Un niñito, de apenas dos o tres años, corre por la acera con una caja en la mano. La madre le llama y le dice que vuelva. El pequeño se detiene y la mira, como tanteándola, pero no retrocede. La madre le repite, ya a gritos, que regrese a su lado. El crío aguanta la sonrisa, titubea, pero sigue quieto. La madre empieza a contar: «Uno…» El niño frunce el ceño, se da por vencido y camina hacia ella, arrastrando los pasos. Suele asumirse que los niños necesitan llevar la contraria para reafirmarse, para sentir la entereza de su identidad. Las madres necesitan vencer a los niños para que estos no se conviertan en tiranos, y les impidan protegerlos y guiarlos. Lamentablemente, por cansancio o por pereza, por inseguridad o extravagantes convicciones, hay actualmente muchas madres (y padres) que dimiten en esa disputa. Pero no era ese el asunto al que íbamos aquí. Los pulsos de poder son un fenómeno apasionante, que nunca me cansaré de observar y de admirar. Suceden de manera constante,...
Uno de los principales méritos de Freud fue asomarnos a nuestras vastedades interiores. Un cenagal que, a diferencia del mundo que nos rodea, está poblado de instancias imaginarias (personajes, estampas) cargadas de emoción. Grumos de la actividad neuronal a menudo inconscientes, lo cual les confiere aún mayor fuerza y dramatismo. Pero el verdadero drama es este: vivimos a un tiempo en la realidad palpable, que percibimos y manipulamos, que conocemos y explicamos, y en esa dimensión paralela donde se libran misteriosos procesos y enconadas batallas al margen de nuestra voluntad; la una influye en la otra, existe un comercio entre ambas, pero —he aquí el drama— la dimensión oculta es la que manda. Es en las profundas cavernas de nuestra psique, sumidas en la oscuridad, donde se escriben las claves de nuestra conducta y los hilos maestros de nuestro destino. La identidad, la voluntad, el sacrosanto sujeto cartesiano, consciente y dueño de sí mismo, se disipan, según sostiene este paradi...