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Mostrando entradas de mayo, 2024

Zona de luz apenas

Por lo general, los días se arman solos con sus trabajos, sus penas y sus pequeñas alegrías. El momento del deber y la levedad del ocio, el trago amargo del error y el dulce elixir del triunfo. La vida pública, con su teatro, y el recogimiento íntimo, con sus perplejidades. El esfuerzo y el descanso. Casi todo ritualizado, o sea, trabado en una secuencia reglamentaria y alquímica. «Los ritos son al tiempo lo que la casa es al espacio», decía Saint-Exupéry, sondeador de sutilezas ocultas.  Las jornadas se suceden parejas, rutinarias, familiares, pero a la vez trepidantes del estremecimiento de lo vivo. Monótonamente fértiles, «escasas a propósito», decía Gil de Biedma en su poema Lunes : tan llenas de lo que nos falta, tan densas en su gravidez. «Quizá tienen razón los días laborables», se pregunta el poeta: la razón de no volar demasiado alto, de permanecer a ras de tierra, cerca de la materia compacta y humilde. Los lunes mucha gente está triste, pero pocos se vuelven locos.  Así pasa

Conceptos y símbolos

La filosofía es la obstinación del pensamiento frente a la opacidad del mundo. En el ejercicio de su tarea, provee a nuestra razón de artefactos, es decir, de nodos que articulan, compendiados, ciertos perímetros semánticos, dispositivos que nos permiten manejar estructuras de significado.  Cuando Platón nos propone el concepto de Forma o Idea, está condensando en él toda una manera de entender la realidad, es decir, toda una tesis metafísica, para que podamos aplicarla en conjunto en nuestra propia observación. Así, al usar el término estaremos movilizando en él, de una vez, una armazón entera de sentidos, lo cual nos simplifica el pensamiento y su expresión por medio del lenguaje. Al cuestionarme sobre lo existente, pensar en la Forma del Bien implicará analizar la posibilidad de que exista un Bien supremo, acabado, abstracto, y según el griego único real, frente a la multiplicidad de versiones del bien que puedo encontrar en el ámbito de las apariencias perceptuales.  De hecho, aqu

Mozart revivido

Antoine de Saint-Exupéry nos cuenta cómo, en un viaje en tren, contemplaba fascinado el esplendor de un muchachito acurrucado entre sus padres. «¡Qué carita más adorable! —escribe—… He aquí un rostro de músico, he aquí a Mozart niño, he aquí una hermosa promesa de vida».  Luego sus meditaciones se sumen en el desconsuelo, pensando cómo la vida y el mundo frustrarán aquel milagro. «Mozart niño será marcado como los demás por la máquina de estampar.» Y añade: «Creo poco en la piedad… Lo que me atormenta no es esta miseria, en la cual, después de todo, uno se instala tan a gusto como en la pereza… Sino el hecho de que, un poco en cada uno de los hombres, Mozart es asesinado».  El escritor, nos lo revela su obra, es un alma vulnerada que ha sufrido en propia carne la brutalidad de un mundo que aplasta el espíritu, la potencialidad de la bondad y la belleza. Ha experimentado dentro de sí ese asesinato de Mozart. Saint-Exupéry se hizo aviador, seguramente, para poder sentirse libre y puro

Elida y Nora

Son las protagonistas de dos rutilantes obras de Henrik Ibsen: La dama del mar y la célebre Casa de muñecas , que el azar me ha ofrecido juntas en un mismo volumen y he podido leer de un tirón. Salvando las distancias circunstanciales, las dos historias guardan un intenso paralelismo. Ambas cuentan el proceso de mujeres que se descubren y se rehacen a sí mismas.  Inmersas como están en un contexto de supremacismo masculino, su virtud consiste en ser capaces de rescatar la propia identidad, su autonomía como personas, y hacerla valer a pesar de las consecuencias. Las admiramos como modelo para la emancipación femenina, pero, como todos los hechos justos, también nos inspiran la reafirmación de cualquier ser humano que sufra una circunstancia de opresión.  Elida y Nora parten de una situación de sometimiento que al principio, como suele suceder, les pasa desapercibido a ellas mismas: al fin y al cabo, forma parte de su cultura y de su contexto social. Pero en medio de esa estabilidad