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Mostrando entradas de junio, 2024

Presencia

Aunque se haya convertido en un tópico, tienen razón los que insisten en que el secreto de la serenidad es permanecer aquí y ahora. Y no tanto por eso que suele alegarse de que el pasado y el futuro son entelequias, y que solo existe el presente: tal consideración no es del todo cierta. El pasado revive en nosotros en la historia que nos ha hecho ser lo que somos; y el futuro es la diana hacia la que se proyecta esa historia que aún no ha acabado. No vivimos en un presente puro (ese sí que no existe: intentad encontrarlo, siempre se os escabullirá), sino en una especie de enclave que se difumina hacia atrás y hacia adelante. Esa turbia continuidad es lo que llamamos presente, y no hay manera de salir de ahí.  El pasado y el futuro, pues, son ámbitos significativos y cumplen bien su función, siempre que no se alejen demasiado. Se convierten en equívocos cuando abandonan el instante, cuando se despegan de él y pretenden adquirir entidad propia. Entonces compiten con el presente, lo avasa

Dogmatismos

La única condición razonablemente exigible a una idea, para tomarla en serio y darle una oportunidad, es que se pueda discrepar de ella. Que se abra a la discusión con honradez, y no nos niegue de entrada la posibilidad de tener razón al llevarle la contraria. No hace falta que se nos muestre dudosa o vacilante, ni que pida perdón, ni que se nos dirija con reticencia: tiene todo el derecho a pretenderse cierta; en realidad carecería de sentido sostenerla sin esa condición. Pero en la actitud con que se nos dirige debe haber, al menos, lo que Popper denominó posibilidad de falsación , es decir, una apertura que permita cuestionarla, pedirle explicaciones, ponerla a prueba y, si es el caso, rebatirla. El único valor de una idea honesta es que se interese más por la verdad que por sí misma. Porque solo un sabor a verdad —o más bien el fracaso al refutarla— da sentido y validez a un pensamiento.  La mayoría de las doctrinas que rigen el mundo, sin embargo, no se atienen a ese limpio relati

Trémula materia

Como dice Richard Hawkins, para la especie —¿hay algo fuera de ella?— somos meros artefactos transmisores de genes. El objeto de todo nuestro andamiaje, incluido el comportamiento, es arreglárnoslas para que los genes que nos manejan desde la cabina celular se vuelquen en la siguiente generación, lleguen una etapa más lejos.   Pero lo más interesante es que tras toda esa trama no se requiere la más mínima voluntad, solo un inerte derrumbamiento hacia delante. Los «genes egoístas» no nos manipulan porque quieran perpetuarse, sino que se perpetúan mientras nos usan, y esa fórmula se replica por la inercia de su propio éxito. La evolución es tan avariciosa como ciega, tan arrolladora como indiferente.  Así pues, la biosfera es un trasiego de artefactos a bordo de los cuales vuelan los genes hacia sí mismos. Carcasas sonámbulas compuestas por un azar que tuvo éxito colonizando el futuro. Pensarnos desde ahí aclara muchas cosas. Pero no todas. La relación que establezco con otros no parece

Palabras

Este oficio de ponerles palabras a las intuiciones me apasiona y me vence. Tiene la plenitud de la creación y el precio de su ahínco. ¡Qué montón de torpezas para la felicidad de un hallazgo! ¡Qué lentitud de avance, cuántos rodeos y retrocesos, cuánto intento fallido y desechado, cuánto fruto prometedor que a la postre languidece en su futilidad! Adrenalina de la cuerda floja, hecha de ilusión y miedo, tan a menudo rota en la caída…   A veces uno renuncia a una idea con tal de no tener que insistir en el esfuerzo de expresarla, la hermosa y extenuante tarea de buscarle las palabras precisas. Crear también tiene su peso, el del balde que uno echa al pozo de la nada, el del intento de introducir algo nuevo en la corriente del tiempo; pues la nada y el tiempo se resisten.  El artífice sufre. La ocurrencia es una luz que revolotea como esa mariposa esquiva a la que Lorca le pedía que se quedara quieta; se nos insinúa, la vemos de reojo, y en cuanto la miramos directamente se nos escurre.

Tristeza e ira

La tristeza es el desconcierto ante una vida que no responde. Es hija de la frustración. Pero entonces, ¿por qué se asocia más bien la frustración con la rabia que con la tristeza? ¿Será la tristeza una modalidad de la rabia, o al revés? ¿O se tratará de dos posibles reacciones para un vuelco del ánimo? Ante una contrariedad, la ira amagaría un movimiento compensatorio; la tristeza, en cambio, podría encarnar la inmovilidad perpleja.   Se adivina una familiaridad entre ambas. Spinoza la perfiló con perspicacia. «La tristeza es el paso del hombre de una mayor a una menor perfección», entendiendo por perfección la potencialidad o conatus que nos impulsa. Frente al impacto de una fuerza contraria, el melancólico se repliega en su puerto sombrío, pasmado, lamiéndose sus heridas, incubando la constatación de su miseria. La tristeza arrincona, hunde, disminuye, y esto sucede cuando una fuerza exterior nos supera y nos afecta, quebrantando nuestra propia fuerza. El depresivo es un derrotado