Si nuestra mente no generalizara, si no estructurara el mundo en conjuntos y contrastes, nos sería imposible pensar. El mundo sería un maremágnum de puntos minuciosos donde pereceríamos sin poder agarrarnos a ninguna forma ni sentido. Percibir es trazar esquemas irreales sobre una realidad inabarcable, como se perfilan constelaciones en la infinidad del cielo estrellado. Pensar y sentir también deben serlo, según adujo Kant. El conocimiento aspira a aproximarse a esa «realidad» de la que fuimos expulsados sin retorno, y que suponemos que existe precisamente porque nos pasamos la vida construyendo mapas de ella. Aun sabiendo que a menudo nos engañamos mucho y siempre un poco, contamos con que debemos estar haciéndolo sobre algo que realmente se encuentra ahí. Comprender cómo construimos nuestra percepción del mundo tal vez no nos exima de engañarnos sobre él, pero al menos puede servirnos para ser más cautos con nuestras certezas. Un artefacto de la percepción que siempre me asombr...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida