Ir al contenido principal

Serenidad


La serenidad no está reñida con la sensibilidad, pues se trata de una capacidad, de una fuerza, que tolera, o también aparta del ánimo, tanto el estado de gozo como el de descontento, y de este modo puede elegir. Kant.

En lugar de hablar de un “destino favorable”, de una “enorme mala suerte” o de una “terrible desgracia”, podemos considerar aquello que nos sucede como un “gran reto”, como una “posibilidad de seguir progresando”; asimismo podemos definir los fracasos, por ejemplo, como “experiencias importantes que nos van a hacer mejores”. A. Schwarz y R. Schweppe.

Es imposible causar un disgusto a alguien si éste se niega a aceptarlo. F. Schlegel.

Cuanto mayor control pretendamos ejercer sobre las cosas que suceden, mayores “preocupaciones” tendremos. A. Schwarz y R. Schweppe.

Mis suspiros de cólico ya no conmueven a nadie. M. Montaigne.

La vida tranquila es una característica de los grandes hombres, y sus placeres no fueron del tipo que parecería excitante a ojos ajenos. B. Russell.

El que ha conseguido librarse de la tiranía de las preocupaciones descubre que la vida es mucho más alegre que cuando estaba perpetuamente irritado. Las idiosincrasias personales de sus conocidos, que antes le sacaban de quicio, ahora parecen simplemente graciosas... Yo creo que toda persona civilizada, hombre o mujer, tiene una imagen de sí misma y se molesta cuando ocurre algo que parece estropear esa imagen. El mejor remedio consiste en no tener una sola imagen, sino toda una galería, y seleccionar la más adecuada para el incidente en cuestión. Si algunos de los retratos son un poco ridículos, tanto mejor... Se necesita cierta resignación para atreverse a afrontar la verdad sobre uno mismo. B. Russell.

Cuanto mayor sea el nivel de calma de nuestra mente, tanto mayor será nuestra capacidad para disfrutar de una vida feliz... Tener un estado mental sereno o pacífico no significa permanecer distanciado o vacío. La paz mental o el estado de serenidad de la mente tiene sus raíces en el afecto y la compasión y supone un elevado nivel de sensibilidad y sentimiento. Dalai Lama.

Si se desarrolla una emoción negativa muy fuerte, será muy difícil afrontarla inmediatamente. En tal caso, quizá sea mejor tratar de olvidarla momentáneamente. Pensar en alguna otra cosa. Una vez que la mente se haya calmado un poco, se puede analizar y razonar... “Cuenta hasta diez antes de explotar”... Lo único que puede proporcionarnos refugio o protección contra los efectos destructivos de la cólera y el odio es la práctica de la tolerancia y la paciencia. Dalai Lama.

Cultivar la compasión y profundizar nuestra conexión con los demás puede promover una buena higiene mental y ayudar a combatir los estados de ansiedad... Ello supone enfrentarse activamente a los pensamientos generadores de ansiedad y sustituirlos con pensamientos y actitudes positivas y bien razonadas. Dalai Lama.

Toda la filosofía y toda la consolación que ella proporciona van a dar en lo siguiente: existe un mundo espiritual y en ese mundo podemos nosotros, separados de todos los fenómenos del mundo exterior, mirar las cosas desde un lugar elevado, mirarlas con la máxima calma, sin participar en ellas, aun cuando la parte de nosotros que pertenece al mundo corporal sea en él violentamente arrastrada de un lado a otro. A. Schopenhauer.

La paz está presente aquí y ahora, en nosotros y en todo lo que hacemos y vemos. La cuestión estriba en estar o no en contacto con ella... Nos basta con estar despiertos, vivos, en este instante preciso. Thich Nath Hanh.

Era como si se hubiese despejado la incógnita de remotos pensamientos, como si volviese a una patria antigua. H. Hesse.

No existe la paz que tú imaginas. Cierto que existe la paz, pero no una paz que more en nosotros permanentemente y que jamás nos abandone. Sólo existe una paz por la que hay que luchar sin desmayo cada día... Y en realidad es lucha, lucha y sacrificio como toda vida verdadera, como la tuya también. H. Hesse.

¡Qué fácil es dejar de lado cualquier imaginación enojosa o extraña, y encontrar así, inmediatamente, una calma perfecta!. Marco Aurelio.

No hay que enfadarse con las cosas porque todo les resulta indiferente. Eurípides.

Nada es nuevo ni de difícil manejo, más bien todo es conocido y fácil de manejar. Marco Aurelio.

Todo lo que deseas obtener por el camino más largo, podrías conseguirlo al instante si te quisieras a ti mismo. Marco Aurelio.

El hombre que sólo considera bueno lo que llega a su hora, a quien le es indiferente hacer pocas o muchas obras pero siempre conformes a la razón, a quien no le preocupa contemplar el mundo más o menos tiempo, ese hombre no teme nada, ni siquiera la muerte. Marco Aurelio.

En el momento en el que surja cada pensamiento, cada emoción o cada tensión, imagina, sin prisas ni urgencias, que lo dejas marchar con la próxima exhalación. Cuando exhalas, suelta tu último miedo, tensión o preocupación. A. Howard.

[La relajación] consiste en fijar nuestra atención en los diversos grupos musculares, buscando las tensiones innecesarias y relajándolas conscientemente... Se debe proceder haciendo de forma consciente lo que tantas veces hemos hecho inconscientemente... El nivel consciente de la mente va, gradualmente, adquiriendo funciones que anteriormente estaban controladas por el subconsciente... Debes repetir el nombre de la zona del cuerpo con la que quieres trabajar y si estás tensando o relajando los músculos... Estos procesos verbales ayudan a desterrar pensamientos involuntarios. L. Bullen.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Destacar

Todos anhelamos ser vistos, ocupar un sitio entre los otros. Procuramos ganar esa visibilidad mediante múltiples apaños: desde el acicalamiento que realza una imagen atractiva hasta hacer gala de pericia o de saber. Claro que la aspiración a no quedarse atrás tensa las costuras del lienzo social, y a veces cuesta el precio de una abierta competencia. Hay quien no se conforma con un hueco entre el montón y pretende ser más visto que los otros. Hay una satisfacción profunda en ese reconocimiento que nos eleva por encima de la multitud, una ilusión de calidad superior que apuntala la autoestima y complace el narcisismo. Sin embargo, nuestros sentimientos ante el hecho de destacar son ambiguos, y con razón: sabemos que elevar el prestigio sobre la medianía suele comportar un precio en esfuerzo y conflicto.  La masa presiona a la uniformidad, y suele sancionar tanto al que se escurre por debajo como al que despunta por encima. Desde el punto de vista de la estabilidad de la tribu, tien...

La tensión moral

La moral, el esfuerzo por distinguir lo adecuado de lo infame, no es un asunto cómodo. Y no lo es, en primer término, porque nos interpela y nos implica directamente. Afirmar que algo es bueno conlleva el compromiso de defenderlo; del mismo modo que no se puede señalar el mal sin pelear luego contra él. Como decía Camus, «para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción». Debido a ello, la moral se experimenta, irremediablemente, en forma de tensión. Es pura cuestión de dialéctica: desde el momento en que se elige algo y se rechaza otra cosa, lo elegido se enfrenta a la resistencia del mundo, y lo rechazado se le opone en forma de insistencia. No es nada personal: lo que queremos se nos resiste simplemente porque lo perseguimos, y basta con pretender descartar algo para que nos lo encontremos por todas partes, vale decir, para que nos persiga.  Al elegir, lo primero que estamos haciendo es implantar en la vida una dimensión de dificultad, «que empieza ...

Observar y estar

Hacemos demasiado, hablamos demasiado. Con tanto ruido espantamos a la lucidez, que es ante todo silencio. Un silencio expectante, cargado de presencia. Un silencio abierto al rumor de los oleajes de la existencia, rompiendo en nuestras orillas. «Si las ejecutamos conscientemente, todas nuestras acciones son poesías o cuadros», dice Thich Nhat Hanh. La vida pasa ante nuestros ojos y no la vemos porque estamos buscándola. Pedir nos condena a la carencia: el que tiene no pide. No hay más mundo que el que se extiende justamente aquí, delante de tus ojos. Como nos recuerda Marco Aurelio: «Recuerda que sólo se vive el presente, este instante fugaz... Pequeño es el rincón donde se vive.»  Estamos ansiosos por saber, pero quien sabe observar tal vez no precise pensar tanto. Los orientales lo aseveran desde tiempos inmemoriales, y han hecho de ello una propuesta de vida y una divisa de redención: toda la sabiduría necesaria se resume en permanecer atento. Descender de las calimas de la me...

Menos lobos

Quizá resulte que, después de todo, Hobbes se pasó de desconfiado, y no somos, ni todos ni siempre, tan malas bestias como nos concibió en su pesadilla. Tampoco vamos a caer con Rousseau en la fantasía contraria, y soñarnos buenos por naturaleza, pero basta echar un vistazo a nuestros rebaños para comprobar lo dóciles y manejables que llegamos a ser mientras nos saben llevar. A veces nos sacamos los dientes unos a otros, pero rara vez llega la sangre al río, y aún más raramente conspiramos contra la imposición de la costumbre, por injusta que nos parezca. Es lo que sacaba de quicio a Nietzsche: predominamos los temerosos y los conformistas, y a menudo hasta proclamamos «¡Vivan las cadenas!», mientras, agradecidos, apuramos nuestro plato de sopa. ¿No exageraba el inglés al dictar que se nos amarre con rigor para evitar que nos desgarremos mutuamente?  Marx ya apuntó que la lucha más enconada no es entre individuos, sino entre clases sociales, y tal vez aún más en el pulso de los po...

Pecados

La tradición católica se afanó, al menos en mi generación, abonando en nuestras mentes infantiles el espectro del pecado. Cuando uno era, como lo era yo, más bien escrupuloso con el ascendente de la autoridad, y se tomaba a pecho el cumplimiento de las normas para ganar el estatus de «bueno» (o, al menos, no ser tachado con el de «malo»), el riesgo de incurrir en el pecado se convertía en fuente de un sufrimiento obsesivo. En definitiva, y puesto que el pecado abarcaba casi todo lo que podía evocar algún placer, la culpabilidad era un destino casi seguro, y, unido a ella, el merecimiento de castigo. Yo estaba convencido de ambas cosas, y tenía asumido que ni mi sumisión ni las penitencias a las que a veces me sometía servirían para librarme de la terrorífica condena. Y, sin embargo, debo reconocer, ahora que puedo hacerlo sin sentirme amenazado, que nunca entendí cabalmente la casuística del pecado. ¿Por qué es malo lo que no se puede evitar, lo que tira de nosotros desde dentro con t...