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Reticencias al Eros

En La agonía del Eros, Byung-Chul Han enfatiza lo fecundo de la negatividad del otro. Negatividad, cabe entender, en los dos sentidos: el de conflicto o sufrimiento (inevitable en tanto que otro: distinto, extraño) y aquella dimensión más sutil, ambivalente como el Tao, de oquedad, entraña, misterioso abismo en el que al mismo tiempo nos guarecemos y nos despeñamos. 


Solo una verdadera apertura al otro nos salva de la reiteración de lo igual a la que aboca el narcisismo: únicamente el espacio que hay más allá de nosotros nos permite salir de nosotros. “El sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo”. 

El Eros, que es algo más y menos que el amor, representa una entrega a lo desconocido, nos da la oportunidad de esa epifanía, por contraste con un amor reducido a transacción comercial y pacto entre intereses egocéntricos. “La sociedad de consumo aspira a eliminar la alteridad atópica a favor de diferencias consumibles… Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo.” Así, “en la relación de poder y dominación me afirmo y opongo al otro en la medida en que lo someto. En cambio, el poder de Eros implica una impotencia en la que yo, en lugar de afirmarme, me pierdo en el otro o para el otro, que me alienta de nuevo”. 
Esta interpretación de Han, sin duda atinada, adolece un tanto de esquemática; su fervor nietzscheano obvia la profunda vulnerabilidad, al complejo aluvión de desafíos que pavimenta lo cotidiano. En la familia, en el trabajo, incluso en el grupo de amigos, el otro no es solo fecundador, es también incierto y amenazante. Mejor dicho: es fecundador porque es amenazante. Pero lo amenazante, con razón, nos inspira prevención y cautela. Han desprecia esa cautela, y opina que habría que lanzarse a la negatividad, porque eso es la vida, y lo contrario es la no vida del esclavo, del productor capitalista. 

Tal vez sea por cobardía, por comodidad o por hedonismo, pero a nadie le gusta sufrir. La invitación de Han, como la de Nietzsche, rebosa la épica de los héroes, incluso la lírica de los mortales que quieren apurar la vida hasta la última gota. Pero la mayoría casi nunca somos ni héroes ni poetas. La mayoría somos buenos animales, como decía R. Rolland, que, sabiéndose limitados y frágiles, intentan disfrutar de lo que pueden y evitar angustias que los devasten. La vida, en sí misma, ya es un cataclismo que nos excede, incluso cuando discurre entre monotonías y aburrimientos. Y con respecto a la muerte, nunca supe encontrarle ninguna gloria: bastante tengo con que no me suma en la desesperación. 
Así que no exageremos, señor Han. Tiene usted razón en que el productivismo mata el Eros, en que a menudo nos regodeamos en el narcisismo, en que nos falta valor y generosidad a la hora de acercarnos al otro (al que tratamos, tantas veces, como un mero producto). Hay que elevar la voz junto a usted para denunciar esa cosificación a la que procura relegarnos el capitalismo global. Pero, señor Han, la mayoría de la gente sigue amando y soñando con ser amada, sigue deseando y sufriendo, sigue procurando sostenerse con pequeñas alegrías. La mayoría de la gente, señor Han, sigue sintiéndose desabrigada y teniendo miedo, como en las crudas noches ancestrales. A muchos nos encantaría llegar más lejos, pero lo poco que tenemos ya nos lo hacen pagar caro, y, de todos modos, nuestros hijos tienen que comer. Nos encantaría la aventura, pero hemos de hacernos cargo de nuestra mediocridad de facturas y finales de mes. Qué le vamos a hacer. 

Comentarios

  1. ¡Fantástico final! Jejejeje...
    Aunque estamos llegando a un punto en que la mediocridad de llegar a fin de mes, se ha convertido en todo un lujo.
    Quizá sea eso lo que nos ofrece el capitalismo, lujos mediocres.

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    Respuestas
    1. ¡"Lujos mediocres"! ¡Esto solo ya da para todo un tratado! ¿Por qué no escribes un artículo al respecto? Te aviso que si no lo haces quizá lo haga yo, jeje... Eso sí, prometo mencionar la deuda del título.

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  2. Adelante, querido amigo...Jamás llegaría a tu nivel, el escritor eres tú, jejeje

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