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Éticas no tan contradictorias

Perspectivas contrapuestas… Spinoza y Sartre. El primero me fascina porque no solo no condena las mezquindades de lo humano, sino que las juzga, magnánimamente, como parte del esfuerzo innato por perdurar, en un universo donde muchas potencias conspiran contra nosotros; en Spinoza, el mal sugiere, ante todo, un vórtice de errores cometidos desde la desesperación y la ignorancia; por consiguiente, lo prioritario sería entender y afrontar. ¿No se desprende de esta propuesta ética una exquisita compasión por la fragilidad del individuo, que se enfrenta como puede a los desafíos de la existencia? 


Por otro lado, Sartre me conquista con su heroico reclamo de responsabilidad. Mis veleidades heroicas se avivan con su llamada a una ética consciente, que siempre dé la cara y no se cobije tras ningún supuesto determinismo. Infinidad de factores nos condicionan, nos limitan, nos empujan, pero en última instancia siempre podemos (tenemos que) elegir. Frente a él, Spinoza afirmaba que todo está predeterminado, como los movimientos de los astros o las leyes de la física. Lo que cualquier organismo quiere, en primera instancia, es sobrevivir: así es como está hecho, y eso no lo puede elegir. 
¿Son compatibles esas dos éticas? Voy a tener el atrevimiento de intentar cruzarlas. Al cabo, ambas están emparentadas con Nietzsche: Spinoza como precedente, Sartre como heredero. Tal vez por ahí se les pueda encontrar un nexo. 

El núcleo de la propuesta sartriana es la libertad, justo lo que Spinoza niega. En realidad, sin embargo, están haciendo hincapié en dos polos del mismo campo magnético. La libertad de Sartre no está exenta de condicionantes, es más vivencial que efectiva, más un gesto que un poder. Sartre nos quiere lúcidos y valientes, dispuestos a empuñar el timón de la vida sin excusas. Spinoza también: aunque en el fondo todo esté determinado por Dios, el hombre protagoniza su parcela de destino; luego puede elegir, y debe hacerlo consciente de qué es lo que le da fuerzas y lo que se las quita. Si algo está eligiendo por él, en realidad lo constituye: no en vano formamos parte del todo y somos uno con él. La Voluntad de vivir de Schopenhauer se asemeja al conatus spinoziano: es un impulso superior al propio individuo, porque está en todos, pero el individuo materializa esa fuerza vital universal, le da cuerpo y extensión, la realiza y la despliega en el tiempo. 
“Al elegir, uno está eligiendo por toda la humanidad”, dice Sartre: ¿no está aludiendo a una dimensión supraindividual superpuesta a la dimensión individual, que se imbrica en ella inevitablemente? La ética sartriana invoca una libertad condicionada: el que elige lo hace siempre desde sí mismo, y ese sí mismo, precisamente, no depende por completo de él, hunde sus raíces en circunstancias que lo exceden (los genes, el inconsciente, la educación, el contexto social, la biografía…). El individuo se experimenta como una voluntad que elige, pero falta explicar quién es el que elige, y cómo ha acabado siendo el que es: como avanzaba Schopenhauer, “una persona puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere.” 

Por su parte, la ética de Spinoza emplaza al individuo en una red tan tupida como la de aquellas moscas que al holandés le encandilaba ver debatirse en la telaraña, quizá pensando en lo baldío de su esfuerzo, pero considerando, al mismo tiempo, que, aunque el destino esté escrito, falta recorrerlo, falta protagonizarlo, y la vivencia subjetiva de ese protagonismo es de elección. Por tanto, Spinoza parte del condicionamiento, pero admite que su despliegue se realice mediante la experiencia de la libertad. Los dos sabios no parecen tan alejados.

Comentarios

  1. Me ha sorprendido leer que Sartre sea heredero de Nietzsche. Porque luego te lees fragmentos de Nietzsche como estos en el Crepúsculo de los ídolos:

    Consideremos, por último, qué gran ingenuidad implica decir «¡el hombre debería
    ser de tal y tal modo!». La realidad nos muestra una arrebatadora riqueza de tipos, la
    exuberancia de un juego y cambio de formas dilapidador: ¿y un infeliz haragán cualquiera
    de moralista va a decirle a ella: «¡no!, el hombre debería ser de otro modo»?… Sabe
    incluso que debería ser como él, este pobre hombre mojigato, él se pinta en la pared y dice:
    «ecce homo!»[21]… Pero también cuando el moralista no se dirige más que al individuo y le
    dice: «¡tú deberías ser de tal y tal modo!», no cesa de ponerse en ridículo. El individuo es
    un pedazo de fatum, de la cabeza a los pies, una ley más, una necesidad más para todo lo
    que viene y será. Decirle «cambia» significa exigir que todo cambie, hacia atrás incluso…
    Y, realmente, hubo moralistas consecuentes que querían al hombre distinto, a saber,
    virtuoso, lo querían a su imagen, a saber, como mojigato: ¡para ello negaban el mundo!
    ¡Delirio no pequeño! ¡Poco modesto tipo de inmodestia!… La moral, en la medida en que
    condena, en sí, no desde puntos de vista, miramientos, propósitos de la vida, es un error
    específico con el que no se debe tener compasión alguna, ¡una idiosincrasia de
    degenerados que ha producido muchos daños, indeciblemente muchos!… Nosotros los
    distintos, nosotros los inmoralistas, hemos ampliado nuestro corazón, a la inversa, para
    todo tipo de entender, comprender, aprobar. No negamos fácilmente, ponemos nuestro
    honor en ser afirmativos. Cada vez más se nos han ido abriendo los ojos para aquella
    economía que sigue utilizando y sabe aprovechar lo que rechaza la santa demencia del
    sacerdote, de la razón enferma en el sacerdote, para aquella economía de la ley de la vida
    que obtiene beneficio incluso de la repelente species del mojigato, del sacerdote, del
    virtuoso, ¿qué beneficio? Pero nosotros mismos, nosotros los inmoralistas, somos aquí la
    respuesta…[...]

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  2. Sartre es, psicológicamente hablando, un sacerdote típico. Que no apele a Dios, resulta indiferente. Aún vive de realidades antinaturales (el yo-alma como causa de todo, y por ello responsable de todo).. Aún denigra la vida, lo mundano y biológico. A sartre le gusta castigar, porque culpando es como aprecia que toma poder sobre las consciencias de los demás.

    Un tipo muy interesante Sartre.

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    Respuestas
    1. Tu aportación, rigurosa y comprometida, merece una respuesta seria por mi parte.

      Ya hemos tenido oportunidad de debatir en otros lugares sobre Sartre y sus propuestas acerca de la libertad, pero tu intervención abre la puerta a entrar más a fondo. Me interesa mucho ver adónde lleva esa confrontación de posturas. Por mi parte, admito que necesito refrescar algunos conocimientos y me queda pendiente pulir ciertas aristas en mis propias ideas.

      Ahora tengo por delante un mes en el que apenas dispondré de tiempo para ir colgando alguna cosa en los blogs, pero en cuanto pueda me pondré a la tarea y retomamos, si te apetece, un debate minucioso sobre estos temas. ¡Un cordial saludo y que disfrutes de las vacaciones!

      Eliminar
  3. Faltaría más!!! Disfruta de las vacaciones, siempre tan necesarias

    ResponderEliminar
  4. Felices y buenas vacaciones!!

    ResponderEliminar
  5. Al hilo de la responsabilidad:
    Si me hago responsable de mis actos, eso me otorga un gran poder para cambiar las cosas, ¿no es así?

    "¿Algo de lo que has hecho ha mejorado tu vida?"

    Genial pregunta que sale en la película "American History X" y que le enseña el profesor a Derek Vinyard, el skin head interpretado magistralmente por Edward Norton.
    Esa pregunta me parece increíblemente buena.

    ResponderEliminar
  6. JGM, dices: "Si me hago responsable de mis actos, eso me otorga un gran poder para cambiar las cosas, ¿no es así?"

    Ya me dirás como a través de hacerte responsable de lo que has hecho vas a cambiar lo que ya has hecho.

    El otro día unos niños, que a veces me vienen a pedir que les lance algún acertijo, me pidieron uno. Y les dije: ¿qué es lo que nunca cambia?. Y mientras yo esperaba que me dijeran "el cambio", uno de ellos me sobresalto afirmando alegremente "el pasado".

    Por más que nos empecinemos en responsabilizarnos de lo que hemos hecho no lo vamos a cambiar nunca, dado que lo pasado nunca cambia.

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