Creo que tenemos peor resuelta la relación con nosotros mismos que la interacción con los demás, por perturbadora y enrevesada que esta nos resulte. Nuestra división interna, como Freud ya supo ver, es un vivero de conflictos, porque de la multiplicidad surge inevitablemente la tensión. De hecho, la diversidad consiste en eso, en una profusión de voluntades —voluntades de poder, diría Nietzsche— que intentan prevalecer y en definitiva controlarse entre sí; a veces también cooperan, pero la colaboración no es más que un compromiso transitorio mientras no sale a cuenta el enfrentamiento. Todas estas dinámicas nos resultan familiares en nuestra relación con los demás, y a menudo son motivo de convulsos problemas. Pero estamos acostumbrados a ellas, su demarcación es más nítida (el yo no suele confundirse con el tú, al menos del todo); se podría decir que estamos hechos para ellas y, por incómodas o dramáticas que nos resulten, disponemos de instrumentos para afrontarlas. Empezando por el ...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida