Ir al contenido principal

Diestros fabuladores

Todo es cuestión de cómo nos contamos la vida. El relato de lo que ha pasado, de lo que está pasando y de lo que suponemos que pasará. El punto de vista. El sentido que le demos. El modo de entrelazar las cosas y los deseos, las alegrías y los recelos…


Más que “lo que nos sucede”, cuenta lo que nos decimos sobre ello. La vida psicológica es una abigarrada narrativa que solemos urdir sin darnos cuenta, pero de cuya composición dependen nuestro bienestar o nuestra desdicha. 
No digo nada nuevo: Epicteto lo explicaba mejor, y seguro que la filosofía nació cuando alguien cayó en la cuenta de la diferencia entre lo que es y lo que creemos que es. También los profetas del pensamiento positivo lo han repetido sin descanso, hasta convertirlo en un tópico que suena a obviedad simplona, sin serlo. La propia psicología cognitiva basa sus postulados en ello. Pero nos cuesta asumirlo e incorporarlo, por eso hay que insistir, reformularlo de mil modos para que se nos meta en la mollera. Porque estamos hechos para actuar como si lo que pensamos fuera la verdad, como si las palabras fueran cosas y las noticias hechos. Los tratamos así, incluso cuando intuimos su falsedad, dóciles a su poder de sugestión. 

Deberíamos actuar al revés: sospechar de nuestros convencimientos, partir de su posible falsedad. Los escépticos dieron en el clavo con eso, la pena es que lo llevaran al extremo y entonces se incapacitaran para avanzar en ninguna dirección. Como no estoy seguro de nada, mejor no cuento con la verdad en nada. No, no queremos detenernos ahí, el “Solo sé que no sé nada” tiene que servirnos no como trampa de llegada, sino como punto de partida, una puerta abierta a todas las posibilidades, y ante la que, por eso mismo, tenemos que andar muy atentos para no caer en la falsedad. 
Y nada más susceptible de falsedades que las opiniones sobre nuestra propia vida. Ningún territorio más empantanado de deseos, temores, prejuicios, conclusiones precipitadas, juegos de poder o hábitos de sumisión. ¡Cuántas trolas nos contamos sobre lo que somos, sobre lo que queremos ser, sobre lo que podemos ser! Nos imponemos metas triviales sin cuestionar su valor, y nos dejamos en ellas toda la fuerza que podríamos haber puesto en lo valioso. Nos amargamos con lamentos y frustraciones sobre asuntos que importan poco, o que ni siquiera son ciertos, y no sabemos valorar la inmensa suerte que nos ha tocado en ese momento. Nos fijamos en lo que nos falta, en lugar de celebrar lo que poseemos; y en lo que hemos perdido, en vez de motivarnos con todo lo que tenemos por ganar. Nos repetimos divisas que debilitan, en lugar de escoger las que nos darían impulso. 

El dolor es verdad, la tristeza es verdad; pero no son más verdad que el esplendor de la vida y sus muchas alegrías. Parecen más auténticos solo porque no los queremos, porque los declaramos nuestros enemigos y al hacerlo los convertimos en prioridad, y no nos quedan ojos para otra cosa. Pero tenemos mucho de nuestro lado. Y hasta el dolor y la tristeza pueden no ser tanto, ni tan malos. Ahí está Epicteto recordándolo: “Todos los asuntos tienen dos asas: por una son manejables, por la otra no”. Seamos inteligentes y utilicemos el asa manejable. “Recuerda que debes conducirte en la vida como en un banquete. ¿Un plato ha llegado hasta ti? Extiende tu mano sin ambición, tómalo con modestia. ¿Se aleja? No lo retengas.” Habrá quien desperdicie un buen banquete solo por obstinarse en sus caprichos. 
Seamos diestros fabuladores, y hagamos acopio de inspiración para contarnos la vida como una grata historia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Observar y estar

Hacemos demasiado, hablamos demasiado. Con tanto ruido espantamos a la lucidez, que es ante todo silencio. Un silencio expectante, cargado de presencia. Un silencio abierto al rumor de los oleajes de la existencia, rompiendo en nuestras orillas. «Si las ejecutamos conscientemente, todas nuestras acciones son poesías o cuadros», dice Thich Nhat Hanh. La vida pasa ante nuestros ojos y no la vemos porque estamos buscándola. Pedir nos condena a la carencia: el que tiene no pide. No hay más mundo que el que se extiende justamente aquí, delante de tus ojos. Como nos recuerda Marco Aurelio: «Recuerda que sólo se vive el presente, este instante fugaz... Pequeño es el rincón donde se vive.»  Estamos ansiosos por saber, pero quien sabe observar tal vez no precise pensar tanto. Los orientales lo aseveran desde tiempos inmemoriales, y han hecho de ello una propuesta de vida y una divisa de redención: toda la sabiduría necesaria se resume en permanecer atento. Descender de las calimas de la me...

Menos lobos

Quizá resulte que, después de todo, Hobbes se pasó de desconfiado, y no somos, ni todos ni siempre, tan malas bestias como nos concibió en su pesadilla. Tampoco vamos a caer con Rousseau en la fantasía contraria, y soñarnos buenos por naturaleza, pero basta echar un vistazo a nuestros rebaños para comprobar lo dóciles y manejables que llegamos a ser mientras nos saben llevar. A veces nos sacamos los dientes unos a otros, pero rara vez llega la sangre al río, y aún más raramente conspiramos contra la imposición de la costumbre, por injusta que nos parezca. Es lo que sacaba de quicio a Nietzsche: predominamos los temerosos y los conformistas, y a menudo hasta proclamamos «¡Vivan las cadenas!», mientras, agradecidos, apuramos nuestro plato de sopa. ¿No exageraba el inglés al dictar que se nos amarre con rigor para evitar que nos desgarremos mutuamente?  Marx ya apuntó que la lucha más enconada no es entre individuos, sino entre clases sociales, y tal vez aún más en el pulso de los po...

Niveles de interacción

Las relaciones humanas se desempeñan en diversos niveles de proximidad. Entre la compra en una tienda desconocida y una conversación íntima de amigos media todo un abanico de transacciones que varían en intensidad y sentido, y que cuentan con su propio código y su protocolo característico. Aquí proponemos cuatro niveles básicos de interacción, de menor a mayor compromiso, y que por simplificar identificamos como usufructo, gentileza, afabilidad y afecto. En el usufructo solo hay interés e instrumento. Muchas de nuestras interacciones cotidianas son con extraños. Encuentros accidentales regulados por un código superficial, en los que el individuo carece de significado personal y queda estrictamente reducido al rol (y al guion) que le corresponde en la transacción concreta. En esas interacciones ocasionales, breves y esquemáticas, el valor atribuido al sujeto es puramente instrumental: cada cual actúa exclusivamente en función de su interés concreto (¿qué necesito de ti?) y trata al otr...

Releyendo a Montaigne

A Montaigne, como a un viejo tío sabio, hay que volver a visitarlo de vez en cuando. Siempre es un gusto y uno nunca se va de vacío. El perspicaz francés, acomodado frente al hogar en su torre y con una copa de Burdeos en la mano, nos escucha tocar a la puerta y sonríe: sabe que el mundo gira sin detenerse, y que todo regresa. Montaigne convirtió su propia vida en objeto de filosofía. Desde que lo leí por primera vez, descubriendo en él a un padre y maestro mágico, me propuse seguir sus pasos en cada reflexión. La única filosofía que le urge al ser humano es la que lo enfrenta a su propia vida; la que le aporta elementos para conocerse a sí mismo y para saber cómo vivir mejor.  No se trata de mero narcisismo: lo propio sirve solo como punto de partida. Todo lo que somos incluye a los demás, y todos nos parecemos. Empiezo por mí porque soy lo que me queda más cerca, y eso multiplica la motivación y la información; como contrapartida, me resta perspectiva. Si hay que ser cauto en lo...

Buen chico

Uno de los prejuicios más fastidiosos sobre mi persona ha sido el de etiquetarme bajo el rótulo de buen chico . Así, a palo seco y sin matices. Como se te tilda de orejudo o patizambo. En todos los apelativos hay algo despersonalizador, una sentencia que te define de un plumazo despiadado, atrapándote en su simplismo. A los demás les sirve como versión simplificada de lo que eres; para ti constituye un manual de instrucciones del destino. Reza una máxima atribuida a César: «Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es». Todos los rótulos son insidiosos, pero el de la bondad resulta especialmente problemático. Colgarte ese sambenito es el pasaporte directo al desprecio. En primer lugar, porque el buenazo , en su formulación tradicional, equivale a una mezcla de timorato y bobo. En segundo, porque alguien con fama de bondadoso es inevitablemente incómodo: no deja de recordar a los demás que no lo son. Y, en tercer lugar, porque los buenos chicos suelen ser infinitamen...