Ir al contenido principal

Somos como somos (y cada vez más)

Todos creemos conocernos con bastante precisión. Nos tratamos a nosotros mismos como a seres que cuentan con una personalidad o un carácter, es decir, un conjunto de rasgos más o menos consistentes y persistentes. Todos nos sentimos capaces de afirmar cómo somos, y al hacerlo estamos convencidos de estar hablando de algo realmente existente. “Yo soy desordenado, y soy optimista, yo soy susceptible…” Sin embargo, ¿y si esos “yo soy” carecieran de la solidez que solemos atribuirles? ¿Y si fuesen meras conclusiones provisionales, a partir de lo que nos hemos visto hacer a veces? ¿Realmente existe algo a lo que podemos llamar personalidad, que nos antecede y nos define? ¿O más bien es un esquema sobre nosotros mismos que construimos, reconstruimos y siempre insistimos en confirmar con nuestros actos? Si el recuerdo, como sugieren los psicólogos, es una recreación del pasado, ¿resultará que la memoria es performativa, o sea, que nos configura al escribirse? Al declarar que soy desordenado, ¿no me estaré convirtiendo en desordenado? Al considerarme susceptible, ¿no estaré promoviendo mi susceptibilidad? ¿Serán nuestras convicciones, en realidad, confirmaciones de nuestras creencias?


“La existencia precede a la esencia”, afirmó Sartre en una célebre máxima. Los actos crean al individuo, y no al revés. O no solo al revés: habría que pensar en una permanente realimentación entre la idea que tenemos de nosotros mismos y lo que hacemos. Cada vez que actuamos en una dirección, nos estamos definiendo en esa dirección y en ese modo de actuar. Los conceptos que establecemos al observarnos y al expresarnos cobran entidad por sí mismos a nuestros ojos, se convierten en convicciones, y entonces ejercen su propio poder sobre los actos ulteriores. Se podría decir que nos vamos esculpiendo en una especie de bucle, en el que actos e ideas tienden a confirmarse entre sí y a resultar (o parecer) cada vez más consolidados. Cada día que mi casa está desordenada me convence más de que el desorden forma parte de mí,  a la vez que hace más probable que continúe así, y más difícil que mi voluntad lo transforme (puesto que tendrá más realidad, más facticidad a la que oponerse). Cada vez que reacciono con emociones desproporcionadas a los más pequeños sucesos de la vida, facilito que la próxima reacción sea igual de exagerada o más; total, así es como soy.

Una de las teorías más brillantes de la psicología es la que su creador, Leon Festinger, llamó disonancia cognitiva. Bajo una denominación tan retórica se esconde una verdad a la vez sencilla y olvidada: tendemos a procurar que los diversos ámbitos de nuestra vida no sean contradictorios; evitamos la disonancia palabra que alude a lo que nos “suena mal”, lo que rompe la armonía. Se dirá que esto es de sentido común: si para mí es importante ser sincero, lo lógico es que me esfuerce en mentir lo menos posible; si mi objetivo es una vida acomodada, es comprensible que administre bien mi dinero. Sí, es de sentido común, pero la motivación humana no se guía, en su mayor parte, por la lógica. A menudo somos contradictorios, muy a nuestro pesar (o no); a menudo nos comportamos de un modo estúpido o incoherente. Lo interesante es que tal vez esas incoherencias tengan su propio sentido oculto, dentro de cuyo marco resultan muy coherentes. Lo interesante es que, muchas veces, si nos esforzamos por ser coherentes no es porque optemos por el sentido común, sino porque tenemos una necesidad profunda de ello. Lo interesante es que a menudo ponemos la coherencia por encima de la lucidez.
Hay muchos niveles de coherencia, y a veces entran en conflicto. Comportarme de modo consecuente con mi principio de sinceridad podría hacerme inconsecuente con mi principio de supervivencia, si admito mis debilidades. ¿Qué primará entonces? Es de esperar que prime casi siempre la supervivencia sobre la sinceridad. Pero, entonces, ¿qué hago con la contradicción entre mi imagen de mí mismo como persona sincera y mis actos de mentiroso? La teoría de la disonancia de Festinger predice que esa contradicción me hará sentir incómodo, y que procuraré pensar y hacer cosas que suavicen de algún modo ese malestar. Tal vez me justifique: “no tuve más remedio”; y de ese modo me mienta, ahora a mí mismo. Quizá le eche la culpa a los demás: “Si no fuera por ese tipo que me amenazaba…” Pero también puedo hacer otra cosa: quitarle hierro, y de ese modo cambiar mi opinión: “Mentir no tiene tanta importancia. Es normal. Todo el mundo miente”. En tal caso, haber mentido una vez lo hará más probable en la siguiente ocasión. Poco a poco, podría llegar a abandonar mi principio de sinceridad, desechándolo como algo inoportuno, inútil, incluso erróneo. Aquí cobra pleno sentido aquel viejo refrán: “Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Porque la vida va primero; la existencia precede a la esencia.

Muchos de nuestros rasgos deben ser el resultado de este bucle que tiende a confirmarnos a nosotros mismos. Si me considero atractivo, será más probable que cuide mi aspecto, que me desenvuelva con seguridad entre las mujeres: comportarme como persona atractiva hará más probable que así se me considere, y esa valoración ajena reafirmará mi convicción. De igual modo, si lo único que recibo (o creo recibir) son reproches y reprimendas, es probable que acabe creyendo que las merezco, y esa creencia hará que desista de merecer halagos, y que me comporte en consecuencia. En cierto modo, estamos atrapados en la valoración ajena y en el autoconcepto que concluimos de ella; ambas cosas quieren ajustarse, como las piezas de un puzle. La disonancia cognitiva es implacable. El que protesta por todo acabará siendo quejoso, y el quejoso encontrará siempre ocasiones para protestar. El optimista verá oportunidades y por eso las encontrará; el depresivo solo atenderá a las circunstancias que confirmen su abatimiento. Somos como somos, y, si no hacemos un esfuerzo deliberado por cambiarnos, cada día lo somos más.

Comentarios

  1. Muy interesante reflexión querido amigo, y en mi opinión, una de las claves de la felicidad y también de la sabiduría, quizá son la misma cosa. No en vano, Bruce Lee, cuando mostraba su lado "maestro", afirmaba que "Todo conocimiento implica un autoconocimiento". Que duda cabe que si una persona es capaz de conocerse a sí mismo, tendrá ventaja a la hora
    de hacer las cosas que le llenen y le motiven, que le hagan sentir bienestar, y eso le acercará a ese estado de felicidad tan ansiado y mitificado. En ese sentido, muchos autores y maestros espirituales, nos señalan siempre la paz interior como estado imprescindible para la felicidad, y de ese modo, podemos llegar a la conclusión que la felicidad no es un objetivo a alcanzar, sino en realidad un medio de transporte, una manera de ver y sentir las cosas. Esa diferencia de enfoque podría marcar la diferencia entre la eterna lucha por la vida o el cese definitivo de esa lucha y el disfrute de esa misma vida.
    Creo además, que das en la clave acerca del "somos" de una determinada manera. De acuerdo en todo lo que dices. Y añadiría un dato más: Hoy en día ya se conoce la plasticidad de nuestro cerebro. Se transforma en aquello que hace. Eso me dice a mí que un alcohólico, por ejemplo, no "es" alcohólico, sino que se comporta como tal. Dejará de serlo el día que deje de beber. Hay opiniones que afirman que si una persona ha sido alcohólico o drogodependiente, lo es para toda su vida, y no debe beber o drogarse nunca, precisamente porque lo "es". Yo no estoy de acuerdo. Creo que una persona dice ser vegetariano porque no come carne, no porque sea herbívoro.
    Por otra parte, el "somos", en mi mente se asocia a algo inamovible, empírico, incuestionable, un hecho. Un humano es mamífero, no es ave, ni reptil, ni insecto, ni pez. Y se comporte como se comporte, nunca lo será.
    De este modo, en las etiquetas o clasificaciones humanas como "desordenado" o "sincero" a que haces alusión, no tengo duda que uno es desordenado o sincero porque decide comportarse como tal. Si quiere dejar de serlo tan solo debe modificar su comportamiento. Al igual que nadie obliga al alcohólico a beber, solo él mismo. Si lo vemos desde el punto de vista médico, es cierto que es una enfermedad, puesto que presenta síntomas concretos y el paciente sufre y empeora su estado físico y mental. Pero no me imagino a una persona saliendo del médico diciendo: "Me ha dicho que "soy un resfriado"o "soy un sarampión". Como todas las enfermedades, requiere su tratamiento y luego desaparece. En todo caso, sería una cuestión de exalcohólico o exresfriado.
    Así pues, el "soy así" se convierte siempre en una justificación para encontrarnos mejor con nosotros mismos. Y muchas veces, para incitar al resto de la humanidad a que soporte nuestro mal humor o nuestra grosería, porque "soy así", erróneo por supuesto, como indicas muy acertadamente en tu anterior reflexión.
    Si quieres ser pianista, debes hacer lo que hace un pianista, no basta con pensarlo o quererlo. Si quieres que los demás te consideren desordenado o sincero, debes hacer justo lo que eso conlleva. No tener nada en orden y no mentir.
    Esta reflexión nos llevaría a confrontar dos términos:Actitud y Personalidad.





    ResponderEliminar

  2. Si nos mostramos de acuerdo con la afirmación que "un@ no es lo que dice, sino lo que hace", quiere eso decir que, dado que el ser humano posee la capacidad única entre los seres vivos de escoger su actitud, en realidad también escoge su personalidad. En realidad, un ser humano, pese a quien pese ( aquellos que se autoengañan y justifican sus actos para quedarse tranquilos por no hacer nada para cambiar), es lo que decide ser.
    Existen patologías que nos hacen más fácil aceptar porqué hay personas "conflictivas" o "dañinas" para sí mismos y para su entorno. Ya sea consciente o inconscientemente, la vida es en sí una cuestión de percepción y decisiones.
    Si percibo negativamente, pensaré y sentiré así y decidiré negativamente. Y me parecerá lo más normal del mundo. Me parecerá la verdad absoluta. Por eso nos sentiremos indignados si los demás deciden no verlo como nosotros y comprender nuestros actos.
    Sin embargo, si conseguimos cambiar nuestra percepción acerca de algo que nos genere malestar, la decisión tiene más posibilidades de beneficiarnos en lugar de perjudicarnos. Otras patologías, en ocasiones no son más que etiquetas inventadas por diferentes motivos, con distintos objetivos: Inventar pacientes para seguir enriqueciendo la empresa farmacéutica de turno, o simplemente para sentirnos mejor con nosotros mismos y justificando así que no hacemos nada por ayudar a esas personas porque "son así".
    Me pregunto qué quería decir Aristóteles cuando afirmó que "no existe ninguna enfermedad fuera de la mente"
    Mi sugerencia: Nunca podrás escapar ni esconderte de ti mismo. Apréndete y date lo que te haga sentir mejor. Quiérete, respétate. Escoge tu entorno. Escoge lo que quieres que vean tus ojos, lo que quieres que oigan tus oídos, incluso con mucha práctica podrás escoger lo que quieres sentir. Sientes según piensas, y no al revés.
    Como último argumento en cuanto al "somos" de una determinada manera, pensemos en el aprendizaje. ¿Acaso un@ no aprende lo que decide aprender? Es cierto que no siempre, que en infinidad de ocasiones el entorno y las circunstancias llevan a una persona a comportarse de una determinada manera, y por tanto, a dar la sensación de que "es" así y no tiene elección.
    Pero no es menos cierto que si ese comportamiento y por tanto esa manera de "ser" le perjudica, si consigue tomar conciencia de ello, puede desaprender esa manera de percibir las cosas. Pero debe decidirlo ella.
    Las personas se convencen solas y como el boxeador de Simon y Garfunkel, escuchan a quien quieren escuchar. ¿Cuál es el mejor método para que una persona decida comportarse (y por tanto "ser" beneficioso para sí mismo y los demás?: La motivación.
    En cualquier caso, un tema que da para mucho y en mi opinión, uno de los cruciales para decantar la balanza de nuestras vidas más hacia el disfrute y menos hacia el padecimiento de la misma.
    Un buen comienzo para mejorar la humanidad sería conseguir que las personas ( ya desde niñ@s, personitas), fueran conscientes de su verdadero poder e influencia en su propio futuro: Centrar su energía y sus actos en aquello que depende de ell@s mism@s.
    Aunque me pregunto si eso interesaría, pero ese es otro debate...

    ResponderEliminar
  3. Julián: gracias por tus comentarios, como siempre tan exhaustivos y tan sugerentes, tan llenos de pasión por esclarecer. Es un privilegio dialogar a este nivel.
    Señalas con claridad lo que a mi entender es la cuestión clave: lo que somos es aquello que hacemos de nosotros mismos. En ello reside nuestra libertad: la existencia precede a la esencia. Si esto es así, entonces, como decía Sartre (y tú también lo dices, ¿sabías hasta qué punto eres sartreano?), no hay excusas. Hay que ponerse manos a la obra en el proyecto de uno mismo, y asumir la responsabilidad de construirnos. Como experimentado explorador, tú das muchas pistas sobre cómo llevar adelante esa tarea.
    En esa tarea destacan, sin embargo, una tremenda dificultad y un límite. La dificultad es el hábito: lo que hemos sido hasta ahora, lo que estamos acostumbrados a ser; en suma: lo que llamamos identidad. De ahí el título del artículo: tendemos a confirmarnos en lo que creemos ser, y también los demás tienden a presionarnos para que sigamos siendo lo que ellos creen. Luchar contra esa inercia requiere un arduo esfuerzo, que empieza por conocerse, por desentrañar esa supuesta "identidad", que no siempre es del todo consciente. Luego vendrá el trabajo, aún mayor, de transformarla. Nada fácil, qué te voy a decir.
    Y luego, no nos engañemos, están los límites: qué está realmente a nuestro alcance; aún más: qué está a nuestro alcance pero costaría tanto que no vale la pena. Esa es la tarea de aceptar. Pero, de nuevo, sin excusas: renunciar también es elegir.
    Abres otros temas apasionantes, pero que anoto para otra ocasión: la felicidad como camino y no como llegada, el tema de la percepción (el punto de vista construye el mundo), "Sientes según piensas, y no al revés" (argumento central de la psicología cognitiva, que yo no comparto del todo, o en cualquier caso considero parcial), las consecuencias de estas ideas para el aprendizaje y la enseñanza... ¡Mucho material para seguir pensando y hablando!
    Gracias de nuevo, seguimos compartiendo.

    ResponderEliminar
  4. Ya ves querido amigo, si tiramos del hilo, una cosa nos lleva a otra, inacabable, o más bien, entrelazado.

    No tenía ni idea de que pensaba parecido a Sartre, menudo privilegio, honor y puntería..jajaja

    Y enlazando ahora mismo, asocio a Stephen Hawking con Aristóteles ( quizá eso quiera decir que en realidad llevamos siglos dándole vueltas a lo mismo. O bien no encontramos las soluciones o bien no tiene porqué haber solución si no hay problema o bien sirven igual muchas soluciones), cuando Hawking afirma que: " La clave de todo está en la mente humana".

    Bufff...para echarse a temblar...

    ResponderEliminar
  5. Entrelazado y eterno... Tú lo decías: más que la llegada, lo que importa es el camino, o, como dijo Machado, "hacer camino al andar".

    El pensamiento a veces me parece como esos juegos de pistas en los que cada estación nos lleva a otra, y al final uno acaba donde empezó. ¿Qué ganó, pues? Un bonito paseo.

    Salud, compañero.

    ResponderEliminar
  6. Exacto. Un bonito paseo.
    Con la diferencia que no escogemos el camino donde empezamos, aunque sí podemos cambiar de ruta si no nos convence lo que vemos.
    A mí me encanta decir: "Escoge lo que quieres que vean tus ojos". Esa capacidad la tenemos.
    Me viene a la cabeza un fragmento de la incomparable "Escalera al cielo" de Led Zeppelin ( muy recomendable la versión que organizó el expresidente Obama en homenaje al grupo británico, con un coro de voces impresionante y que se puede ver en you tube, haciendo saltar las lágrimas de los ya envejecidos componentes de la mítica banda): "Sí, existen dos caminos por los que puedes ir, pero a la larga, y todavía estás a tiempo de cambiar el camino donde estás".
    Como toda poesía...a libre y personal interpretación.

    ResponderEliminar
  7. "Escoge lo que quieres que vean tus ojos". Rodearse de lo bello y lo bueno: tal vez nos inspire y hasta nos haga mejores.
    Equivale, en cierto modo, a "escoge cómo quieres que vean tus ojos", y ahí la mirada deja de ser solo contemplativa y pasa a ser creativa. Crear lo bello y lo bueno.
    ¿Serán lo bello y lo bueno, en definitiva, un modo de mirar?

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Anímate

Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con...

Destacar

Todos anhelamos ser vistos, ocupar un sitio entre los otros. Procuramos ganar esa visibilidad mediante múltiples apaños: desde el acicalamiento que realza una imagen atractiva hasta hacer gala de pericia o de saber. Claro que la aspiración a no quedarse atrás tensa las costuras del lienzo social, y a veces cuesta el precio de una abierta competencia. Hay quien no se conforma con un hueco entre el montón y pretende ser más visto que los otros. Hay una satisfacción profunda en ese reconocimiento que nos eleva por encima de la multitud, una ilusión de calidad superior que apuntala la autoestima y complace el narcisismo. Sin embargo, nuestros sentimientos ante el hecho de destacar son ambiguos, y con razón: sabemos que elevar el prestigio sobre la medianía suele comportar un precio en esfuerzo y conflicto.  La masa presiona a la uniformidad, y suele sancionar tanto al que se escurre por debajo como al que despunta por encima. Desde el punto de vista de la estabilidad de la tribu, tien...

Observar y estar

Hacemos demasiado, hablamos demasiado. Con tanto ruido espantamos a la lucidez, que es ante todo silencio. Un silencio expectante, cargado de presencia. Un silencio abierto al rumor de los oleajes de la existencia, rompiendo en nuestras orillas. «Si las ejecutamos conscientemente, todas nuestras acciones son poesías o cuadros», dice Thich Nhat Hanh. La vida pasa ante nuestros ojos y no la vemos porque estamos buscándola. Pedir nos condena a la carencia: el que tiene no pide. No hay más mundo que el que se extiende justamente aquí, delante de tus ojos. Como nos recuerda Marco Aurelio: «Recuerda que sólo se vive el presente, este instante fugaz... Pequeño es el rincón donde se vive.»  Estamos ansiosos por saber, pero quien sabe observar tal vez no precise pensar tanto. Los orientales lo aseveran desde tiempos inmemoriales, y han hecho de ello una propuesta de vida y una divisa de redención: toda la sabiduría necesaria se resume en permanecer atento. Descender de las calimas de la me...

Pecados

La tradición católica se afanó, al menos en mi generación, abonando en nuestras mentes infantiles el espectro del pecado. Cuando uno era, como lo era yo, más bien escrupuloso con el ascendente de la autoridad, y se tomaba a pecho el cumplimiento de las normas para ganar el estatus de «bueno» (o, al menos, no ser tachado con el de «malo»), el riesgo de incurrir en el pecado se convertía en fuente de un sufrimiento obsesivo. En definitiva, y puesto que el pecado abarcaba casi todo lo que podía evocar algún placer, la culpabilidad era un destino casi seguro, y, unido a ella, el merecimiento de castigo. Yo estaba convencido de ambas cosas, y tenía asumido que ni mi sumisión ni las penitencias a las que a veces me sometía servirían para librarme de la terrorífica condena. Y, sin embargo, debo reconocer, ahora que puedo hacerlo sin sentirme amenazado, que nunca entendí cabalmente la casuística del pecado. ¿Por qué es malo lo que no se puede evitar, lo que tira de nosotros desde dentro con t...

Buen chico

Uno de los prejuicios más fastidiosos sobre mi persona ha sido el de etiquetarme bajo el rótulo de buen chico . Así, a palo seco y sin matices. Como se te tilda de orejudo o patizambo. En todos los apelativos hay algo despersonalizador, una sentencia que te define de un plumazo despiadado, atrapándote en su simplismo. A los demás les sirve como versión simplificada de lo que eres; para ti constituye un manual de instrucciones del destino. Reza una máxima atribuida a César: «Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es». Todos los rótulos son insidiosos, pero el de la bondad resulta especialmente problemático. Colgarte ese sambenito es el pasaporte directo al desprecio. En primer lugar, porque el buenazo , en su formulación tradicional, equivale a una mezcla de timorato y bobo. En segundo, porque alguien con fama de bondadoso es inevitablemente incómodo: no deja de recordar a los demás que no lo son. Y, en tercer lugar, porque los buenos chicos suelen ser infinitamen...