por todos los hablantes y en parte personales (la tensión entre lo común y lo subjetivo forma parte de la grandeza y la limitación del lenguaje). Lo que intenta la filosofía es pulirlos y precisarlos en la medida de lo posible, y a partir de ahí extraer consecuencias.
Frente a esa vocación de rigor y claridad del concepto, el arte se basa en otra característica del lenguaje: su dimensión lúdica y creativa, su inmensa potencialidad de sugerir o evocar en vez de designar. Entramos aquí en el vasto, abigarrado, sutil campo de lo poético, donde, más que mediante conceptos, los mensajes se entrelazan a través de metáforas y símbolos.
Las herramientas son las mismas: las palabras; lo que cambia es su uso, su intención y su manejo. El lenguaje poético no aspira, propiamente, a transmitir conceptos, sino a provocar sugestiones en la intuición. La filosofía, que no deja de ser lenguaje y por lo tanto literatura, no podría renunciar a valerse de los símbolos y la imágenes propios de esta, permitiendo al pensamiento explorar territorios menos precisos pero más ricos, semánticas a las que solo puede acceder la poesía o la narrativa. Es el terreno de los mitos y las leyendas, de los sueños y las emociones, de las historias eternas y los poemas íntimos. Un ámbito en el que también aspiramos a explorar y conocer, a intercambiar y compartir.
Así, cuando Platón nos narra la alegoría de la Caverna, está valiéndose de la capacidad evocadora de una serie de personajes, situaciones y escenas, está expresando ideas a través de un argumento, y las está presentando a nuestra mente mediante un conjunto de imágenes que, además de pensar, nos hacen sentir. Cuando escuchamos el mito del Minotauro, no podemos evitar conmovernos al evocar a nuestros monstruos profundos, encerrados en el centro de los laberintos del alma, y a los cuales intentamos acceder mediante nuestro heroico Teseo interior, con ayuda del amor de Ariadna (quizá nuestra parte femenina o ánima, como la denominó Jung).
A veces llegamos más hondo en nuestras reflexiones mediante los símbolos y las metáforas que utilizando conceptos, más precisos pero también más rígidos. El arte es, por derecho propio, un sutil oficio para interpretar el mundo.
Siempre he admirado a los poetas. Me parece asombrosa esa capacidad para atribuir características que no tienen a las cosas (colores o sabores a las emociones, por ejemplo). Y cómo cuando piensas en lo que dicen, exclamas un : ¡Es verdad!...y a partir de ese momento eres capaz de ver esa cosa de un modo que en la vida se te hubiera ocurrido.
ResponderEliminarFascinante.
Quizá por eso son de los primeros señalados como peligrosos por las dictaduras, consiguen que veas más allá de lo obvio, y por supuesto, te hacen pensar.
Comparto tu admiración y admiro tu reflexión. La poesía nos hace mejores.
EliminarEs algo que nos diferencia del resto de animales, aunque ellos mismos son poesía pura...jejeje
ResponderEliminarEllos tienen la poesía de la inocencia, que es justo lo contrario de la nuestra: nuestra poesía es un intento de reinventar esa "pureza" que inevitablemente perdimos...
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