Ir al contenido principal

Selección cultural

Lo que se ha llamado selección cultural (Harris), como derivación de la «selección natural» que opera en la evolución biológica, es una trasposición discutible y, desde luego, su paralelismo se agota en el mero concepto. Considerar que las formas culturales evolucionan, como las formas biológicas, por algún tipo de selección de eficiencia, es aplicar a la cultura leyes que no le corresponden; al menos no tenemos prueba terminante de que lo hagan.


Es cierto que la cultura se construye como un modo colectivo de respuesta más o menos apropiada a las exigencias del entorno, con el objetivo de aumentar las probabilidades de supervivencia de los individuos de ese colectivo. Y es evidente que la mayoría de las formas culturales (eso que Ortega llamó usos) han sufrido un proceso de refinamiento en las estrategias en función de su eficacia como respuesta al entorno. Pero el paralelismo entre ambos mecanismos de adaptación termina ahí. La cultura no es un artefacto directamente vinculado a la supervivencia, como los cambios genéticos, sino que está mediado por el sentimiento, la creatividad y la convención. Más en concreto, el principal mediador de la cultura es la propia naturaleza de las relaciones que se vayan estableciendo entre los miembros del grupo. Mientras que la selección natural actúa sobre individuos (sobre los genes que portan esos individuos), la evolución cultural implica a las dinámicas de grupos, y a la interrelación de los individuos en ellos. 
Los animales sociales no desarrollan culturas propiamente dichas (aunque algunos científicos apuntan posibles variabilidades protoculturales). Por más que se organicen de forma asociativa, siguen estrechamente condicionados por la selección natural, que actúa a través de la supervivencia y la reproducción. En el ser humano, la estructura colectiva adquiere una entidad propia, se desarrolla según determinadas iniciativas y sobre todo según las dinámicas que se establecen entre los individuos dentro de la comunidad. El influjo de la inteligencia, las emociones y la imaginación en las formas culturales permanece bastante atenuado mientras la supervivencia sigue predominando en primer plano por el hecho de no estar asegurada. Cuando la supervivencia de los individuos resulta suficientemente confiable como para darla casi por segura, cuando el grupo alcanza una cierta estabilidad en la disposición de recursos, lo que pasa a primer plano, el verdadero desafío, es la propia dinámica grupal. Emancipado de las leyes implacables de la selección natural, el hombre, convertido en sujeto social, tiene que desenvolverse en un nuevo ámbito mucho más complejo, que es el de las relaciones. 

Si no es la selección natural, ¿cuáles son las leyes que rigen la imposición de unos usos sociales sobre otros? ¿Qué fuerzas configuran la evolución cultural? ¿Por qué se establecen unas normas y no otras, unas jerarquías y no otras, unos tabúes y no otros? ¿Cabe pensar que existen fuerzas tan claras y directas como la selección natural actuando en una suerte de «selección cultural»? De entrada parece clara al menos una cosa: difícilmente encontraremos un mecanismo tan rotundo como la selección natural por adaptación a la hora de encarar una pretendida selección cultural. Se impone una mayor variabilidad de formas y resultados, producto del conflicto entre distintas apetencias, fortalezas físicas, creatividades, y, en definitiva, distintas historias. Creo que fue Leontiev el que dijo que en el hombre la selección biológica es sustituida por la Historia. En todo lo humano puede encontrarse ese carácter narrativo, esa tensión dialéctica entre costumbre e innovación.

Comentarios

  1. Algo curioso es que he conocido personas con un nivel cultural bajo (me refiero a pocos estudios) y ausencia de cultura general (historia, lengua, literatura, matemáticas o ciencias) y sin embargo poseían una inteligencia considerable.
    Desconozco cuál es la relación entre cultura e inteligencia, si es que la hay...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Interesante pregunta, que yo me hice a menudo como docente... Como sabrás, cada vez la pedagogía oficial ha desprestigiado más el conocimiento específico, eso que llamamos «cultura general», descartándola a favor de los procesos o, como se dice ahora, las «competencias» (comprensión, estructuración, razonamiento, expresión...).

      Sin embargo, mi conclusión (políticamente incorrecta) es que al talar los árboles nos hemos quedado sin bosque; contestando a tu pregunta: creo que la «cultura» es la materia prima de la inteligencia, y que se refuerzan y dan sentido mutuamente. Y conste que, como dices, existe un saber no reglado, un saber práctico, fruto de la propia experiencia, sin duda más importante que el académico, pero que tampoco lo descarta.

      En fin, todo esto es solo mi opinión, no conozco ningún estudio científico al respecto (al parecer, ni los pedagogos los necesitan para sus teorías, ni los políticos para optar por los programas de estudios).

      De todos modos, supongo que habré sabido dejar claro que la «cultura» a la que me refiero en el artículo no es la de los conocimientos académicos, sino que uso el término en el sentido antropológico, refiriéndome a los «modos de vida propios de una sociedad».

      Eliminar
  2. Ahora, al leer el artículo otra vez, me doy cuenta de que me fui a la cultura de conocimientos, y no te refieres a esa, como dices.
    He tenido que leerlo dos veces para entenderlo correctamente, la segunda vez más tranquilo. Eso te acerca al maestro Punset, con él me pasa igual...jejeje

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Anímate

Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con...

Destacar

Todos anhelamos ser vistos, ocupar un sitio entre los otros. Procuramos ganar esa visibilidad mediante múltiples apaños: desde el acicalamiento que realza una imagen atractiva hasta hacer gala de pericia o de saber. Claro que la aspiración a no quedarse atrás tensa las costuras del lienzo social, y a veces cuesta el precio de una abierta competencia. Hay quien no se conforma con un hueco entre el montón y pretende ser más visto que los otros. Hay una satisfacción profunda en ese reconocimiento que nos eleva por encima de la multitud, una ilusión de calidad superior que apuntala la autoestima y complace el narcisismo. Sin embargo, nuestros sentimientos ante el hecho de destacar son ambiguos, y con razón: sabemos que elevar el prestigio sobre la medianía suele comportar un precio en esfuerzo y conflicto.  La masa presiona a la uniformidad, y suele sancionar tanto al que se escurre por debajo como al que despunta por encima. Desde el punto de vista de la estabilidad de la tribu, tien...

Defensa de la nostalgia

Un supuesto filósofo, de cuyo nombre no quiero acordarme, sermonea por la radio nada menos que este lema: «La nostalgia es una irresponsabilidad». Desde su pedestal, a este predicador solo le ha faltado decretar la hoguera para los reos de melancolía. Y, como puntilla de su hibris , añade: «Un filósofo tiene que ser tajante, no puede quedarse en medias tintas». Dudo que los dicterios de este riguroso moralista tengan la menor veta de filosofía. Porque si algo caracteriza al pensador honesto es la duda y el matiz. Precisamente la complejidad de las medias tintas. Para sentencias terminantes ya tenemos la fácil temeridad de la ignorancia. En la convicción inamovible se está muy bien: la lucidez empieza en el cuestionamiento, y por eso resulta incómoda y aguafiestas.  Así que yo me permito pasar los axiomas de este señor por el cedazo de mis interrogantes. Ciertamente, la nostalgia es una tristeza, y eso bastó para que Spinoza y Nietzsche la rechazaran. El budismo tampoco la acogería...

La tensión moral

La moral, el esfuerzo por distinguir lo adecuado de lo infame, no es un asunto cómodo. Y no lo es, en primer término, porque nos interpela y nos implica directamente. Afirmar que algo es bueno conlleva el compromiso de defenderlo; del mismo modo que no se puede señalar el mal sin pelear luego contra él. Como decía Camus, «para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción». Debido a ello, la moral se experimenta, irremediablemente, en forma de tensión. Es pura cuestión de dialéctica: desde el momento en que se elige algo y se rechaza otra cosa, lo elegido se enfrenta a la resistencia del mundo, y lo rechazado se le opone en forma de insistencia. No es nada personal: lo que queremos se nos resiste simplemente porque lo perseguimos, y basta con pretender descartar algo para que nos lo encontremos por todas partes, vale decir, para que nos persiga.  Al elegir, lo primero que estamos haciendo es implantar en la vida una dimensión de dificultad, «que empieza ...

Conversación

Los espartanos consideraban que se habla demasiado, y por eso, antes de abrir la boca, procuraban asegurarse de que lo que iban a decir valía la pena, aportaría algo nuevo y no haría a nadie un daño innecesario. Debían ser un pueblo muy silencioso, y su gusto por la brevedad explica que hayamos incorporado su gentilicio «lacónico» como sinónimo de concisión. Es cierto que solemos hablar de más, pero hacerlo tiene un sentido social que escapa a la austeridad de aquel pueblo de adustos guerreros. Por paradójico que parezca, normalmente no conversamos para transmitir información. Necesitamos hablar porque es nuestra manera de encontrarnos, de estar juntos, de sentirnos unidos. Cierto que lo que nos entrelaza es frágil: meros mensajes, a menudo banales, muchas veces inapropiados. Sin embargo, por frágil que sea, cumple su función primordial de vínculo. Además, hay que respetar las palabras, incluso las más triviales, porque el verbo es más fuerte que nosotros, porque nos trasciende y nos ...