Nunca acabaré de asombrarme de esa tendencia que tenemos las personas a engañarnos a nosotros mismos, a deformar la realidad desde nuestros anhelos o nuestros temores. Cosas que para cualquiera resultan evidentes, cuando nos tocan de cerca, a nosotros nos llegan deformadas por los filtros más extravagantes.
El enamorado no quiere ver, y no ve, que su amada lo rechaza. La madre no ve, se niega a ver, que su hijo es un canalla. Achacamos casi siempre nuestros fracasos a la felonía o a la torpeza de los demás. ¿Habremos inventado los dioses para echarles nuestras culpas?
El componente emocional de esa tendencia es innegable, pero, ¿formará parte de la estructura misma de la percepción? Es posible que el don de conocer lleve aparejada la paradójica capacidad de no distinguir determinadas cosas; es lo que los psicólogos llaman “ceguera selectiva”. La misma fuerza que nos abre los ojos en una dirección se encarga de cerrarlos a las otras. No podemos saberlo todo, pero es probable que tampoco queramos: quizá la ignorancia complemente la sapiencia.
A veces se diría que construimos lo que llamamos conocimiento más con lo que negamos, deformamos y cercenamos que con lo que en efecto percibimos. Kant ya postuló que no hay creación de saber sin traición, puesto que no accedemos al mundo directamente, sino a través de las representaciones que sobre él nos proporcionan nuestros sentidos y nuestro cerebro. La percepción subjetiva de las cosas nos llega condicionada por el modo de funcionar del cuerpo y de la mente.
La ciencia le ha dado la razón a Kant, y de hecho ha mostrado que se quedó corto: la brecha entre la realidad y el pensamiento que la capta —la representación de la que hablaba Schopenhauer— es aún más grande de lo que el maestro de Koenigsberg creía, porque a las leyes de la percepción hay que añadirles la influencia de elementos como el aprendizaje y la memoria, y también las argucias del interés y la voluntad. Todo ello, en su mayor parte, actuando de manera inconsciente. En definitiva, no vemos lo que hay, sino lo que creemos, tememos o queremos que haya.
Este fenómeno, que de entrada cabría considerar psicológico y epistemológico —qué y cómo conozco, la vieja pregunta del filósofo—, resulta aún más relevante por sus consecuencias éticas, por su influencia directa en nuestro modo de encarar la vida. La preocupación por los mecanismos del conocimiento es teórica, y a mucha gente le traen sin cuidado. En el sueño de Matrix, como en el que cree delirar Segismundo, para la experiencia del durmiente no hay distinción entre lo que existe y lo que parece existir; si tiene todo el aspecto de la verdad, puede pasar por verdad: en definitiva, lo es a efectos prácticos. Pero la postura ante el mundo y su vivencia dependen directamente del mundo en que uno crea estar. De ahí que el verdadero problema planteado por Matrix o La vida es sueño sea de tipo ético o moral: si las cosas son así, puesto que así me las muestra mi representación, qué hago yo, qué hacemos todos, ante ellas. Neo opta por encabezar una revolución contra sus tiranos; Segismundo se resigna a un destino trágico que no se siente en disposición de transformar.
El problema de fondo de cualquier vida humana es, pues, ético; las preguntas de Kant —¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?— cobran un realce desesperado, existencial, porque sus respuestas condicionarán la pregunta fundamental: ¿Cómo elijo actuar? Pregunta que, a su vez, emerge del meollo de la propia existencia: ¿Qué quiero conseguir? En el origen están la necesidad y la libertad.
Qué interesante tema el de la percepción. Hace poco leí el libro: "¿Cómo funciona el cerebro?" del Dr. Francisco Mora. En él descubres que se conocen ya muchas cosas sobre él, y que sin embargo seguimos en pañales.
ResponderEliminarEs un misterioso desconocido que nos empeñamos en comprender. Cuando lo terminé, me surgió nuevamente la pregunta: ¿para qué? ¿de verdad necesito comprender qué es lo que hace mi cerebro con la realidad o basta con saber que lo que creo real es tan solo una interpretación?
Eso sí, convendría remarcárselo bien a ciertos políticos y también a ciertos periodistas, para intentar evitar que proclamen a los vientos que ellos sí que saben.
Excelente artículo amigo mío, da para mucho, muchas gracias.