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Enemigos y cómplices

La vida es lucha. La vida humana lo es doblemente. La mayoría ya no competimos con depredadores, pero seguimos peleando por sobrevivir a los minúsculos, imbatibles gérmenes. De todos modos, la lucha propiamente humana es la que nos enfrenta a otros humanos. A veces, en el horror caótico de la guerra. Siempre, en el arduo ruedo de la convivencia. 


Freud, Nietzsche, Simmel, Sartre, nos despertaron del largo aturdimiento del cristianismo y nos lo dijeron con claridad: el mismo impulso irresistible que nos aproxima unos a otros nos empuja a competir unos con otros. Desde el momento en que el prójimo resulta imprescindible, se convierte en un enemigo al que hay que conquistar o neutralizar. Nuestras relaciones están tejidas tanto con la fuerza del pulso como con la de la cooperación. Depende de la persona, del rol, del suceso, de la necesidad, que el encuentro con los demás se manifieste de uno u otro modo. 

Uno de los aspectos más interesantes de la interacción humana es precisamente esa volubilidad que tan fácilmente cambia su signo. La frontera entre el enfrentamiento y la amistad es porosa e inestable. Hay más: a veces, el adversario y el amigo se superponen en la misma persona. Depende de las circunstancias, o del color del cristal con que se mira. 
Darle una oportunidad al diálogo, por ejemplo, nos enseña a menudo que el que creíamos enemigo podría ser nuestro colaborador. Vale la pena tenerlo en cuenta: lo inteligente, lo eficaz, es hacer del oponente un aliado; encontrar una manera de unir fuerzas para ganar juntos, en lugar de agotarlas, tantas veces, en victorias pírricas. 

En la vida cotidiana suceden muy pocas cosas imperdonables. Por cada mezquindad ajena hay dos nuestras, y a la inversa. En la vida cotidiana, casi nunca vale la pena arrasar al otro. Las fronteras que separan los enemigos de los aliados son sutiles. Los intereses encontrados suelen acabar en la ruina mutua, parece preferible negociar. 
Aquí cobra su máximo sentido el generoso diálogo, superar la visión simplista del mero antagonismo y sustituirla por otra más inclusiva en la que quepan las partes encontradas. Si no se puede vencer, o si el precio de hacerlo no vale la pena, sería hora de intentar cooperar. 

 No siempre es posible alcanzar el compromiso con el adversario. A veces ni siquiera es bueno (tanto en lo que respecta al interés personal como en el sentido moral). A veces hay que luchar, para apartar al otro que nos hace sombra. La mera voluntad no basta, ni siquiera viniendo de las dos partes: tal vez aún quede algo en nosotros que se niegue, tal vez el otro se empeñe en querernos mal o, en definitiva, nos resulte insoportable. A veces no se encuentra el camino al pacto. A veces, en fin, hay que luchar, léase ganar o perder. 
Tal vez, en esos casos en que no se puede sortear la incompatibilidad, valga la pena echar mano de nuestra capacidad simbólica para sacar partido de lo inevitable. Por ejemplo, uno puede esforzarse por interiorizar al enemigo. Convertirlo en un personaje interior que, en lugar de atormentarnos, enseña cosas que conviene saber. Un agrio consejero que nos asesore, que nos haga de espejo incómodo pero veraz. La voz interior que, como no nos quiere, como no tiene nada que ganar o perder en nuestros sueños, siempre dirá la verdad. Los adversarios, tratados con cierta cortesía, son los mejores aliados de nuestra prudencia. 

¿Unirse al enemigo? Hay algo mejor: si no puedes con el enemigo, únelo a ti.

Comentarios

  1. Como el caso de Joe Frazier con Muhammad Alí. Fue Frazier, su máximo rival en el ring, quien se mantuvo a su lado y le ayudó cuando Alí fue condenado por negarse a ir a Vietnam y se arruinó.
    Existen más casos de ese tipo.

    Hace poco leí una frase que me gustó: "La humanidad mejorará cuando se dé cuenta que hay mejores resultados en cooperar que en competir". Algo así...

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    Respuestas
    1. Interesante lo que cuentas de Mahummad Alí. Tú siempre tienes a mano referencias inspiradoras...
      Sobre lo de cooperar y competir... ¿no hay siempre algo de ambas cosas?

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  2. ¿Tu crees?
    A mi me parece que sigue predominando la competencia y no la cooperación.
    Quizá sea porque las noticias son negativas en su mayoría. Hoy mismo me preguntaba: "¿Qué ocurriría si cambiase la norma y todas las noticias que nos ofrecieran los periodistas fuesen siempre cosas buenas?"
    Ojalá saliese alguien con la valentía de probarlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, creo firmemente que competir es nuestro modo de cooperar, o que al menos son dos caras de la misma moneda... Quiero decir que, aunque no sea una competición declarada, en toda cooperación hay siempre algo de autoafirmación ante el otro. Es un tema que merecería un desarrollo más extenso.

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  3. Exacto, da para mucho.

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