viernes, 25 de enero de 2019

Ampliar la perspectiva


Creo que muchos problemas, si no todos, son cuestión de perspectiva; me refiero a esto: lo que implica un conflicto o una contradicción en un determinado nivel, queda incluido de forma coherente en otro. Las partes que son tesis y antítesis pueden elevarse a síntesis. La tarea de resolver conflictos es racional, pero no solo: tiene más de arte, de danza, de música, de flexibilidad. Es una cuestión de situación, de punto de vista. Así que la sabiduría podría ser el desarrollo de una mente suficientemente flexible para mirar de cerca en el análisis y a la vez de lejos en la síntesis o gestalt. Lo que de cerca parecen puntos caóticos cobra sentido de lejos en forma de imagen.
Según Camus, el principal problema filosófico es si la vida merece ser vivida. De ahí pasa a responder primero que no (el absurdo) y luego que sí (el heroísmo absurdo). En realidad, Camus no halla un sentido incontestable porque no lo hay. Pero ensancha su perspectiva hasta dar con una gestalt más satisfactoria. Entonces, quizás el verdadero problema filosófico sea ese: ensanchar continuamente la perspectiva para lograr concebir nuevos sentidos.
Nadie nos redimirá de la inquietud básica, lo que Salvador Pániker llama “radiación de fondo” de la vida: ignoramos demasiado, las certezas son frágiles y moriremos un día. En medio de ese mazacote de ansiedad, podemos ejercitar al menos dos cosas: atenuar progresivamente nuestra rebeldía estéril mediante la meditación y la ecuanimidad, y equilibrar nuestro universo perceptivo mediante una perspectiva amplia, gestáltica. No tenemos respuestas, pero podemos disponer de alivios. Y quizá eso sea suficiente para el siguiente paso.

Y el siguiente paso podría ser concentrar la atención y la voluntad en un proyecto, o, como dice Mary Wollstonecraft, un “propósito”. “Nada contribuye más a tranquilizar la mente como un firme propósito, un punto en el que el alma pueda fijar su ojo intelectual”. De hecho, el propósito vendría a ser el pivote en torno al cual giraría la gestalt del sentido, el punto de fuga de la perspectiva válida.
Todo este trabajo requiere energía y ejercicio de la voluntad. Ayer discutía con un amigo qué es primero, el motivo o las fuerzas; él opinaba que cuando se tienen fuerzas siempre se encuentra algún motivo, y tenía razón. Lo mismo da una ocupación artística o filosófica que adherirse a una ONG o esforzarse por ser buen padre o maestro: la cuestión es tener algo que hacer, disponer de un canal por donde encauzar las ganas de vivir, el arrebato del conatus, el arrobo de la Voluntad de vivir. Sin embargo, los orientales desconfían de la mente: una mente caótica y descentrada puede dar al traste con las energías más intensas, y desvirtuar nuestros mejores propósitos. Quizá para algunos la vía sea elegir un objetivo y centrarse en él: a menudo, las fuerzas se encuentran por el camino.
Esto podría explicar por qué en las guerras no hay depresiones ni suicidios: las prioridades y las metas están incontestablemente claras, toda la atención está capturada por la urgencia, no se pueden desperdiciar energías en nada que no ayude a sobrevivir. En cambio, cuando las necesidades básicas quedan abastecidas y uno se puede parar a preguntarse qué más quiere, hay que elegir cuáles serán las necesidades secundarias, y es fácil perderse en ese limbo indefinido, en el que nuestras vetas neuróticas florecen y toman el mando. A medida que se asciende en la pirámide de Maslow, más solo está uno frente a la libertad.
Dichosos los que se dejan poseer incondicionalmente por un propósito, y tienen la fuerza de mantenerse en él y de llevarlo hasta el final. Su vida gozará de sentido, sus días tendrán pasión, sus actos contenido; podrán discurrir por la existencia como una unidad, sentirán la satisfacción del avance y del logro que nos salvan de la angustia y de la depresión. ¿O no?

Por mi parte, he contado con muchas pasiones y muchos propósitos, pero me ha faltado constancia, y eso me hace creer que no me he entregado de verdad a ninguno de ellos; algo similar me ha sucedido con las personas. O quizá mi mente estuviera demasiado dispersa, e inmadura mi personalidad, para mantenerme más o menos estable en ningún sitio. A veces llevamos en el alma una inquietud que no sabe hallar acomodo.
De un modo u otro, la divisa sigue pareciéndome que es “ampliar la perspectiva”. Ensancharla hasta que lo que parecía grande ya nos parezca pequeño. Cuando nuestros pequeños males, que tanto nos atormentan, pasan a convertirse en parte de algo mucho más amplio, que los contiene y los completa, recuperan su verdadera dimensión, su real insignificancia. Entonces quizá, en alguna parte de nosotros, acontezca la risa, y cuando hay risa ya estamos salvados.
Estar en uno mismo, donde lo fácil no se hace difícil, donde lo difícil se hace natural. Reír es natural, sufrir también es natural y quizá por eso una cosa no quede muy lejos de la otra. Allá donde fui feliz, tampoco fui tan feliz. Allá donde sufrí, tampoco sufrí tanto. Ambas cosas terminaron: la existencia es cambio.
Eso es ampliar la perspectiva. Incluso lo importante es pequeño; incluso lo pequeño es importante. Y todo acontece de forma natural. No me conformo, pero acepto. Lucho sin entrar en guerra. Hago sin hacer: wu wei. Puedo entrar en conflicto sin que mi centro de gravedad esté en conflicto. Puedo desear sin apegarme. Puedo rechazar sin agresividad o temor. Mi corazón es mi hogar. Y el mundo, tanto más cuanto más ancho, está en mi corazón.

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