La vida es tarea, decía Ortega y Gasset: el irrevocable proyecto de construirnos a nosotros mismos, de elegir lo que queremos ser y convertirnos en ello. El anhelo de libertad surge de la médula misma del Yo, puesto que la identidad se basa en diferenciarse, en cobrar una forma única, y en sentirse dueño del criterio. Una persona sin libertad, anulada por un estricto condicionamiento, no tendría ni siquiera noción de ser persona. La libertad adquiere así una dimensión ontológica: solo el ser que decide se hace consciente de sí mismo en el acto de decidir. Tal vez fuera esto lo que nos quiso sugerir Sartre al considerarnos «condenados a la libertad».
Sartre explica más. La libertad es una manera de encarar el mundo que nos adentra en él, y en ese adentrarse nos topamos con el otro, que aparece movido por su propia libertad. Los días son un incesante campo de batalla entre libertades que luchan por construirse a sí mismas frente al mundo, por salir bien parados entre los demás, por resistirse a tantas cosas que se nos oponen y que se inmiscuyen en nuestro cometido de elegir. Batalla también con uno mismo, entre el ansia y la pereza, la voluntad y la tentación de entregarse, delegando nuestra prerrogativa en otros. Y batalla, en fin, entre las partes de nosotros que elegirían de un modo y las que se decantarían por otra opción, puesto que siempre deseamos algo y lo contrario, o algo y lo incompatible, o algo y otra cosa.
Tarea, pues: la libertad conlleva esfuerzo. La colectiva, porque se enfrenta al poder. «Para la libertad sangro, lucho, pervivo», escribió Miguel Hernández, y luchó y sangró literalmente, y acabó sucumbiendo en el intento. Y luego está la libertad individual, la que nos perfila como personas autónomas entre los demás. Esa, decíamos, también cuesta. La ley de la vida es caer: para subir hay que luchar contra esa fuerza gravitatoria que es la facticidad, y que pesa siempre, se resiste siempre a nuestro anhelo de elevación. Facticidad contra anábasis; inercia contra voluntad.
Y el lugar donde la inercia de la vida tira de nosotros con más saña es nuestro interior, esa parte de nosotros que nos retiene, que es una aliada del peso con que el mundo se nos resiste. Temores, prejuicios, complejos, reticencias irracionales, pero a la vez deseos e impulsos ciegos. Facticidad desde dentro, colándose por la más pequeña debilidad de nuestra intención.
Las adicciones son un típico campo de batalla entre ese empeño constructor y la pesada inercia que nos retiene. Para dejar de fumar hay que convertir la decisión en pulso. Es una acometida contra el tiempo; hay que vencer o sucumbir este minuto, y otra vez el siguiente, y así para siempre; y, no obstante, cada ocasión en que vencemos se pone de nuestra parte, es una fuerza añadida para encarar la siguiente. Si traspasamos el umbral de la costumbre, hemos empezado a ganar, hemos domesticado el hábito superponiéndole otro.
Por eso es inteligente el recurso de muchos que lo han conseguido: funcionar por prórrogas. En lugar de pensar en la inmensidad angustiosa de un futuro privado de tabaco, proponerse solo el triunfo del instante. Ahora que estoy aquí, doy este paso. Y luego otro. Así contó el piloto Guillaumet que había logrado atravesar el páramo sin desistir, cuando su avión se precipitó en las cumbres de los Andes.
Una lección para cualquier conquista: fragmentarla en etapas llevaderas. «Un poco más». Cada logro es endeble, pero también lo es la resistencia que opone la vida. Así aligeramos el peso de la facticidad y armamos golpe a golpe lo posible.
Esto me recuerda el Kaizen, método japonés para obtener grandes mejoras a partir de pequeños cambios constantes.
ResponderEliminarYo lo visualizo como aquél ejercicio imaginativo que nos propuso un profesor hace muchísimos años. Recuerdo que él nos dijo: "Imaginaros dos líneas paralelas. Ahora, desviar una de ellas 0,0001 milímetros. A simple vista, seguirán siendo paralelas durante mucho tiempo. Pero llegará inevitablemente un momento que estarán separadas millones de kilómetros...y así, hasta el infinito".
¡Cuánto nos han enseñado los orientales acerca de estas sabidurías prácticas! Lo difícil, ya se sabe, es mantener la voluntad de llevarlas a la práctica. Tenacidad: una de las virtudes que más admiro.
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