¿Quién no querría vivir cien años? Por lo menos. Bueno, yo apostillaría aquello de que más vale calidad que cantidad, pero no me engaño: seguro que, cuando llegue el momento, regatearé un minuto más. La verdad es que no tengo prisa para palmarla. Es bonito ver salir el sol, incluso con dolor de muelas. Estamos hechos para vivir, y lo más feo de la muerte es que luego no te dejen volver. No sé qué optimista ha publicado un libro para prometer a sus lectores que, de aquí a nada, todos viviremos cien años. Basta con que (siguiendo sus infalibles consejos) nos cuidemos un poco, y que no dejemos de ser, por supuesto, muy positivos; los avances de la medicina harán el resto. Bienvenida sea la noticia, ya digo, no será por falta de ganas. Qué pena que uno, con la edad, se haya vuelto más bien escéptico, y poco propenso a dejarse seducir por entradas gratuitas al País de las maravillas. Todo el mundo cien años… ¡Menudo problema para la Seguridad Social! Si el capitalismo ha llegado a un p...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida