sábado, 5 de agosto de 2017

De danzas y de pérdidas

Baila todo lo que puedas.
Moustaqui
  

—Hoy me acordaba de aquella imagen oriental, tan acertada, de la vida como danza. Y, lo que es la memoria, al mismo tiempo recordaba lo patoso que he sido siempre a la hora de bailar.
Lo pasaste mal con eso, ¿eh?
—Pues sí. En mi juventud, las discotecas eran los lugares míticos de encuentro sexual, allí era donde se iba a ligar. Y si uno no ligaba, se marchaba con el sabor amargo de haber pasado el rato en balde. Daba igual si el acercamiento acababa o no en la cama (cosa que, en realidad, no solía suceder), y aun menos importancia tenía que de ahí saliera una relación a largo plazo. De hecho, tomarse demasiado a pecho lo que pasaba allí estaba visto más bien como una memez. La discoteca era el lugar de la desinhibición, la experimentación. Lo importante era que al menos hubiera un acercamiento, un coqueteo, alguna caricia o algún beso arrancados al vuelo…
Pero tú hablabas de bailar… También se iba a bailar, ¿no?
—Supongo que algunos iban a bailar, sí…
¿Algunos?
Quiero decir que solo algunos iban con la intención prioritaria de bailar. La música y el baile formaban parte de ese ambiente desinhibido y juguetón que te digo, eran como elementos del ritual de la diversión, igual que el alcohol, la charla intrascendente… Mandaban las hormonas, qué quieres que te diga. Pero bueno, es verdad que la gente también disfrutaba bailando.
¿Tú no?
Después de un par de cubatas, cuando pasaba a importarme un bledo lo que pensaran de mí, a veces me ponía a pegar saltos en la pista y me lo pasaba bien. Pero normalmente sentía demasiada vergüenza.
¿De verdad eras tan patoso?
Yo pensaba que no lo hacía tan mal. La música me gusta, tengo sentido del ritmo, caramba, sé tocar la guitarra y la flauta, he compuesto canciones que gustaron entre mis conocidos, me dicen que canto bien… Pero no sé qué se interpone entre la música y mi cuerpo, que, a la hora de ponerlo en movimiento, o parece que tengo las articulaciones oxidadas o cada parte va por su lado, y solo suscito mofas o, peor, comentarios piadosos: “Sigue practicando, seguro que lo harás mejor”, y cosas así. Los juicios han sido unánimes, así que tiene que ser verdad, y eso que me he esforzado mucho en observar a otros e incorporar sus movimientos, y a veces me ha parecido que conseguía hacerlo con una cierta gracia. Pero no convenzo. Así que un buen día me di por vencido y me retiré del asunto.
Lo del baile tampoco es un drama, ¿no? Hay muchas maneras de relacionarse.
No, si en la barra no se está tan mal, de hecho descubrí que hay quien no se mueve de allí, serán otros poco dotados para el baile o que sencillamente no les gusta. Pero, claro, si uno se queda en la barra al menos ha de tener palique, y yo, después de comentar el tiempo, ya no sé de qué hablar… Y no hay nada más patético, en una discoteca, que ponerse a filosofar o a explicar las viejas historias de uno mismo. Lo serio aburre, la gente quiere reír…
No sería para tanto. Y dependería del interlocutor.
En aquellas ocasiones, el único interlocutor válido era una chica guapa. Y las chicas guapas, o estaban bailando, o solo les interesaba que les dijeran lo guapas que eran. Lo último que perdona una chica guapa es que le des un tostón trascendental. Y lo entiendo, no era el lugar, hablar de angustias metafísicas en aquel entorno era como echar un jarro de agua fría, la gente iba a divertirse. Pero es que a mí no me divertía la mera diversión. Así que, como pronto llegábamos a un callejón sin salida, ellas ponían cualquier excusa y se marchaban, o aparecía algún tipo que era más dicharachero.
¿Y las chicas no tan guapas? A lo mejor ellas estaban dispuestas a ceder…
Supongo que sí. Pero su cesión consistía en dar un poco más de tiempo para que la conversación derivara hacia algo realmente interesante, o sea, divertido o insinuante. Yo me daba cuenta de que las aburría, o me aburría yo mismo, y la charla languidecía por sí misma. Lo habitual era que también se esfumaran. Y si no lo hacían podía ser peor, porque tal vez, con la mejor voluntad, se les ocurría proponer que fuésemos a bailar. Y si las seguía empezaba el verdadero drama.
Te lo tomabas demasiado a pecho.
Es verdad, debo reconocerlo. No dejaba de observarme a mí mismo, y cuando uno se controla demasiado suele acabar por encontrar razones para considerarse ridículo. Con el tiempo he entendido que bailar es un arte, no solo un don. Todo arte florece en una estrecha franja entre la insuficiencia y el exceso, es un difícil equilibrio por el filo de la navaja, el camino medio de Aristóteles: ni demasiada soltura ni demasiado control. El arte es llevar lo artificioso a la altura de lo natural, es jugar: creativamente, pero según unas reglas. Y para ello hay que entregarse, hay que soltarse en una calculada espontaneidad. Imposible si uno está demasiado pendiente, si se teme demasiado, si se vigila demasiado.
Soltarse, sí, de un modo contenido. Así hace, por ejemplo, un pintor. Hay una base de técnica, de disciplina, de largos ensayos, y sobre eso uno se suelta y se deja llevar. ¿Por qué no te apuntaste a alguna academia de baile? Me estoy acordando ahora de aquella película francesa, No estoy hecho para ser amado. La música y el baile pueden ser simple gozo, placer de vivir. O una manera de encontrarse, sin que haga falta usarlos para competir con uno mismo. Esto me recuerda aquella otra película tan simpática, El lado bueno de las cosas. Allí el concurso de danza es una excusa, un proyecto común que favorece el acercamiento y el mutuo conocimiento. Es divertida la escena del final del concurso, cuando el jurado, con cara de circunstancias, califica a la pareja solo con un 5, y se quedan estupefactos al comprobar su entusiasmo.
Sí, porque habían ganado la apuesta que habían hecho con aquel vecino antipático. ¿Una academia de baile? Lo pensé alguna vez, incluso me lo habían propuesto. Pero nunca me lo planteé en serio. Supongo que me daba demasiada vergüenza, o pereza…
Sí, tal vez en el fondo no te interesara tanto eso de bailar. Aunque también podría ser que no quisieras correr el riesgo de aprender a hacerlo.
Ya te me estás poniendo psicoterapéutico.
Reconoce que tiene sentido. ¿Qué habría pasado si hubieses aprendido a bailar bien? A lo mejor entonces habrías tenido que tolerar que algunas muchachas se interesaran por ti… A lo mejor hasta habrías disfrutado. ¿Habrías podido soportarlo? ¿No sería esa reticencia la que podría estar interponiéndose entre tu cuerpo y la danza? Al fin y al cabo, siendo patoso ya tenías el guion bien claro, sabías muy bien cómo acabaría la noche, te volverías a tu casa con el rabo entre las piernas, compadeciéndote de ti mismo, pero a salvo. En cambio, si dejaras que una mujer se acercase a ti…
No habría sabido qué hacer con eso, es verdad. Para eso no tengo guion.
¿Recuerdas aquel lema que se nos ocurrió una vez? “Hay que juzgar las cosas por sus resultados, no por sus apariencias”. Parecía que se te daba mal bailar. Pero el resultado, lo que contaba, era que eso te mantenía aislado y a salvo del peligro de vivir.
Ahora me has recordado aquel episodio tremendo y patético en octavo, cuando la chica más guapa de la clase me quiso sacar a bailar y yo me resistí, y ella tiró y tiró hasta que acabé por caerme al suelo. Todos se rieron a gusto, qué humillación… Supongo que ella lo haría también para humillarme. Se habría dado cuenta de que estaba locamente enamorado de ella, que le escribía poesías y pasaba horas fantaseando con que paseábamos cogidos de la mano…, todos esos revuelos solitarios que se me desataban cuando me gustaba una chica. Ahora me doy cuenta de que eran un modo de conjurar el terror que siempre he sentido por las relaciones reales.
La vida viene cada día a sacarnos a bailar… Y tampoco nos pide que seamos los mejores bailarines. Basta con que aceptemos y corramos el riesgo.
A veces el riesgo es excesivo. No seas injusto, en algunas ocasiones he aceptado salir a la pista. Y, por lo que respecta a las mujeres, siempre me he arrepentido.
Y por eso ahora te mantienes al margen, bien a salvo en tus maneras de evitar la intimidad.
Sí, por eso. Uno tiene que aceptar que no está hecho para algunas cosas, que simplemente no hay manera de aprenderlas. Después de intentarlo y de sufrir, creo que todos tenemos derecho a renunciar.
Pero, ¿corriste el riesgo de veras? ¿Te entregaste sinceramente, o siempre mantuviste un pie fuera, para salir corriendo?
Intenté entregarme, y lo hice lo mejor que supe. Y si no pude hacerlo más, pues no pude. Y es precisamente por esa incapacidad por lo que me he retirado de escena. Hay quien no puede bailar porque le falta una pierna. A mí me falta alguna otra cosa: confianza, valor, autoestima, qué sé yo. Le he dado muchas vueltas, intentando comprenderlo; he acudido a terapia, he leído libros, he dedicado interminables debates con mis amigos, y no he acabado de sacar en claro cuál es mi dificultad. Sinceramente, ya me da igual. Se me ha pasado el empeño de repararme a toda costa. Ahora solo quiero estar tranquilo, ya he sufrido y he hecho sufrir suficiente. Le he planteado a la vida un pacto: yo me ciño a lo que me mantiene a salvo, y ella no me pide más. Y, la verdad, me siento mejor. Para el amor, tengo a mi hijo, a mi familia, a mis amigos; incluso a la gente con la que me cruzo, y a la que suelo apreciar, siempre que no se acerquen demasiado.
¿Y no te duelen las oportunidades perdidas?
A veces, cuando miro atrás, contemplo algunos recodos del camino con una cierta melancolía. Se me ocurren cosas que tal vez habrían hecho ir mejor las relaciones que fallaron, aunque no volvería allí para comprobarlo. Hubo alguna mujer que perdí por exceso de prudencia, o de exigencia; o por falta de atención. Esas me duelen un poco. Pero por suerte los años me han enseñado a no apegarme demasiado a las tristezas. ¿Ves? Ese paso del baile de la vida sí que lo he ido aprendiendo, al menos un poco.
Pero yo hablaba de lo que te estás perdiendo, habiendo renunciado a determinadas cosas. Como te decía el otro día un amigo, ¿no te arrepentirás en el momento de la muerte?
Creo que no. Vivir es perder. Y al final hay que perderlo todo. ¡Hay tantas cosas que no han podido ser, que no podrán ser! Me siento afortunado: he tenido más que muchos otros. Un hijo que es la luz del mundo, y junto al cual todo lo demás languidece. Pero también una familia disfuncional pero entrañable a su manera, un puñado de buenos amigos, un trabajo que me ha dado la oportunidad de sentirme útil, algunos aprendizajes que me han hecho feliz… No me ha faltado comida, no he tenido que ir a la guerra. ¿Que no he tolerado la intimidad, que no he aprendido o no me he atrevido a bailar? Será en otra vida. Cada cual juega con las cartas que tiene.
Pues venga, saca las cartas.

5 comentarios:

  1. No estoy seguro de si es una transcripción de una conversación de Georges Moustaqui con un periodista o similar, o si has recreado un diálogo contigo mismo tomando ese título de Moustaqui como punto de arranque. En cualquier caso, yo le saco la lectura profunda, y me autoanalizo y autocuestiono. Tus escritos siempre me motivan a ello.
    Resulta curioso como nos vemos reflejados en los demás.
    Comparto además, esta manera de ser y comportarse, con respecto a la danza. También patoso, y a la vez, toco instrumentos. Curioso. De ello, podríamos deducir que la danza, o el baile, en realidad, su nexo de unión no es con la música, como podría parecer, sino con la persona en sí misma. De igual modo que un hipopótamo está emparentado con las ballenas o las gambas con las arañas...como deducción visible, nadie lo diría.
    En mi caso, además de reafirmar y coincidir en el carácter de "lugar para ligar" de las discotecas ( me parecía muy falso en mi época, pues incluso de joven, yo ya era romántico y creyente en el amor auténtico o como queramos definirlo. Un flirteo o ligue, para mí, era una escapada, una huída, nunca podría verlo como un objetivo real. Al punto de pensar que todas esas personas se autoengañaban, mostraban la imagen de que " ligar es divertido y me siento feliz", mientras yo pensaba: " Hay que ver como tiran de imagen y que superficial todo lo que hacen". Eso pensaba. O quizá era yo quien se autoengañaba, por no adaptarme a esos rituales.
    Además, tenía a las discotecas ubicadas como enemigos. Auténticos lugares nefastos, creados para contrarrestar la alarmante intelectualidad que iba surgiendo de la música. A más discotecas, mayor éxito de ese tipo de música ( evolucionó hacia la música máquina...acabando ya por completo con la armonía,las melodías y el mensaje), y menor relevancia por tanto de la música que yo consideraba ( y considero) buena. Para mí, entrar en una discoteca era profanar el sentido de la música. Era contribuir al fin del rock de los 70 y de las grandes bandas ( Led Zeppelin, Pink Floyd, Supertramp, etc...)... y por tanto, las situaba por debajo en una escalera cultural, y un paso atrás en cuanto a las luchas sociales.
    Y leyéndote, me doy cuenta que quizá estaba equivocado en la manera de verlo. Quizá en realidad, una discoteca ( a pesar del nombre), no tiene nada que ver con la música, sino con las relaciones y costumbres de la sociedad, y una muestra sería que puedes dominar un instrumento y sin embargo no tener ni idea de bailar.
    Aún y así, relacionar " vamos a la discoteca", con "vamos a pasarlo bien", jamás tuvo ni tendrá sentido para mí.
    Afortunadamente, la entrada es libre y la no entrada también.
    Cada tema que sacas podría estar horas extrayendo cosas de él...

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  2. No estoy seguro de si es una transcripción de una conversación de Georges Moustaqui con un periodista o similar, o si has recreado un diálogo contigo mismo tomando ese título de Moustaqui como punto de arranque. En cualquier caso, yo le saco la lectura profunda, y me autoanalizo y autocuestiono. Tus escritos siempre me motivan a ello.
    Resulta curioso como nos vemos reflejados en los demás.
    Comparto además, esta manera de ser y comportarse, con respecto a la danza. También patoso, y a la vez, toco instrumentos. Curioso. De ello, podríamos deducir que la danza, o el baile, en realidad, su nexo de unión no es con la música, como podría parecer, sino con la persona en sí misma. De igual modo que un hipopótamo está emparentado con las ballenas o las gambas con las arañas...como deducción visible, nadie lo diría.
    En mi caso, además de reafirmar y coincidir en el carácter de "lugar para ligar" de las discotecas ( me parecía muy falso en mi época, pues incluso de joven, yo ya era romántico y creyente en el amor auténtico o como queramos definirlo. Un flirteo o ligue, para mí, era una escapada, una huída, nunca podría verlo como un objetivo real. Al punto de pensar que todas esas personas se autoengañaban, mostraban la imagen de que " ligar es divertido y me siento feliz", mientras yo pensaba: " Hay que ver como tiran de imagen y que superficial todo lo que hacen". Eso pensaba. O quizá era yo quien se autoengañaba, por no adaptarme a esos rituales.
    Además, tenía a las discotecas ubicadas como enemigos. Auténticos lugares nefastos, creados para contrarrestar la alarmante intelectualidad que iba surgiendo de la música. A más discotecas, mayor éxito de ese tipo de música ( evolucionó hacia la música máquina...acabando ya por completo con la armonía,las melodías y el mensaje), y menor relevancia por tanto de la música que yo consideraba ( y considero) buena. Para mí, entrar en una discoteca era profanar el sentido de la música. Era contribuir al fin del rock de los 70 y de las grandes bandas ( Led Zeppelin, Pink Floyd, Supertramp, etc...)... y por tanto, las situaba por debajo en una escalera cultural, y un paso atrás en cuanto a las luchas sociales.
    Y leyéndote, me doy cuenta que quizá estaba equivocado en la manera de verlo. Quizá en realidad, una discoteca ( a pesar del nombre), no tiene nada que ver con la música, sino con las relaciones y costumbres de la sociedad, y una muestra sería que puedes dominar un instrumento y sin embargo no tener ni idea de bailar.
    Aún y así, relacionar " vamos a la discoteca", con "vamos a pasarlo bien", jamás tuvo ni tendrá sentido para mí.
    Afortunadamente, la entrada es libre y la no entrada también.
    Cada tema que sacas podría estar horas extrayendo cosas de él...

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    1. El texto es un diálogo conmigo mismo, con ese otro yo que observa y nos sirve de espejo para observarnos. Le tengo mucho respeto a ese Sócrates interior, porque es la parte en la que, sin saber muy bien cómo, soy un poco sabio. Supongo que es la interiorización de esas voces lúcidas y amistosas que uno se va encontrando con los años y que nos acompañan desde el recuerdo (la tuya también anda por ahí, entreverada). ¡Qué pena que ese testigo no sea el que manda! Pero, bueno, darle opción a que me cuestione ya es mucho. Me gustaría escribir más a menudo dialogando con él, creo que me salen artículos mucho más frescos y directos. No sé por qué me cuesta.
      Sobre las discotecas de nuestra juventud, yo pensaba en todo igual que tú: que eran lugares superficiales, que había mucha hipocresía, que la música se parecía cada vez más al ruido... Hablando de ruido, me exasperaba especialmente que las conversaciones tuvieran que discurrir a grito pelado, a mí que me gusta la charla serena. Y ni te cuento la rabia que me daba el hecho de que a uno se le midiera por los aspavientos que fuese capaz de hacer para llamar la atención. Tal vez por eso (además de mi patosidad intrínseca) no logré aprender a bailar: porque no dejaba de rebelarme contra ello.
      El artículo intenta ser una rectificación de aquellas posturas, entre elitistas y autocomplacientes, que por suerte los años me han hecho matizar. He comprendido lo que la discoteca, el baile, el cubata y el ligue tenían de ritual social, de espacio de desinhibición y encuentro, y sobre todo de experimentación. Éramos jovenzuelos aprendiendo a vivir, con las hormonas saliéndoles por las orejas. Las discotecas eran nuestro patio de juegos: con la aproximación y con el sexo, con la simple risa tonta y ese bienestar que nos da participar en algo colectivo. Si yo no sabía cómo arregármelas en su primitivismo y su superficialidad no era culpa de ellos (ni del lugar ni de la gente), sino de mí, que no sabía zafarme de mis prejuicios ni de mis carencias: una coraza, como dejo caer en el artículo, tras la cual ocultaba mi tremenda inseguridad. Por supuesto, no pasa nada: no todos estamos hechos para contemporizar con las imposiciones de la tribu. Hay otros caminos, afortunadamente, y algunos los recorren y les va la mar de bien. Pero, visto con la perspectiva de la edad, creo que un poco más de desinhibición y jugueteo desenfadados me habrían sentado de maravilla; yo tenía por entonces muchas tonterías en la cabeza, y muchos complejos en el alma. Habría tenido que pensar menos y bailar y follar más. Si pudiese viajar a aquella época, como fantaseaba Borges, y tener una conversación conmigo mismo, me habría dicho: "Mira toda esa gente. Fíjate cómo se ríen, cómo disfrutan. Métete ahí y déjate llevar. Arriésgate al ridículo. Arriésgate al fracaso. Mañana será otro día". Algo así me habría dicho, aunque no sé si mi otro yo habría estado de acuerdo: la juventud es cerril, sobre todo cuando está aterrorizada.

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    2. (SIGO AQUÍ PORQUE NO ME DEJA PONERLO TODO EN UNA ÚNICA ENTRADA)
      Pero quizá la parte del artículo que más me importa, personalmente, es la que habla de los bailes del presente... ¿Acaso no me estoy comportando como entonces, retirándome de la pista en lugar de meterme en ella, rechazando a la vida cuando viene a sacarme a bailar? ¿No seguiré siendo, en el fondo, aquel mismo muchacho temeroso y acomplejado que se salía por la tangente? ¿Serán mis renuncias, tan juiciosas y argumentadas, coartadas, en el fondo, de la cobardía? ¿No tendría que venir mi yo de 80 años a tirarme de las orejas y darme un empujón? Tal vez sí, dejaré esos interrogantes en el aire con toda humildad. Pero, como digo en el artículo, hay algo que sí sé: ya no soy, por suerte, aquel muchacho acongojado que lo tenía todo por hacer; a estas alturas tiene sentido despedirse de cosas y elegir a qué quiere uno dedicar el tiempo que le queda.
      ¿Recuerdas aquella película estupenda, "El indomable Will Hunting"? El psicólogo que encarna Robin Williams se cura (o se deja curar) a sí mismo mientras ayuda al muchacho protagonista, y me encanta que al final decida también dejar atrás el pasado y "jugar con las cartas que le reserve la vida". El final de mi artículo es un homenaje a esa fantástica conclusión. Bueno, vamos a jugar. Pero por suerte yo ya no estoy hasta las orejas de hormonas, ni necesito probarlo todo. Ahora quiero ser deliberadamente selectivo. Como dice el viejo Straight en "Una historia verdadera", ceñirme a lo importante, y "lo demás que se lo lleve el viento". Ojalá la vida sea benévola conmigo. Y con todos. Un abrazo, compañero.

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  3. En efecto, creo que a veces pensamos demasiado...y lo racional bloquea lo emocional, nos perdemos cosas. Pero no está perdido, es un terreno que se puede seguir labrando hasta conseguir el fruto deseado. Cada cuál el que desee. En principio, aquél que le llene y evite ( como decía Whitmann) que llegue a la muerte y entonces se dé cuenta que no ha vivido.
    Cada día es tiempo de vivir

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