viernes, 4 de octubre de 2019

Greensleeves

Fue un amor a primera vista, un súbito hechizo en los albores de la adolescencia, ese tiempo en que uno está más abierto a creer en las promesas. Me bastó escuchar su melodía una vez para que sintiera que se me había revelado todo, como en la inspiración de un dios niño; para saber que me acompañaría el resto de la vida, dispuesta a repetírmelo a media voz frente al hogar ensimismado de las tardes de invierno.
La descubrí en la delicada versión de Vaughan Williams, que se posa como un bálsamo en el aturdimiento fascinado. En los primeros acordes ya nos traslada al bucólico paraje de campos verdes y blandas lomas, prados flanqueados de arboledas por donde corretean pastoras como ninfas que nos reservan delicias de amor en las umbrías. “Moza tan hermosa no vi en la frontera, que aquella vaquera de la Finojosa”, canta el Marqués de Santillana en sus Serranillas. “Perdí la carrera por tierra fragosa, do vi la vaquera de la Finosoja”. Pero la gentil pastora no era más que la emisaria de sus propios sueños de amor.

Prosiguen los violines y nos conducen a la orilla de un arroyuelo de remansos discretos. Sopla una brisa fresca en las alamedas. Nos recostamos en la majada a contemplar el vuelo de una alondra, y ningún dulce presagio está prohibido. “Las horas que le sobraban gastaba el pastor en solo gozar del suave olor de las doradas flores”, escribe Jorge de Montemayor, y el divino Garcilaso:

Saliendo de las ondas encendido
rayaba de los montes el altura
el sol, cuando Salicio, recostado
al pie de una alta haya, la verdura
por donde una agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado…

Los bosques y los prados son el enclave mítico, cargado de un poder antiguo, donde germinan todas las nostalgias de felicidad, del amor de la juventud, de la serenidad de la madurez. También son buen lugar para compartir las penas por los amores desdeñados, y dejarse llenar de la nostalgia de una dicha que aún no renunció a cumplirse. Y la sencilla tonada de Greensleeves parece estar impregnada del presentimiento de todas esas delicias anheladas, y también de la melancolía de su ausencia.

Greensleeves es una rara herencia de la Arcadia, un testimonio de esa edad de oro de campos fértiles y pastores embelesados Salicio, Nemoroso, Silvano, Sireno… que se narran unos a otros y lloran mansamente sus amoríos imposibles. Patria de ocios idílicos y fantasías sensuales, de un gozo que está por escribirse bajo las ramas rumorosas, donde se ocultan fuentes en las que quizá nos esperen tiernos deleites de amor, o dulces trampas de Diana, en cuyos brazos estaremos dispuestos a morir a cambio de un solo beso.
Yo también soñé en mi adolescencia con esos campos de tímidas caricias y sonrisas encendidas, de afables desmayos en la hierba y frescura de aguas de fuentes… En la primera juventud hasta el dolor es un disfrute, porque hay tanta vida por delante que parece que la felicidad solo está esperando a que la recojamos de los árboles, como las manzanas maduras. Se vive con el presentimiento de que algo maravilloso está a punto de emerger, como las gentiles pastoras entre las florestas. Greensleeves sonaba a lo lejos en todos mis paseos al atardecer, me acariciaba con sus sedas y me adormecía a la sombra de los robles: espera, espera, el mundo es grande y está lleno de alegrías…; confía, confía, todo llegará.

Con el paso de los años, pocos sueños se han cumplido, al menos como los habíamos soñado. Hemos sobrevivido a noches de frío y miedo, oscuras noches que ni siquiera podíamos concebir. Pero ha habido también goces y júbilos, casi siempre, eso sí, donde menos los esperábamos, como los duendes. Y Greensleeves ha seguido envolviéndonos en su ternura, cada vez más remota y fabulosa, siempre igual de bella.
Hoy, que vuelvo a escucharla, sigo como entonces dedicándosela al amor: al de aquel joven que fui, el que esperaba con el escalofrío de las promesas; al del viejo que empiezo a ser, el que aprendió a despedirse del barco que zarpa hacia poniente. Las nostalgias de lo que no sucedió también son hermosas, el pañuelo en el puerto es dichoso cuando se agita sin rencor. Fuimos felices, todo lo que la pobre vida dio de sí, y hay tanto que agradecer.
Y espero que un día Greensleeves me adormezca como una nana mientras lentamente apaga el crepúsculo el paisaje.

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