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Mostrando entradas de octubre, 2021

Datos

En mi infancia y parte de mi juventud, los datos (la capital de Nosedónde, el año de nacimiento de Nosequién, la lista de los reyes godos o la tabla periódica de los elementos) constituían una especie de extraña riqueza que era atesorada por los memoriosos y esgrimida por los petulantes. Disponer de datos no era asunto fácil: los libros eran escasos y caros, la tele aún no ofrecía más documentales que los del buitre leonado de Rodríguez de la Fuente, nuestros padres no habían acabado la Primaria. Eso convertía a nuestros libros de texto en puertas a un mundo que parecía inabarcable y llaves de un futuro brillante, y a nuestros maestros en gigantes del conocimiento, porque saber un poco era saber mucho, y sus clases magistrales nos llenaban de admiración.  Ser un buen estudiante se consideraba un mérito (no tanto como jugar bien al fútbol o zurrar con señorío en las peleas, pero mérito al fin), y el conocimiento era un arma cargada de futuro que costaba largas horas de codos en la...

Dimensiones de la interacción

El interaccionismo simbólico, y en particular la propuesta dramatúrgica de Erving Goffman, constituyen unos enfoques apasionantes para analizar las relaciones humanas, repletos de sugestiones para los que, como yo, intentan descifrarlas a través de la mera observación y la intuición aplicadas a las propias vivencias, o sea, desde un punto de vista fenomenológico, tal vez no demasiado riguroso, pero eficaz. Me interesan ante todo las relaciones entre individuos y pequeños grupos. Los sociólogos hablan de “nivel micro”: el que usa como unidad de análisis la interacción . En la interacción nos pasamos la mayor parte de la vida, ahí está la gente que más nos importa y con la que nos jugamos las alegrías y los desvelos más inmediatos. Goffman lo entendió bien, y por eso dedicó su obra al estudio de la interacción en la vida cotidiana. Vayan estas rudimentarias líneas a modo de homenaje al genial sociólogo.  Para empezar, la interacción social tiene una dimensión ontológica: somos lo q...

Mala fe

Conmueve la nitidez con que los niños muestran lo primitivo de nuestra condición. En ellos distinguimos sin disfraz nuestras tendencias más elementales. Los niños, que aún no han aprendido a disimular, nos enseñan hasta qué punto lo hacemos los adultos continuamente. Su transparencia nos sirve de lente para enfocar nuestra difuminada verdad. Hay que mirarlos con atención para aprender sobre nosotros mismos. Cuando sorprendemos a un niño en una falta, y las consecuencias pueden ser onerosas, es probable que reaccione negándola contra toda evidencia (“Yo no he sido”), o bien yéndose por los cerros de Úbeda (por ejemplo, echándole la culpa a otro: “Ha sido él”); o, si no hay escape posible, armando un escándalo de llantos (“¡Mira cómo me estás maltratando!”). Negación, distracción o victimismo: tres maneras de eludir la responsabilidad y desviar la atención del adversario. A menudo funcionan.  Crecer debería modular esa crudeza inocente, ir afrontando cada vez más, por arduo y amarg...

Sujeto y multitud

Las multitudes nos abruman porque son un ámbito en el que la identidad se achica frente a la avalancha de la otredad, o sea, de lo extraño. Lo que desconocemos y nos desconoce; lo que nos enfrenta a sentidos indescifrables. Incluso cuando señas colectivas de tipo simbólico, como el idioma, la nacionalidad o un equipo de fútbol atenúan esa extrañeza, casi todos los que nos rodean siguen siendo desconocidos, por lo que se mantiene en cierto grado su condición inquietante.  Tal vez como respuesta frente a esa inquietud, cuando el individuo se incorpora a la masa tiende a despersonalizarse, atenuando su condición individual y enfatizando su pertenencia al colectivo, su amontonamiento dentro de él que se asimila a una fusión con él. Y son precisamente las señas de identidad colectiva las que hacen retroceder la identidad individual, que se les sacrifica voluntariamente: una bandera, un símbolo religioso, abducen nuestra condición personal para integrarla en su categoría abstracta. Baj...

Colas

Existen, lo ha señalado alguien con acierto, “no-lugares” en los que estamos, pero ausentes; y “no-tiempos” en los que respiramos, pero no vivimos. Territorios con los que no dialogamos, por los que nos limitamos a pasar sin que nos hagan mella, meros decorados de un tránsito o espacios de travesía cuya experiencia tiene algo de irrealidad. Lapsos en los que el presente se adelgaza hasta constituir una simple linde entre pasado y futuro. Allí la existencia se difumina, el ser se reduce a permanecer, el estar se reduce a esperar. Hay algo ontológicamente difuso en esos ámbitos, como un hiato entre dos emplazamientos, como el instante en que pasamos las páginas de un libro. Todo lo que nos rodea está gastado e incompleto, marchito, desprovisto de sabor. Stephen King construyó una brillante historia de personajes atrapados en un ángulo temporal donde la realidad ya ha pasado pero el vacío la desvanece lentamente.  No puede ser casual que ambientara su historia en un aeropuerto, que ...