Ir al contenido principal

Ampliar la perspectiva

Creo que muchos problemas, si no todos, son cuestión de perspectiva; me refiero a esto: lo que implica un conflicto o una contradicción en un determinado nivel, queda incluido de forma coherente en otro. Las partes que son tesis y antítesis pueden elevarse a síntesis. La tarea de resolver conflictos es racional, pero no solo: tiene más de arte, de danza, de música, de flexibilidad. Es una cuestión de situación, de punto de vista. Así que la sabiduría podría ser el desarrollo de una mente suficientemente flexible para mirar de cerca en el análisis y a la vez de lejos en la síntesis o gestalt. Lo que de cerca parecen puntos caóticos cobra sentido de lejos en forma de imagen.


Según Camus, el principal problema filosófico es si la vida merece ser vivida. De ahí pasa a responder primero que no (el absurdo) y luego que sí (el heroísmo absurdo). En realidad, Camus no halla un sentido incontestable porque no lo hay. Pero ensancha su perspectiva hasta dar con una gestalt más satisfactoria. Entonces, quizás el verdadero problema filosófico sea ese: ensanchar continuamente la perspectiva para lograr concebir nuevos sentidos.
Nadie nos redimirá de la inquietud básica, lo que Salvador Pániker llama “radiación de fondo” de la vida: ignoramos demasiado, las certezas son frágiles y moriremos un día. En medio de ese mazacote de ansiedad, podemos ejercitar al menos dos cosas: atenuar progresivamente nuestra rebeldía estéril mediante la meditación y la ecuanimidad, y equilibrar nuestro universo perceptivo mediante una perspectiva amplia, gestáltica. No tenemos respuestas, pero podemos disponer de alivios. Y quizá eso sea suficiente para el siguiente paso.

Y el siguiente paso podría ser concentrar la atención y la voluntad en un proyecto, o, como dice Mary Wollstonecraft, un “propósito”. “Nada contribuye más a tranquilizar la mente como un firme propósito, un punto en el que el alma pueda fijar su ojo intelectual”. De hecho, el propósito vendría a ser el pivote en torno al cual giraría la gestalt del sentido, el punto de fuga de la perspectiva válida.
Todo este trabajo requiere energía y ejercicio de la voluntad. Ayer discutía con un amigo qué es primero, el motivo o las fuerzas; él opinaba que cuando se tienen fuerzas siempre se encuentra algún motivo, y tenía razón. Lo mismo da una ocupación artística o filosófica que adherirse a una ONG o esforzarse por ser buen padre o maestro: la cuestión es tener algo que hacer, disponer de un canal por donde encauzar las ganas de vivir, el arrebato del conatus, el arrobo de la Voluntad de vivir. Sin embargo, los orientales desconfían de la mente: una mente caótica y descentrada puede dar al traste con las energías más intensas, y desvirtuar nuestros mejores propósitos. Quizá para algunos la vía sea elegir un objetivo y centrarse en él: a menudo, las fuerzas se encuentran por el camino.
Esto podría explicar por qué en las guerras no hay depresiones ni suicidios: las prioridades y las metas están incontestablemente claras, toda la atención está capturada por la urgencia, no se pueden desperdiciar energías en nada que no ayude a sobrevivir. En cambio, cuando las necesidades básicas quedan abastecidas y uno se puede parar a preguntarse qué más quiere, hay que elegir cuáles serán las necesidades secundarias, y es fácil perderse en ese limbo indefinido, en el que nuestras vetas neuróticas florecen y toman el mando. A medida que se asciende en la pirámide de Maslow, más solo está uno frente a la libertad.
Dichosos los que se dejan poseer incondicionalmente por un propósito, y tienen la fuerza de mantenerse en él y de llevarlo hasta el final. Su vida gozará de sentido, sus días tendrán pasión, sus actos contenido; podrán discurrir por la existencia como una unidad, sentirán la satisfacción del avance y del logro que nos salvan de la angustia y de la depresión. ¿O no?

Por mi parte, he contado con muchas pasiones y muchos propósitos, pero me ha faltado constancia, y eso me hace creer que no me he entregado de verdad a ninguno de ellos; algo similar me ha sucedido con las personas. O quizá mi mente estuviera demasiado dispersa, e inmadura mi personalidad, para mantenerme más o menos estable en ningún sitio. A veces llevamos en el alma una inquietud que no sabe hallar acomodo.
De un modo u otro, la divisa sigue pareciéndome que es “ampliar la perspectiva”. Ensancharla hasta que lo que parecía grande ya nos parezca pequeño. Cuando nuestros pequeños males, que tanto nos atormentan, pasan a convertirse en parte de algo mucho más amplio, que los contiene y los completa, recuperan su verdadera dimensión, su real insignificancia. Entonces quizá, en alguna parte de nosotros, acontezca la risa, y cuando hay risa ya estamos salvados.
Estar en uno mismo, donde lo fácil no se hace difícil, donde lo difícil se hace natural. Reír es natural, sufrir también es natural y quizá por eso una cosa no quede muy lejos de la otra. Allá donde fui feliz, tampoco fui tan feliz. Allá donde sufrí, tampoco sufrí tanto. Ambas cosas terminaron: la existencia es cambio.
Eso es ampliar la perspectiva. Incluso lo importante es pequeño; incluso lo pequeño es importante. Y todo acontece de forma natural. No me conformo, pero acepto. Lucho sin entrar en guerra. Hago sin hacer: wu wei. Puedo entrar en conflicto sin que mi centro de gravedad esté en conflicto. Puedo desear sin apegarme. Puedo rechazar sin agresividad o temor. Mi corazón es mi hogar. Y el mundo, tanto más cuanto más ancho, está en mi corazón.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Anímate

Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con...

Destacar

Todos anhelamos ser vistos, ocupar un sitio entre los otros. Procuramos ganar esa visibilidad mediante múltiples apaños: desde el acicalamiento que realza una imagen atractiva hasta hacer gala de pericia o de saber. Claro que la aspiración a no quedarse atrás tensa las costuras del lienzo social, y a veces cuesta el precio de una abierta competencia. Hay quien no se conforma con un hueco entre el montón y pretende ser más visto que los otros. Hay una satisfacción profunda en ese reconocimiento que nos eleva por encima de la multitud, una ilusión de calidad superior que apuntala la autoestima y complace el narcisismo. Sin embargo, nuestros sentimientos ante el hecho de destacar son ambiguos, y con razón: sabemos que elevar el prestigio sobre la medianía suele comportar un precio en esfuerzo y conflicto.  La masa presiona a la uniformidad, y suele sancionar tanto al que se escurre por debajo como al que despunta por encima. Desde el punto de vista de la estabilidad de la tribu, tien...

Observar y estar

Hacemos demasiado, hablamos demasiado. Con tanto ruido espantamos a la lucidez, que es ante todo silencio. Un silencio expectante, cargado de presencia. Un silencio abierto al rumor de los oleajes de la existencia, rompiendo en nuestras orillas. «Si las ejecutamos conscientemente, todas nuestras acciones son poesías o cuadros», dice Thich Nhat Hanh. La vida pasa ante nuestros ojos y no la vemos porque estamos buscándola. Pedir nos condena a la carencia: el que tiene no pide. No hay más mundo que el que se extiende justamente aquí, delante de tus ojos. Como nos recuerda Marco Aurelio: «Recuerda que sólo se vive el presente, este instante fugaz... Pequeño es el rincón donde se vive.»  Estamos ansiosos por saber, pero quien sabe observar tal vez no precise pensar tanto. Los orientales lo aseveran desde tiempos inmemoriales, y han hecho de ello una propuesta de vida y una divisa de redención: toda la sabiduría necesaria se resume en permanecer atento. Descender de las calimas de la me...

Pecados

La tradición católica se afanó, al menos en mi generación, abonando en nuestras mentes infantiles el espectro del pecado. Cuando uno era, como lo era yo, más bien escrupuloso con el ascendente de la autoridad, y se tomaba a pecho el cumplimiento de las normas para ganar el estatus de «bueno» (o, al menos, no ser tachado con el de «malo»), el riesgo de incurrir en el pecado se convertía en fuente de un sufrimiento obsesivo. En definitiva, y puesto que el pecado abarcaba casi todo lo que podía evocar algún placer, la culpabilidad era un destino casi seguro, y, unido a ella, el merecimiento de castigo. Yo estaba convencido de ambas cosas, y tenía asumido que ni mi sumisión ni las penitencias a las que a veces me sometía servirían para librarme de la terrorífica condena. Y, sin embargo, debo reconocer, ahora que puedo hacerlo sin sentirme amenazado, que nunca entendí cabalmente la casuística del pecado. ¿Por qué es malo lo que no se puede evitar, lo que tira de nosotros desde dentro con t...

Buen chico

Uno de los prejuicios más fastidiosos sobre mi persona ha sido el de etiquetarme bajo el rótulo de buen chico . Así, a palo seco y sin matices. Como se te tilda de orejudo o patizambo. En todos los apelativos hay algo despersonalizador, una sentencia que te define de un plumazo despiadado, atrapándote en su simplismo. A los demás les sirve como versión simplificada de lo que eres; para ti constituye un manual de instrucciones del destino. Reza una máxima atribuida a César: «Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es». Todos los rótulos son insidiosos, pero el de la bondad resulta especialmente problemático. Colgarte ese sambenito es el pasaporte directo al desprecio. En primer lugar, porque el buenazo , en su formulación tradicional, equivale a una mezcla de timorato y bobo. En segundo, porque alguien con fama de bondadoso es inevitablemente incómodo: no deja de recordar a los demás que no lo son. Y, en tercer lugar, porque los buenos chicos suelen ser infinitamen...