El símil psicológico del ordenador es sugerente, y eso explica su éxito. Los sentimientos y las conductas parecen a menudo responder a programas, en lugar de a la voluntad más o menos razonada. Cada circunstancia tiene su programa. La vida cotidiana se rige por un programa estándar, que prima las obligaciones y la adaptación social. En cambio, en el programa de la intimidad predominan otras variables.
Hay programas que actúan a largo plazo, toda la vida, construyéndonos o destruyéndonos lentamente. Otros son programas de emergencia, que se disparan en situaciones de sobrecarga o estrés, adueñándose dramáticamente de la personalidad y la conducta. Es en esos estados de excepción cuando se manifiestan rasgos que permanecían latentes, más o menos controlados o compensados por el programa ejecutivo. Es importante prestar atención a esas partes desconocidas, habitualmente enmascaradas o reprimidas, que, como nos hizo ver Freud, permanecen agazapadas en el inconsciente.
Un ejemplo de programa de conducta, bastante insólito porque parece contradecir el instinto de supervivencia, son las conductas autodestructivas. De repente, una persona se daña a sí misma, se boicotea y, como en la depresión, pierde hasta las ganas de vivir. Lo más impactante no es que esas pautas carezcan de lógica, sino que una vez activadas se apoderen de la personalidad y anulen toda capacidad de reflexión o control.
Es probablemente algo demasiado primitivo para influirle con palabras o razonamientos. Se basa en emociones muy básicas: miedo, ira... Hay que buscarle parentesco con la ancestral respuesta de lucha/huida. Cuando uno se siente demasiado impotente para luchar o para huir, le queda la inmovilidad, y ésta ha demostrado ser adaptativa en ocasiones (favoreciendo una especie de invisibilidad ante la amenaza). Pero en otras resulta devastadora: muchos animales son atropellados por la noche porque se quedan petrificados ante la luz de los faros. Este es un claro ejemplo de inoperancia de un instinto que se asentó en contextos en los que era favorable, pero que en nuevas circunstancias da lugar a respuestas inadaptadas: la evolución aún no ha tenido tiempo de actualizar el programa. Y nos hace reflexionar sobre cuántas de nuestras respuestas, como los comportamientos relacionados con el estrés, tuvieron utilidad para la supervivencia en otros tiempos pero hoy más bien nos perjudican.
¿Por qué la autodestrucción? ¿Serviría en el pasado para suprimir, frente a un peligro, a los miembros menos aptos de la tribu, en beneficio de los mejores? Pero, si los autodestructivos eran eliminados, ¿por qué se ha mantenido esa conducta? ¿O acaso somos todos potencialmente autodestructivos, y el programa se dispara en función de ciertos parámetros? ¿Será el rol social, relacionado con la personalidad, el que determina quién se inmola? ¿Será la baja autoestima el estigma que marca la carne de cañón?
Tiene sentido un círculo vicioso que consagre el éxito de los ganadores mientras ahonda la ruina de los perdedores: la especie, regida por eso que Schopenhauer llamaba la voluntad de vivir, gana en ambos casos. Nietzsche, entusiasta de lo implacable de la naturaleza, lo aplaudió abiertamente. Serviría para explicar, por ejemplo, la saña contra el débil, esa tendencia a hundir más y más al que se cae; las actitudes autodestructivas, como la baja autoestima o el fracaso propiciado inconscientemente, serían una saña contra el débil interiorizada, ejecutada desde dentro. ¿Será la compasión un intento comunitario de contener o atenuar ese impulso de demolición?
¡Qué magnífico artículo amigo mío!
ResponderEliminarMe uno a tu reflexión.
Sí, creo que la baja autoestima es clave en ese comportamiento. Otra cosa es: ¿cómo se llega ahí?
Me alegro de que te haya gustado. Las actitudes autodestructivas siempre me han dejado perplejo. Parecen paradójicas, pero si se las mira con atención van cobrando sentido. Necesitamos comprenderlas para controlarlas, en la medida de lo posible. Los psicólogos van avanzando en ello, pero queda mucho por desentrañar.
EliminarGenial la asociación "mente y ordenador". Jejeje
ResponderEliminarNo es una ocurrencia mía. Casi toda la psicología de los últimos cincuenta años se basa en ella. Es lo que se llama «enfoque cognitivo», que ha dado sus frutos pero conlleva también importantes limitaciones.
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