Cuando uno es joven hace muchas cosas bellas y estúpidas (envejecer es seguir haciendo cosas estúpidas, pero cada vez menos bellas). Hoy recordaba cuando un grupo de amigos fuimos a casa de otro en un pueblecito cercano a Teruel. Eran las fiestas del Ángel en la capital, y nuestro anfitrión nos acercó en su coche.
Gentío, alcohol, risas y la sensación de ser dueños del mundo. Mis compañeros me dejaron charlando con una guapa muchacha que nos presentó mi amigo, y se me fue el santo al cielo de la hora a la que habíamos quedado en el Torico para volver a su casa. Cuando la ninfa me despachó y me dirigí al punto de encuentro, ya se habían marchado; según supe después, mi amigo creyó que había decidido quedarme con la moza. Así que vi amanecer sin cobijo y sin gloria, y aún tuve que esperar tirado algunas horas, a que mi amigo durmiera la mona y se le ocurriera venir a buscarme. En aquel tiempo no había teléfonos móviles.
Ya de mañana, mientras rumiaba el fastidio, paró un coche en mis narices. Lamentablemente, no era que vinieran a por mí. Un gachó, desde la ventanilla, me cosió a preguntas zumbonas y burlas. Yo me sentía exhausto, perdido en el mundo, y lo cierto es que nunca se me ha dado bien mandar a los petulantes a hacer gárgaras. El tipo me atormentó, para regocijo de sus acompañantes, hasta que se aburrió del juego. En las horas interminables que aún esperé, tuve tiempo de mascar la rabia y la miseria de sentirme un pazguato. Menos mal que por fin me rescataron a la hora de comer.
El recuerdo, por suerte, viste muchos viejos sufrimientos de ternura. Sin embargo, la cara de aquel fulano, su venenosa sonrisa en la ventanilla, y la ensañada humillación se me quedaron grabadas en los archivos de las rabias no resueltas. También del desconcierto, porque nunca he logrado entender del todo el placer de dedicar tu tiempo a martirizar a otro con escarnio y chirigota, aprovechando que está solo y tiene cara de bobo. Hoy supongo que tendría menos paciencia, y seguramente me marcharía, tal vez incluso se me habría ocurrido hablarle con franqueza y preguntar si tenían la amabilidad de acercarme al pueblo de mi amigo. ¿Será que sigo siendo bobo? A veces la franqueza funciona.
En cualquier caso, he seguido dándole vueltas a la insidiosa, enigmática jactancia. Demasiado frecuentada como para que no tenga algún valor profundo, elemental. Cuando asisto a la farsa de un arrogante no puedo evitar acordarme de los gatos, cuando juegan con un ratoncillo aterrorizado. Ignoro si los gatos disfrutan con ese cruel pasatiempo de zarpazos comedidos, ahora te tengo atrapado, ahora te permito el espejismo de que escapas…, ahora te aplasto con un golpe final…
No sé los gatos, pero las personas sí disfrutan sometiendo a otras a su altanería. Supongo que la arrogancia crea una ilusión de poder. O, mejor dicho, es poder en sí misma. El comportamiento arrogante avasalla al otro, le somete por mero capricho, le acorrala por puro entretenimiento. El arrogante saca las uñas y goza notando cómo su víctima se amilana y le cede el espacio. Y entonces se crece y se pone a marearlo a manotazos. Cada cachete no respondido lo encumbra un poco más en su trono miserable. Manipulando, despreciando, concibe para sí mismo una supremacía ficticia que compensa su probable sensación de inferioridad. El arrogante se ha desentendido de la dignidad, y por eso se la arrebata a otro. El arrogante quizá humille porque ha sido humillado, y le corroe el resentimiento, y araña la ilusión de restaurar su autoestima herida. Es un triste pordiosero de valía.
Jajaja...disculpa querido amigo, pero es que me lo he pasado pipa leyéndote.
ResponderEliminarEste artículo es un perfecto ejemplo de lo sano que es leer.
Debiste pasar frío, en Teruel y sin techo. He disfrutado con la visualización de la anécdota, claro, sabiendo ahora que no te pasó nada. Y reconozco que me han surgido ganas de introducir mi puño con asombrosa velocidad en la incordiante ventanilla, golpear dentadura ajena, y si acaso patear los dientes arrancados que se hubiesen esparcido por el suelo. O jugar con ellos, como gato con ratón. La venganza no cura, pero calma. Jejeje...
Es cierto que hay quien se merece un tortazo.
Bah, ese tipo era en el fondo un pobre hombre y se le notaba. También debía haberle salido mal la noche, y lo pagó conmigo en lugar de insultarse a sí mismo delante del espejo. Yo le di un pequeño resarcimiento a su poder maltrecho. Con su pan se lo coma.
EliminarLo que más me duele es haber perdido a mi ninfa...
Pero no se puede perder lo que nunca se tuvo, ¿no?...jejeje
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