Ir al contenido principal

Atentos y distraídos

Sabiduría es, ante todo, prestar atención, y por eso la mayoría somos tan poco sabios, y andamos dispersos y ofuscados, sin mirar dónde ponemos los pies. Así nos va.


No se puede exagerar cuando elogiamos las virtudes de la atención. Desde el plano práctico, nos guía por la intrincada selva de la vida, en la que tan fácil es extraviarse, como cantó Dante. Nos evita tantos esfuerzos vanos, tantas pérdidas de tiempo y energía, tantas confusiones y tropiezos como suele depararnos la distracción. El triunfador es, invariablemente, alguien que presta atención. Su vida es previsible, su suerte controlada. Hay que admirarlos: frente a nuestros caóticos devaneos, nuestras pérdidas y nuestros sustos, ellos viven una existencia tranquila, donde cada cosa está en su sitio y juega el papel que le toca jugar. Cierto que a veces puede irrumpir lo inesperado, pero incluso para ello suelen tener buenas respuestas. Donde hay orden hay progreso. 

Pero el regalo más selecto de la atención es que nos permite vivir relajados y nos evita sufrir más de lo necesario. La atención sabe diferenciar lo esencial de lo secundario y nos ancla en el ser, el tan invocado y difícil aquí y ahora. Ese, para el que observa atentamente, es el lugar de la lucidez, que nos muestra las cosas como son y no como queremos, o tememos, que sean. “En la mente humana hay muchos puntos ciegos y por ellos la mente es incapaz de verse como realmente es”, nos previene Leonard Bullen. 
Atención, nos lo recuerdan los místicos, es regresar al centro, es dejar de evadirse de la realidad y, por tanto, apropiarse de su fuerza. Esa fuerza es la que buscan los que practican meditación. “Según empleas la técnica de simple atención en tus experiencias corrientes —escribe Bullen en otro sitio—, según intentas mantener tus observaciones y percepciones limpias de prejuicios y emociones irrelevantes, cambiará tu mente por sí misma. Es como limpiar un espejo de salpicaduras y manchas.” No hay nada perjudicial en la evasión, siempre que se practique como juego momentáneo, como episodio acotado en el tiempo. Lo malo es convertirla en hábito y, por consiguiente, perder la noción de lo que es real y lo que no lo es. La evasión compulsiva —por así llamarla— nos convierte en seres pasmados incapaces de ver el suelo que pisan. Por ahí no se puede llegar muy lejos (sin romperse la crisma). 
La atención, en fin, combinada con la diligencia, es el mejor instrumento para el éxito, sobre todo si queremos que sea un éxito profundo y duradero. ¿Cómo va a triunfar el que ignora cómo es aquello que maneja, el que no cuida los detalles, el que no aprende y sigue tropezando una y otra vez con la misma piedra?

Para los que somos de natural distraído, tampoco es cuestión de reprochárnoslo; basta con proponernos la atención como programa. De hecho, contemplándonos con algo de ternura, incluso podríamos considerar lo que la falta de atención tiene de creativo. Nos saca de la facticidad cotidiana y nos adentra en la aventura —ingrata a veces, pero original al cabo— de la excepción. Uno se descuida o mete la pata y de pronto se ve en un universo paralelo, que ni buscaba ni aun menos preveía. La novedad y el desafío también tienen su encanto, probablemente incómodo, pero en definitiva motivador. Podemos tomarlo como una oportunidad para afrontar lo diferente, o sea, para ser diferentes nosotros mismos. Y ya que tenemos que bregar con nuestra naturaleza caótica, mejor hacerlo con el humor de Groucho. “Piense en la confusión”, le avisan, y él replica: “Y usted piense en la diversión”. 

Comentarios

  1. En este caso, prefiero situarme en el lado de la atención, más que en la excepción creativa de lo improvisado, aún estando de acuerdo en tu matización sobre que también tiene cosas positivas, por supuesto. Sin improvisación se perdería muchísima creatividad, ya que los momentos de inspiración no siempre te pillan trabajando, como deseaba Picasso.
    Y digo del lado de la atención puesto que, fíjate qué cosas, cualquier proceso de crecimiento personal, ya sea para deshabituación de adicción o por cualquier otro motivo, cualquier proceso que pretenda un cambio y una mejoría en la persona, está basado en la atención. Por lo menos, todos los que conozco.
    Quizá sea porque requiere una visita y estancia a un lugar al que resulta sumamente complicado acceder: El interior de uno mismo, su esencia.
    Sin la máxima atención, no lo creo posible.
    En Proyecto Hombre, que como bien sabes supuso un antes y un después en mi vida, la estimulaban de multitud de maneras: Como no, con una programación diaria de tu vida, y que conseguía como inesperado resultado, tu absoluta libertad, al poder decidir lo que querías e ibas a hacer en todo momento. Y digo inesperado porque al vivir con una programación que cumplir, el pensamiento inicial apuntaba a que te convertirías en una especie de robot, sin lugar al libre albedrío. Sin embargo, para mi sorpresa, lo que se generó fue un estado de control de mi libertad. Pero libertad, por fin.
    O por ejemplo, ejercicios de atención tan sencillos a priori, que consistían en darle la vuelta a un letrerito que había en la puerta del wc. "Ocupado" cuando entrabas. "Libre" cuando salías. Resultaba esclarecedor que, cuanto más avanzabas en tu proceso, conforme ibas mejorando en el resto de aspectos de tu vida, menos veces se te olvidaba el dichoso letrerito.
    Hasta llegar a encontrarte realmente tranquilo y en paz contigo mismo, contento, satisfecho, motivado por fin con lo que querías hacer con tu vida, y coincidía que ya no se te olvidaba nunca.
    Cuando visitaba, ya como voluntario, la Comunidad Terapéutica, recuerdo que se me escapaba una sonrisa cuando acudía al wc y giraba el letrerito, y me regocijaba dándome cuenta de lo sencillo que resulta vivir cuando vives el aquí y el ahora, y lo difícil que había sido vivir cuando no prestaba atención.
    Me vienen a la mente palabras de un gran referente mío como ser humano, el inimitable Johan Cruyff: " Jugar bien al fútbol es muy simple. Pero jugar sencillo al fútbol es lo más difícil que hay".

    Nuevamente, un texto genial y muy aportador en torno a algo que, pareciendo vano, resulta decisivo en la vida de las personas.
    Quizá se debiera tomar buena nota de la verdadera importancia que tiene en el desenlace de nuestras vidas. En una gacela, por ejemplo, una pequeña falta de atención podría significar morir o sobrevivir. Solemos pensar que la cosa no es lo mismo para nosotros. Sin ser alarmista, craso error. Lo que ocurre es que solemos atribuir nuestras desgracias a la mala suerte o a los demás, sin cuestionarnos cuánto de nuestra parte ha habido en todo ello. Claro, para hacer eso, requiere poner atención.
    Muchas gracias por compartirlo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Madre mía, compañero, qué texto maravilloso... El comentario al pie supera con creces a la tesis, y lo digo con orgullo, por haber intervenido en tu inspiración. Ojalá entre alguien por aquí de vez en cuando y tenga oportunidad de leer tus palabras, que siempre sabes dotar de una contundente sencillez y sin embargo son tan profundas; pero que sobre todo rezuman siempre la autenticidad de la experiencia vivida. La historia del letrero del WC es impagable.
      Y hablando de experiencia en carne viva, amigo mío, te recuerdo que tienes una deuda con todos nosotros: la enseñanza de tu camino personal. No hablo tanto de los detalles como de las vivencias. Tu exploración del dolor, valiente, descarnada, infinitamente humana, es para nosotros una oportunidad de don; un acervo que nos iluminaría, como demuestra esta meditación que nos regalas aquí, y que, sinceramente, sabe a poco.
      Y sí, yo también prefiero la atención. Los budistas, ya sabes, la consideran la más alta sabiduría, quizá la única que vale la pena. Pero, como soy tan disperso, con algo tenía que consolarme...

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Zona de luz apenas

Por lo general, los días se arman solos con sus trabajos, sus penas y sus pequeñas alegrías. El momento del deber y la levedad del ocio, el trago amargo del error y el dulce elixir del triunfo. La vida pública, con su teatro, y el recogimiento íntimo, con sus perplejidades. El esfuerzo y el descanso. Casi todo ritualizado, o sea, trabado en una secuencia reglamentaria y alquímica. «Los ritos son al tiempo lo que la casa es al espacio», decía Saint-Exupéry, sondeador de sutilezas ocultas.  Las jornadas se suceden parejas, rutinarias, familiares, pero a la vez trepidantes del estremecimiento de lo vivo. Monótonamente fértiles, «escasas a propósito», decía Gil de Biedma en su poema Lunes : tan llenas de lo que nos falta, tan densas en su gravidez. «Quizá tienen razón los días laborables», se pregunta el poeta: la razón de no volar demasiado alto, de permanecer a ras de tierra, cerca de la materia compacta y humilde. Los lunes mucha gente está triste, pero pocos se vuelven locos. ...

Anímate

Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con...

Conceptos y símbolos

La filosofía es la obstinación del pensamiento frente a la opacidad del mundo. En el ejercicio de su tarea, provee a nuestra razón de artefactos, es decir, de nodos que articulan, compendiados, ciertos perímetros semánticos, dispositivos que nos permiten manejar estructuras de significado.  Cuando Platón nos propone el concepto de Forma o Idea, está condensando en él toda una manera de entender la realidad, es decir, toda una tesis metafísica, para que podamos aplicarla en conjunto en nuestra propia observación. Así, al usar el término estaremos movilizando en él, de una vez, una armazón entera de sentidos, lo cual nos simplifica el pensamiento y su expresión por medio del lenguaje. Al cuestionarme sobre lo existente, pensar en la Forma del Bien implicará analizar la posibilidad de que exista un Bien supremo, acabado, abstracto, y según el griego único real, frente a la multiplicidad de versiones del bien que puedo encontrar en el ámbito de las apariencias perceptuales.  De h...

Presencia

Aunque se haya convertido en un tópico, tienen razón los que insisten en que el secreto de la serenidad es permanecer aquí y ahora. Y no tanto por eso que suele alegarse de que el pasado y el futuro son entelequias, y que solo existe el presente: tal consideración no es del todo cierta. El pasado revive en nosotros en la historia que nos ha hecho ser lo que somos; y el futuro es la diana hacia la que se proyecta esa historia que aún no ha acabado. No vivimos en un presente puro (ese sí que no existe: intentad encontrarlo, siempre se os escabullirá), sino en una especie de enclave que se difumina hacia atrás y hacia adelante. Esa turbia continuidad es lo que llamamos presente, y no hay manera de salir de ahí.  El pasado y el futuro, pues, son ámbitos significativos y cumplen bien su función, siempre que no se alejen demasiado. Se convierten en equívocos cuando abandonan el instante, cuando se despegan de él y pretenden adquirir entidad propia. Entonces compiten con el presente, lo a...

Tristeza e ira

La tristeza es el desconcierto ante una vida que no responde. Es hija de la frustración. Pero entonces, ¿por qué se asocia más bien la frustración con la rabia que con la tristeza? ¿Será la tristeza una modalidad de la rabia, o al revés? ¿O se tratará de dos posibles reacciones para un vuelco del ánimo? Ante una contrariedad, la ira amagaría un movimiento compensatorio; la tristeza, en cambio, podría encarnar la inmovilidad perpleja.   Se adivina una familiaridad entre ambas. Spinoza la perfiló con perspicacia. «La tristeza es el paso del hombre de una mayor a una menor perfección», entendiendo por perfección la potencialidad o conatus que nos impulsa. Frente al impacto de una fuerza contraria, el melancólico se repliega en su puerto sombrío, pasmado, lamiéndose sus heridas, incubando la constatación de su miseria. La tristeza arrincona, hunde, disminuye, y esto sucede cuando una fuerza exterior nos supera y nos afecta, quebrantando nuestra propia fuerza. El depresivo es un derrot...