sábado, 17 de febrero de 2024

Tiempo libre

El esperado sábado me alcanza con la flojera de la melancolía. Paso mala noche de sueño inquieto, peregrinajes al baño, miradas al reloj y esperanzas de que la claridad empiece a insinuarse en las ventanas. 
Al fin me levanto, me apoyo en el ritual del desayuno, intento leer y no logro concentrarme. Yo quería un puente de respiro entre semana y semana, pero ahora que lo atravieso descubro, tambaleante, que no es más que una insegura pasarela, y añoro la tierra firme del trabajo. No acabo de hallarle razones para la gratitud. 

¿A qué se deben las tristezas súbitas que, como un día plomizo o una madrugada inhóspita, irrumpen a la hora de la supuesta paz, para inundar el mundo de sinsentido y extrañeza? ¿En qué recónditos parajes se preparan, de qué ocultos pozos brotan? Uno va sobrellevando la vida, más o menos entero, más o menos diligente y productivo, guarecido en la santa rutina, embebido en los asuntos irrisorios de la cotidianidad, y parece que todo está ya escrito, que ese equilibrio aguantará el sucederse de las jornadas. Parece que la vida puede discurrir sin sobresalto en la monotonía: fácil y cansada. Así va pasando la semana con su fatuo ajetreo. 
Y a trancas y barrancas se alcanza al fin la tierra prometida del sábado, ese esperado limbo de libertad, en el que se supone que uno podrá dormitar y desentenderse del opresivo deber, del burdo rendimiento: tiempo sin marcar, donde nada se exige ni se espera. Y entonces se mira al espejo y no ve nada, o peor, ve un sujeto sombrío que le pregunta quién es, por qué está allí, qué haremos ahora. Resulta que la libertad no era lo que esperábamos. 

Sartre lo avisó: la libertad impone una tarea problemática. Pensar apenas es grato, decidir lo es menos. El trabajo más agotador del ser humano no consiste en cumplir el deber: allí, al fin y al cabo, se trata de asentir. Pero en la libertad se trata de ser, y el ser es un vacío que hay que llenar por uno mismo. Vivir se convierte en algo trágico, algo que hay que inventar con lo que uno tiene a mano: con los deseos y las frustraciones, con las alegrías y los dolores, con las esperanzas y los temores, con el tenso reclamo de los otros. Todo está por hacer, y la vastedad de ese todo nos abruma. 
Mi tristeza de sábado por la mañana es el agotamiento acumulado durante la semana más el vacío que me deja. Los psicólogos hablan de tiempo desestructurado, un tiempo que nos atrae y nos aterroriza precisamente porque no está delineado, porque carece de manual de instrucciones; un espacio, en definitiva, de incertidumbre. La incertidumbre no es buena si no encontramos deseos para oponerle. Y deseos no faltan: el problema es que se nos antojan triviales, que no acaban de convencernos para optar por uno de ellos, que al contemplarlos no parecen del todo nuestros. 

¿Qué hacer, entonces? Poner las ganas que nos queden, y si no quedan, sacarlas de las piedras. ¿Qué hacer? Responder a la incertidumbre con la humildad del que no sabe, pero tampoco se exige una respuesta inmediata. Disponernos a perder el tiempo aunque oigamos las voces que nos instan a seguir haciéndolo productivo. Aceptar los huecos en el rendimiento. Reír las alegrías y estremecerse con los temores. Afrontar la trivialidad de nuestros vacíos, que es la misma que la de nuestros anhelos. Emanciparse del hacer obligado, al menos una mañana, al menos por un día, y sumirse en el agridulce no hacer, que es hermano de la eternidad; o en un hacer paciente que solo a nosotros nos ataña, un hacer que nos acerque al ser, como escribir esta disquisición que no va a ninguna parte.

3 comentarios:

  1. Para la incertidumbre, una opción puede ser programarse el tiempo libre. Intentar hacer lo que nos guste hacer, sin más. O eso, o aprender a aburrirnos.
    Aunque muchas veces ese tiempo libre se convierte en el momento de hacer lo que hemos dejado pendiente, en cuanto a bricolaje se refiere. El sábado es el día asignado al bricolaje, a la limpieza general de la casa, a las compras y, quien es afortunado, a las quedadas con amigos.
    Como todo, creo que eso cambia según la etapa de la vida en la que estés. Nada que ver el sábado adolescente con el jubilado.

    Cuando cuidé animales durante un tiempo de mi vida, siempre despertó mi curiosidad verlos cuando iba trabajar los días festivos, como Navidad o Año Nuevo por ejemplo, y los domingos, porque para ellos todos los días eran iguales en cuanto a su significado. Un calendario animal no tiene fechas en rojo.

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