sábado, 3 de febrero de 2024

Grandes esperanzas

«La esperanza es lo último que se pierde», proclama el refrán popular, animándonos a no cejar en los empeños que valgan la pena. Fue, en efecto, la esperanza lo único que se quedó sin salir de la caja de males de Pandora. Curioso mito que expresa la profunda ambivalencia de ese sentimiento: ¿qué hacía en un depósito de males, y por qué no salió con los otros a hacer estragos por el mundo? ¿Se quedó en lo más profundo como último acicate del corazón, o para envenenarlo con su melancólica fe en la redención futura? 
Ese don divino, que retuvo para nosotros la temeraria muchacha, huele a trampa. La apuesta contumaz por el mañana vivifica el ánimo abatido, pero también congela su mirada. Esperar tiene algo de cautiverio, de impotencia. Así nos lo previene Spinoza, hermanando esperanza y miedo. Esa «alegría inconstante» que nos inspira la primera tiene el reverso de la «tristeza inconstante» del segundo: uno nos lleva a otro sin darnos cuenta, paralizándonos en la contemplación de una quimera. 
Hay que contar con esta profunda ambivalencia. La esperanza, desde el punto de vista ético, puede actuar como elemento motivador fundamental, pero, alerta Comte-Sponville, también como un impedimento. Todo es cuestión, una vez más, de oportunidad y destreza. 

No podemos vivir sin esperanza, como no podemos vivir sin deseos. Platón ya avisó que el deseo equivale a carencia (solo deseamos lo que nos falta), y que la carencia es una amargura. Sin embargo, esa propia naturaleza carente es la que nos pone en marcha para compensarla, del mismo modo que la sed nos hace buscar una fuente. Y, cuando hay sed, y precisamente porque la hay, acudir a la fuente se convierte en un gozo. Así que el deseo no tiene por qué formar parte de la trampa que auguraba Schopenhauer, al hacernos oscilar entre la insatisfacción y el aburrimiento; basta que sepamos desear con buen ánimo, sin el matiz angustioso del compulsivo, y disfrutar razonablemente de nuestros logros, y aun más del camino hacia ellos. 
La esperanza es, por consiguiente, lo que nos proyecta hacia un futuro atrayente, lo que nos motiva, nos pone en movimiento en dirección a ese futuro. Trae el futuro al presente en forma de imagen deseable, y lo convierte en consigna para actos presentes; es decir: dispone el presente en función de esa expectativa imaginaria. En este sentido, la esperanza nos saca de la mera facticidad del presente —el viscoso engrudo de lo que es—, y pone en marcha una acción para convertirlo en otra cosa. La esperanza nos convierte en sujetos activos. 

Pero el grácil deseo se convierte en maldición cuando es obsesivo, cuando es él quien nos posee. Así, una esperanza desmedida, ilusa, tiene un efecto inmovilizador, bien porque nos pone al vano servicio de lo inalcanzable, bien porque, al presentárnoslo como tal, nos sume en la frustración. «Siempre estamos separados de la felicidad por la misma esperanza que la persigue», lamenta Comte-Sponville. Habría que apostillar: siempre, no; pero es sin duda un peligro. 
Los psicólogos distinguen dos estilos de toma de decisiones, basados en la aspiración. Los maximizadores dan vueltas y vueltas en busca de la decisión óptima; los satisfactores deciden rápidamente, agarrando la oportunidad al vuelo. Aquellos son los que más trabajan y se estresan, los que más oportunidades pierden y los que, por grandes que sean sus logros, nunca están del todo contentos. Lo mejor les priva de lo bueno. Sufren tanto porque están entregados a grandes esperanzas.

6 comentarios:

  1. Excelente artïculo, con final cerrado y muy acertado. Me siento reflejado.
    "La desesperanza se fundamenta en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza en lo que ignoramos, que es todo". Algo así decía el escritor belga Maeterlinck, Nobel de Literatura en 1911. También estoy de acuerdo.
    Justamente es lo mejor que tiene la esperanza.

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    1. Me alegra que coincidamos. La brillante sentencia de Maeterlinck viene como anillo al dedo para enfrentarnos a esa profunda ambivalencia de la esperanza. Hasta qué punto nos movemos por puras quimeras, hasta qué punto nos confunden, pero hasta qué punto -también- las necesitamos.

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  2. Sí, yo creo que en nuestro interior hay un rinconcito permanente y místico que nos hace sentir que las cosas mejorarán.

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  3. ...o por lo menos, que existe esa posibilidad.

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    1. Y no solo eso. Todo lo que hacemos, lo hacemos proyectándolo hacia el futuro. La esperanza abre el futuro a nuestras intenciones, lo convierte en el escenario de la posibilidad; nos inmiscuye en nuestro destino, en lugar de someternos a él.

      Uf, me has hecho detenerme a pensar que este tema tiene tela y requiere un análisis más detallado. En todo caso, me parece que Spinoza se precipitó al reducir la esperanza a mera tristeza... Ya no lo veo tan claro. Me parece que es algo más serio y más complejo. ¡Gracias por el intercambio, querido amigo!

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  4. Sí, muy pocas veces las cosas son solo de una determinada manera. Quizá nunca.

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