La vida es tarea,
dijo Ortega y Gasset: la tarea de construirnos a nosotros mismos. El anhelo de
libertad surge de la médula misma del yo, puesto que la identidad se basa en
diferenciarse, en cobrar una forma única, y en hacerlo según el propio
criterio. Una persona sin libertad, estrictamente condicionada, no tendría ni
siquiera noción de ser persona. Tal vez fuera esto lo que nos quiso decir
Sartre al considerarnos “condenados a la libertad”.
Los días son un
inmenso campo de batalla entre libertades que luchan por construirse a sí
mismas frente al mundo, por reafirmarse frente a los demás, por resistirse a
tantas cosas que se les oponen y que quieren limitar su posibilidad de elegir.
Batalla también con uno mismo, entre el ansia y la pereza, entre el criterio y
la tentación de entregarse y delegar la decisión en otros. Y batalla, en fin,
entre las partes de nosotros que elegirían de un modo y las que se decantarían
por otra opción, puesto que siempre deseamos algo y lo contrario, o algo y lo
incompatible, o algo y otra cosa.
Tarea, pues: la
libertad requiere esfuerzo. La ley de la vida es caer: para subir hay que
luchar contra esa fuerza de gravedad que es la facticidad, y que pesa siempre,
se resiste siempre a nuestro anhelo de elevación. Facticidad contra anábasis; inercia contra voluntad.
Y el lugar donde la
inercia de la vida tira de nosotros con más saña es nuestro interior, esa parte
de nosotros que nos retiene, que es una aliada del peso de la existencia.
Temores, prejuicios, complejos, reticencias irracionales, pero a la vez deseos
e impulsos ciegos. Facticidad desde dentro, colándose por la más pequeña
debilidad de nuestra intención heroica.
Las adicciones son un
típico campo de batalla entre esa voluntad constructora y la pesada inercia de
lo que nos retiene. Para dejar de fumar hay que convertir la decisión en pulso.
Es una acometida contra el tiempo; hay que vencer o sucumbir cada minuto, para
siempre; y, no obstante, cada ocasión en que vencemos se pone de nuestra parte,
es una fuerza añadida para encarar la siguiente. Si traspasamos el umbral del
hábito, hemos ganado, es decir, hemos conquistado la probabilidad de seguir sin
fumar en el instante sucesivo. Por eso es inteligente el recurso de muchos que
lo han conseguido: funcionar por prórrogas. En lugar de pensar en la inmensidad
de un futuro asediados por el tabaco, proponerse solo llegar un poco más lejos
cada vez. Ahora que estoy aquí, otro paso. Y luego otro.
Una lección para
cualquier conquista: dividirla en etapas que nos parezcan a nuestro alcance.
“Un poco más”. Cada logro es pequeño, pero también lo es la resistencia que nos
opone la vida. Así aligeramos el peso de la facticidad.
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