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Paul y Laura

Estoy dispuesto a incorporar a Paul y Laura, de la serie de televisión En terapia (HBO), como una pareja clásica dentro de mi imaginario, una pareja de mitología personal, de encantamiento íntimo, como Richard y Kahlan de La leyenda del mensajero, Jesse y Céline de Antes del amanecer, Andrés Hurtado y Lulú en El árbol de la ciencia, Calisto y Melibea de La Celestina… 


Los ejemplos que he citado no son parejas al uso, o al menos no me importan por su carácter arquetípico o por su fama. Me interesan porque cada una de ellas me cuenta algo de mis deseos, mis temores y mis carencias. O sea, de mí, de mis amores soñados o fallidos: en el tema de la pareja, me asumo deliberadamente subjetivo, según mi gusto y disgusto. Al menos hoy y aquí. Y si eso resulta narcisista, pues qué le vamos a hacer, también de sí mismo vive el hombre. 

Los que hoy me han inspirado, ya lo revela el título, son Paul y Laura. Me encanta evocarlos así, juntos, aunque no sean propiamente una pareja, sino solo un esbozo, un intento, una aspiración que no acaba de cuajar. Les presto, pues, una entidad que no logran completar para sí mismos, pero que se nos impone, rutilante, a los espectadores, y que nos hace seguirlos con el afecto atento de un amigo. Eso interesa aquí: la vivencia que se tensa entre ellos, y que los une como un hilo poderoso. Nada hay más poderoso que el intento. 
He terminado la primera temporada de En terapia, y me he quedado dando vueltas sobre esa relación extraña, en cierto modo anómala, concluida con amargura triunfante, que por su intensidad sincopada me ha absorbido, embelesado, a lo largo de toda la serie, desde que en el primer capítulo la paciente Laura se declara ya, a bocajarro, a su terapeuta Paul. Él, como buen profesional, se mantiene firme en su arraigada palestra de psicólogo, acorazándose con decisión en normas deontológicas y consideraciones éticas. Sin embargo, tras esa presencia de ánimo que es como un dique contra el que se estrellan las apasionadas olas de Laura, vemos vacilar al hombre que, como iremos descubriendo, también se ha enamorado. 

A lo largo de la serie vamos avanzando junto a Paul en sus deseos contradictorios, sufriremos a su lado el naufragio de su matrimonio, nos adentraremos en ese afán imposible, pero irresistible, por una paciente joven, guapa y aparentemente apasionada. Y nosotros, que también ansiamos amar, pero tampoco queremos sufrir, que somos partidarios de la vida pero no a cualquier precio, que sabemos lo que son las traviesas brechas que abre la hechicera vida entre la pasión y la ética; nosotros, que en esta historia no somos más que espectadores, pero que por obra y gracia de la imaginación y del símbolo no podemos evitar identificarnos con esos personajes irreales, sufriremos las dulces y atroces paradojas de Paul y Laura, sin saber, como ellos mismos, por qué opción decantarnos, hacia qué lado de la pantalla empujar, si al que los une o al que los separa. Ambos tienen sentido y prometen dolor. 
Al final, Paul sucumbe. Acude a casa de Laura y le confiesa su sentimiento. Ella entonces desconfía, y hace amago de retirada; le pide silencio, le invita a la cama. Luego sabremos que Paul no consigue acostarse con ella, sufre un ataque de ansiedad y huye. El guionista nos somete a unas escenas de frialdad descorazonadora: ni siquiera nos concede un beso. Podemos entender que la relación no era ni conveniente ni posible, pero, ¿hacía falta dejarnos tan hambrientos de ternura? Aun sabedores de que no quedan episodios para rescatar ese amor, nosotros, que nos quedamos tan solos como ellos, aún acariciamos la dulzura de soñarlos juntos y felices.

Comentarios

  1. ¿Escogemos nosotros la serie o, como ocurre con las mascotas adoptadas, nos escoge ella a nosotros?

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    Respuestas
    1. La vida nos escoge a ambos, como en los amores a primera vista.

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  2. Sí...¿por qué será así?

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