sábado, 25 de noviembre de 2023

Triunfos del parásito

El parásito, en lugar de adquirir el sustento por sí mismo, se apropia del de otro individuo, al que se adhiere como una sombra, lo mismo que un inquilino gorrón. El fenómeno del parasitismo resulta fascinante: se diría que el parásito existe solo hasta cierto punto, o, mejor, que existe como parte de otro. Lo que pierde como entidad lo gana en prosperidad. 

Bien mirado, desde la perspectiva de un biólogo, hay que reconocer que en el contexto de la naturaleza tampoco resulta un recurso tan sorprendente: tiene mucha similitud con la depredación, solo que sin ataque y sin sangre, con un estilo basado en la discreción y la persistencia; una depredación a fuego lento que, la mayoría de las veces, no mata al anfitrión, solo le debilita. El inquilino gorrón tampoco suele llevarnos a la ruina, sino que se limita a colonizar nuestro espacio y aligerar nuestro bolsillo. El anfitrión así exprimido dura más que la víctima aniquilada, lo cual es una ventaja para el parsimonioso parásito, que ha incorporado algo así como una explotación sostenible de su recurso. 
Estas consideraciones biológicas evocan curiosos paralelismos en el ámbito de las relaciones humanas; nos hacen pensar en el fenómeno —ya reflejado en historias del cine y de la literatura— de lo que podríamos llamar parasitismo social. En el inventario de las interacciones personales, el rol parasitario merece un lugar destacado, y sería digno de una exploración más minuciosa que la que se le ha dedicado. El caso del inquilino gorrón al que nos referíamos es uno de los más burdos; tienen más interés otras variantes mucho más sutiles y, por ende, perniciosas. 

Hay, en efecto, personas que se adosan a otras, de múltiples maneras y en diversos grados, y afectando a aspectos de lo más variopinto. Personas que tal vez no puedan construir por sí mismas una identidad y necesiten apropiarse la de otros, que quizá no sean capaces de desenvolverse a solas en determinados ámbitos y forjen discretas e interesadas complicidades; ocupas de lo ajeno, por impotencia o por pereza. De hecho, cabe esperar que los oportunistas abunden más que los perezosos puros, porque, al fin y al cabo, el parasitismo tiene como precio un cierto grado de pérdida de libertad, una especie de condena a ejercer de eterno segundón, un tener que amoldarse a la vida y las veleidades del otro. El parásito tiene que renunciar a buena parte de su voluntad y su individualidad, lo cual, aunque simplifique la complejidad y reduzca la incertidumbre, le quita buena parte de su sabor a la vida. 
En este sentido, el parásito es una pobre persona, en cierto modo es una persona a medias, incompleta, translúcida, evanescente. El parásito se esconde en los repliegues de otro, emboscado y camuflado, succionando a pequeños sorbos una personalidad, un papel y una historia que no le pertenecen pero que consigue apropiarse de algún modo. El parásito ha renunciado a inventar, a descubrir, a conquistar, y sobrevive a lomos de espaldas ajenas, entrometido en un destino que no lleva su nombre. Hay que compadecerle. 

Pero no demasiado. Y no solo porque su pusilánime cobardía inspire más bien desprecio. En primer lugar, a su manera, es un buen negociante: un triunfador a quien salirse con la suya le sale barato. Agazapado en su confortable guarida, medra a salvo de pérdidas y riesgos. Bajo su guisa de don nadie, practica una hábil manera de ser alguien, con la ventaja de que nunca le juzgarán ni le pedirán explicaciones. El parásito, con la cuchara en la mano, aguarda la sopa boba de la aventura humana. A veces hasta se adueña de ella por completo. 

7 comentarios:

  1. ¿Es el ser humano un parásito de La Tierra?
    "...el parásito ha incorporado algo así como una explotación sostenible de su recurso", (genial) dices.
    Entonces, no.

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  2. Sería un parásito tonto, o un depredador lento...

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    1. Jajaja, genial. Somos parásitos tontos. Me lo anoto. Y lo malo es que seguramente no tenemos remedio. Ya sabes aquello que se atribuye a Einstein: «Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy realmente seguro de lo segundo.»

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  3. Genial Einstein. También se le atribuye aquello de: "No esperemos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo". Claro y conciso.

    Yo creo que representamos un problema como especie y que una posible solución reside en nosotros mismos como individuos.
    También fue Einstein quien dijo aquello de: " Para que las cosas mejoren hemos de pensar de forma distinta"...y eso lo veo difícil mientras el dinero mande.

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  4. Al hilo de tu cita, hoy he leído: "Es una lástima que la estupidez no duela" de Anton Lavey.
    Jajaja...genial

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    1. ¡Esta es buenísima! Lo que temo es que la vida se nos haría insoportable de tanto dolor...

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  5. Jajaja...sí...habría cola en las farmacias.

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