Lo que consideramos malo o despreciable en un ser humano (la traición, la envidia, la crueldad…) está claro que forma parte de nuestra naturaleza tanto como lo contrario, si no más. Y, por consiguiente, debemos suponer que la maldad ha jugado y juega algún papel en beneficio del agente, y tal vez contribuya, como la muerte y la descomposición, a un cierto equilibrio cósmico que no sabemos entender del todo. Quizás estemos tan condicionados para ser malos como para rechazar la maldad, y, como dice Montaigne, «quien eliminase la semilla de tales cualidades del hombre, destruiría las condiciones fundamentales de nuestra vida».
La noción de bien, como la de felicidad, son conceptos luminosos en los que ciframos lo positivo y lo deseable; sin embargo, en ambas se percibe un matiz de perfección que hace que no parezcan de este mundo. El bien y la felicidad completos resultan demasiado abstractos, demasiado ideales, para que los imaginemos mezclándose en el barro de nuestra realidad.
El religioso resuelve esta paradoja inventando otra: el dualismo entre lo mundano y lo espiritual. Traslada la dicotomía de valores a una partición de ámbitos. Solo en el otro mundo, el platónico cielo de los ángeles y los dioses, serían posibles la dicha y el bien perfectos. Nosotros, seres caídos, estamos condenados a habitar durante nuestra corta vida la dimensión de la imperfección, del pecado y del dolor, este «valle de lágrimas», en espera de la redención más allá de la muerte.
Intuimos algo tramposo en esa dualidad de existencias, como señaló Camus: se trata, en definitiva, de una huida. No planta cara al asombro por la presencia del mal, se limita a eludirlo cambiando el bien de sitio, confinándolo a un reino que no es de este mundo. Se puede tolerar la ambigüedad de esta idea si la entendemos como un mito y la encaramos desde un simbolismo poético; pero si insistimos en la lucidez no podemos aceptarla. Todo está aquí, en esta existencia que para el no creyente es la única, y aquí debe ser dirimido: el cielo y el infierno, el bien y el mal, el dolor y la dicha. Y, puesto que miremos donde miremos siempre hallamos ambas cosas —lo que nos parece bueno y lo que nos parece malo—, tal vez lo más coherente sea considerarlas complementarias, las dos caras de la misma moneda universal, el yin y el yang.
Hermann Hesse jugueteaba con el simbolismo del viejo Abraxas, el dios en el que algunas tradiciones habían aunado el bien y el mal; en su novela Demian escribe: «Abraxas es un dios que une simbólicamente lo divino con lo infernal, lo bueno con lo malo, la vida con la muerte... Venera las dos partes. Es la unión sagrada, es la ambigüedad de la existencia». Ambigüedad o, más bien, ambivalencia: las dos caras de Jano, el día y la noche indivisibles de Heráclito. Los místicos orientales hablan de superar los binomios que causan el sufrimiento a través de la iluminación (el samadhi), la experiencia de unión con el Todo. Esta idea de integrar parece mucho más convincente que la de disociar.
¿Pierde sentido, entonces, la moral? Pierde solo su dimensión trascendente: la elección del bien y el rechazo del mal ya no emanan de una esfera superior y divina; se quedan en este lado, en el territorio donde el ser humano está solo y, como diría Sartre, condenado a la libertad. Esa es la grandeza y la dura tarea de la persona lúcida: afrontar la realidad tal como es, y tomar partido frente a ella (o, mejor, dentro de ella). El hombre se mira al espejo y encuentra, también, lo malo y lo despreciable. Intenta asumir y comprender, y decide qué hacer con lo que el mundo ha hecho de él.
Sí, como en una imagen de los documentales de la 2.
ResponderEliminarUnas leonas cazando una gacela es algo trágico para la presa. Duele verlo.
Sin embargo, luego ves a los cachorros comer, y resulta tierno.
Menuda dualidad.
Sí, menuda dualidad. Lo que más me fascina es que ambas escenas formen parte de la misma historia. En el mundo todo está mezclado, y por eso la vida es inocente. Somos nosotros los que diferenciamos.
EliminarLos orientales buscan la serenidad en la plena aceptación. Sin embargo, va en nuestra naturaleza no poder evitar elegir. Esa es una tensión con la que nos toca vivir.
No sé porqué tengo la sensación que los orientales nos llevan ventaja, espiritualmente hablando.
ResponderEliminarCrearon una psicología certera y útil, mientras aquí nos enredábamos con abstracciones.
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