A menudo rescato la vieja pregunta de si muchos problemas, acaso todos, no serán en esencia una cuestión de perspectiva. Quién no ha comprobado que lo que implica un conflicto o una contradicción en un determinado nivel, queda incorporado de forma coherente en otro. Las partes que son tesis y antítesis pueden convertirse en síntesis si las consideramos un poco más allá o con mayor amplitud. Así, la resolución de conflictos no se limita al ámbito racional, es una tarea casi estética: tiene más de arte, de danza, de música, de flexibilidad. Consiste en una revisión de mapa, de punto de vista.
Lo que llamamos sabiduría, entonces, podría consistir en el desarrollo de una mente suficientemente flexible para escrutar de cerca en el análisis y a la vez contemplar de lejos en la síntesis, en ese conjunto armónico e inclusivo que se ha llamado gestalt. Los teóricos de la Gestalt nos han mostrado cómo la mente tiende a organizar los elementos de las percepciones en «buenas formas», aplicando pautas para ordenar el caos; así, lo que de cerca se aparece como un amasijo de puntos caóticos cobra sentido de lejos constituyendo una imagen, como las manchas en el test de Rorschach. Al manejar las gestalt, nos convertimos en ilustradores de nuestra percepción, desplegándola como un proceso activo, que nos da juego para construir nuevos significados. El sentido sería, quizá y ante todo, una oportunidad para la imaginación.
Afirma Camus que el principal problema filosófico es si la vida merece ser vivida. Una primera aproximación le lleva a concluir que no, dándose de bruces con el rudimentario absurdo; pero una exploración más flexible le conduce a una intuición alternativa: el heroísmo absurdo. En realidad, Camus no halla un sentido incontestable porque no lo hay. Pero ensancha su perspectiva hasta dar con una gestalt más satisfactoria.
Quizá la más genuina tarea filosófica sea esa: ensanchar continuamente la perspectiva para imprimirle un sentido. Nadie nos redimirá de la inquietud básica, lo que Salvador Pániker llama «radiación de fondo»: ignoramos demasiado, las certezas son frágiles y nos moriremos un día. En medio de esa ansiedad, podemos ejercitar dos buenas prácticas: apaciguar progresivamente nuestra rebeldía mediante la meditación y la ecuanimidad, y equilibrar nuestro universo perceptivo mediante una perspectiva gestáltica. No tenemos respuestas, pero podemos concebir propuestas. Y tal vez eso resulte suficiente para seguir caminando.
Cuando nuestros pequeños males pasan a convertirse en parte de algo mucho más amplio, que los contiene y los completa, recuperan su verdadera dimensión, su entidad a la vez esencial y en definitiva anecdótica. Entonces quizá en alguna parte de nosotros acontezca la sorpresa, puede que incluso el humor, y de repente nos sintamos salvados.
La actitud ante la vida, y en concreto ante sus problemas, es a la postre un asunto de perspectiva. «Todo es según el color del cristal con que se mira»: tal vez parezca un poco simple, pero merece que lo tomemos en serio. Madurar, en este sentido, consistiría en ampliar progresivamente el campo, considerando puntos de vista cada vez más complejos y variados, y permitiendo que desafíen nuestros sistemas de valores y nuestras rígidas posturas. La mirada perspicaz no tiene miedo de explorar lo inédito y pintarle panorámicas al caos.
La lejanía, que al ojo
empequeñece los objetos, al pensamiento se los agranda. Schopenhauer.
Todo tiene encanto para quien, con sensibilidad e inteligencia, puede captar el conjunto. Marco Aurelio.
En efecto, resulta curioso como la solución a problemas ajenos la vemos con relativa facilidad. Para nuestros problemas, nos resulta más difícil.
ResponderEliminarY además de la perspectiva, totalmente cierto, cabría añadir el factor humano.
Al hilo de esta acotación, recuerdo, como no, una película: "Sully". Dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Tom Hanks, nos cuenta el hecho real del aterrizaje forzoso que realizó el comandante Sully sobre el río Hudson, a causa de un choque con aves que dejó inutilizados los dos motores del avión. Y salvó la vida de todos los pasajeros.
La película nos cuenta la investigación de la Compañía de Seguros, por supuesto con el objetivo de culpar al piloto, y las múltiples pruebas que realizaron en simuladores, y que daban como resultado que el piloto erró en su decisión de aterrizar sobre el río, ya que podía haber regresado al aeropuerto de salida.
Todas las pruebas con el simulador daban como resultado que había tiempo de volver al aeropuerto.
Sin embargo, el comandante Sully, puntualizó que en el simulador no se estaba teniendo en cuenta el factor humano. Es decir, los pilotos del simulador actuaban en el instante siguiente al impacto con las aves, porque ya sabían que los motores estaban inutilizados. Es decir, reaccionaban "a toro pasado". Claro, Sully comentó que ellos (él mismo y el copiloto), vivieron el impacto como primera e inesperada vez en su vida. Es decir, tuvieron que informarse de lo sucedido y de los daños, antes de decidir. Hacer comprobaciones, etcétera.
Se convino en estipular el tiempo de reacción en 35 segundos, que aún siendo escaso, Sully aceptó.
Cuando introdujeron los datos en los simuladores, con un tiempo de reacción de 35 segundos (factor humano), todas las pruebas resultaron con el avión estrellado.
Película muy recomendable.
También yo soy un admirador de "Sully". De la película y sobre todo de la persona. Le dediqué una entrada en este mismo blog: https://filosofias-para-vivir.blogspot.com/2019/06/sully.html
EliminarAllí la elogiaba como muestra de coraje y perseverancia. Tú destacas la importancia de la perspectiva a la hora de juzgar las cosas. Es lo que tienen las buenas historias, que son capaces de inspirarnos en muchas direcciones.