El cinismo es una estocada sin sangre, lanzada de refilón y con bastante mala leche. Una finta tan diestra como traicionera, tan sofisticada como mezquina. Raudal brioso pero turbio, arrogancia brillante pero cruel, suficiencia a veces justificada pero casi siempre injusta. El cinismo no puede merecer elogios: su cometido es hacer daño, pellizcar donde duele, pinchar donde escuece. No pretende hacer de la vida un lugar mejor, y a menudo, en cambio, la descompone. Pero nada de eso lo condenaría definitivamente ―a fin de cuentas, la vida es colisión y lucha, y las relaciones están hechas tanto de saña como de afecto― si no fuera porque se basa en la humillación, porque falta al respeto y corroe la dignidad. No hay en su aparato la menor grandeza. Es ladino, miserable, traicionero. Aparenta valor por su descaro, pero a menudo la desvergüenza le sirve de coartada para nadar y guardar la ropa. Puede sugerir finura solo porque es avieso y ataca sin ruido, como las serpientes, pero su es...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida