La civilización empieza en el control consciente de los propios impulsos, primera condición para ejercer esa soberanía de uno mismo que llamamos voluntad.
Muchos animales se contienen, pero suponemos que en ellos el autocontrol es un instinto más, regulando otros instintos. En nuestro caso, el automatismo no basta. Nuestra conducta se rige por metas y se guía por planes; tenemos preferencias y deseos; nos regimos por acuerdos y por normas; nuestras relaciones se basan en el intercambio y el poder. Todo ello requiere una dirección interna, y por eso hemos tenido que desdoblarnos por dentro, desarrollando un núcleo ejecutivo que ejerza un cierto gobierno sobre los comportamientos, decretándolos y limitándolos.
Muchos han querido disociar a esa instancia del conjunto del cuerpo, y así se inventó el fantasma del alma. Pero no hace ninguna falta aludir a trascendencias platónicas ni a dualismos cartesianos. Ya no necesitamos de la metafísica para describir los procesos de la psique: la actividad del cerebro se concreta en diversas funciones, con eso basta. Quedándonos en la materia ya tenemos complejidad y misterio de sobras. El acto obedece a la tensión entre una potencia y una resistencia, y en la dinámica de esa dicotomía cristaliza la decisión.
Llevar a cabo una acción consiste en moverse en un determinado sentido; pero también, de modo complementario, dejar de hacerlo en otros. Es una ley elemental de eficacia, tanto física como psicológica. La energía es escasa, y dispersarla comporta un desperdicio: hay que descartar las interferencias que estorban. La contención nos hace lo que somos a través de lo que procuramos no ser.
Nuestra condición social hace que la contención guíe la interacción y funde la cultura. Para cooperar hace falta imponerse a uno mismo la presencia del otro. Todo aprendizaje remite, de algún modo, a la regulación de unos límites, unas reglas del juego, y al desarrollo de la habilidad de atenerse a ellas. Es el cerebro mamífero controlando el reptiliano, la corteza prefrontal domando los impulsos atávicos de la amígdala.
Un aspecto clave en el autocontrol parece ser la capacidad para posponer la recompensa. Así lo sugiere la investigación con niños: los que muestran una contención más alta tienden a ser los que triunfan de mayores. Caminar despacio para llegar lejos: la autocontención hace sacrificios en el presente para ganar ventajas en el futuro; somete el impulso a la voluntad, la facticidad al proyecto, en definitiva la realidad inmediata a la posibilidad imaginaria de lo diferido. El futuro nos convoca con ficciones atrayentes. Es una inversión, labrar con la vista puesta en la cosecha más que en el hambre inmediata, y por tanto conlleva el riesgo de que el tiempo no cumpla nuestras expectativas. Un riesgo que, aun contando con una probabilidad cierta, se supone (sin garantía) que vale la pena.
La contención requiere esfuerzo, es un deporte difícil. Implica el desarrollo de capacidades de autorregulación que solo pueden alcanzarse mediante el entrenamiento adecuado, la asunción consciente y el trabajo perseverante. Ir, en cierto modo, en contra de uno mismo, reprimiéndose, forzándose, negándose. Nos seducimos desde el futuro, dice J. A. Marina. No todos lo logran, nadie por completo.
Si la contención requiere esfuerzo, parece lógico que se le impongan descansos. «Soltamos tensión» mediante juegos y fiestas. «Cargamos pilas» en los momentos de ocio, cuando la norma se relaja y se da más cancha a los impulsos. Estas metáforas mecánicas evocan un reverso inquietante de la contención: su poder para reducirnos a máquinas.
Me ha recordado el comentario que hizo Fito (el músico), en relación a sus problemas de adicción. Dijo: "La gente no es consciente de lo que le cuesta a un adicto llevar una vida normal".
ResponderEliminarY no se refiere a una lucha por no consumir.
Hay que conseguir ver las cosas de manera distinta a como las captas de inicio. Una traducción constante de lo que vives. No es contención, es no hacer caso (o desconfiar), de una parte de ti mismo.
Esa disciplina, tan ingrata y difícil, seguro que también fortalece. Lo digo con todo el respeto por el tormento que implica la lucha con una adicción, y que no es precisamente un regalo de la vida. Pero, como decía Nietzsche, lo que no te mata te hace más fuerte.
EliminarAaaah...el sabio Nietzsche.
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