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Tasar el sufrimiento

Ya se sabe que, en ese patio de Monipodio que es la charlatanería de muchos opinadores, uno puede encontrar todo tipo de perlas, y por eso hay que leer con buen estómago y espíritu muy paciente y generoso. Pero con los tiempos de espanto que nos está tocando vivir como consecuencia de la plaga del coronavirus, uno no está con ánimo para soportar según qué sandeces.
Un joven de poco seso califica lo que nos pasa de mero confinamiento Netflix (se sentirá muy ingenioso por la ocurrencia), y lo desprecia afirmando que nuestros padres y abuelos sí que las pasaron canutas en guerras y necesidad. O sea, según entiendo, que no nos quejemos, que lo nuestro, comparado con otros, es apenas una leve incomodidad. Parece que, para tal especialista en sufrimientos, que se arroga el derecho a juzgar el dolor de la gente, este se divide en dos únicas modalidades: el sufrimiento de verdad y el sufrimiento de pacotilla. Y nuestra crisis no pasaría del segundo, así que no solo no tenemos derecho a quejarnos, sino que casi tendríamos que estar agradecidos y disfrutarlo.

Sin duda, a este lumbreras no le parece una tragedia que en todo el mundo se haya paralizado la vida cotidiana, que los contagiados se cuenten por cientos de miles y no dejen de aumentar, que cada día mueran miles de personas, que mucha gente se haya arruinado y muchas economías se estén desmoronando. Su falta de empatía no le alcanzará para hacerse cargo del dolor de la familia que ha perdido a alguien, del terror de los contagiados y de los que hoy no lo están pero no saben si lo estarán mañana, de los sanitarios sobrecargados y teniendo que decidir quién vive y quién muere porque escasea el material, de la trampa mortal en que se han convertido las residencias de ancianos… Todo eso, para nuestro genio, es una anécdota, en comparación con las guerras o las hambrunas.
A este cretino arrogante no se le ha ocurrido, antes de escribir sobre el sufrimiento, leer, por ejemplo, a Buda, y recordar así que la vida ya nos reserva a todos una buena ración de padecimientos. Si hubiese leído a Séneca o a Schopenhauer tal vez habría tratado el tema con más prudencia, comprendiendo que cada cual vive lo suyo y a su manera, íntima y silenciosa, y que por tanto no se pueden comparar los males ni situarlos en un ranking (tú más, tú menos) como en una prueba olímpica. Pero ni siquiera haría falta que leyera a nadie. Bastaría con que mirara alrededor con un poco de lucidez y compasión. ¿O no son estragos, también, no poder salir tranquilo a la calle, ni ir al cine con el novio, ni a jugar al parque? ¡Pues menos mal que tenemos la tele, el ordenador y el móvil, que aún nos permiten mantener la ilusión de estar en contacto con otros, ahora que nos hemos sumido en este angustioso aislamiento! Por supuesto que hay quien no los tiene, pero la certeza de un sufrimiento mayor no hace menor la pena propia…

Yo recomiendo a este chico tan reflexivo que se vaya de voluntario a ayudar a un hospital, a una morgue o a cualquier otro de los servicios que estos días hay gente que se desvive por sostener, precisamente para evitar que el sufrimiento de la mayoría sea más grande… No le deseo que se contagie, ni aun menos que nadie de su entorno fallezca a causa del coronavirus, pero si tiene esa inmensa suerte (porque si le sucede ya no le hará falta nada más para aprender humildad y misericordia), por lo menos estaría bien que hiciera el esfuerzo de ponerse en el lugar de los que no han sido tan afortunados como él. Piensa un poco, genio, no es difícil. A ver si luego te quedan ganas de ir tasando el valor de cada sufrimiento. Y es que la ignorancia es muy osada.

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