En el tira y afloja de las relaciones hay viejos trucos que, a pesar de ser más que conocidos, suelen dar bastante buen resultado, sobre todo en las almas cándidas y desavisadas.
Como pasa con los timos de los trileros, la asombrosa eficacia de estos malabarismos se basa en el descuido de la víctima, que se siente dueña de la situación, o presta poca atención debido al cansancio, o sostiene aún la creencia de sacar mucho con poco esfuerzo (o sea, por ser justos, que acaba siendo víctima por su torpe complicidad).
También tomar el pelo, cómo no, forma parte de la inteligencia social, y hay por ahí verdaderos maestros del asunto. Es evidente que estas estratagemas no hacen, precisamente, que una relación sea más satisfactoria o más estrecha, de hecho socavan la confianza y la cooperación, y a la larga obstruyen el intercambio. Pero si se aplican con mesura y gracia pueden facilitar que el que las practica se salga con la suya a bajo coste.
Una estrategia muy extendida es echar balones fuera. Si se me piden cuentas por algo que he hecho, en lugar de asumir mi responsabilidad procuro traspasársela a otro, o, para ser más exactos, enfatizar responsabilidades ajenas para disimular la propia. Los niños lo aprenden pronto y lo practican con eficacia: cuando se les llama la atención por algo, despistan al adulto replicándole: «Sí, siempre me lo dices a mí, pero aquel y aquel también lo han hecho y no les has dicho nada». Y el ofuscado adulto se pregunta si no habrá sido injusto con el pobre niño, mientras este se escabulle. Una variante más sofisticada de esta argucia es la cortina de humo: desviar la atención hacia otra cosa que produzca un cierto impacto: «¡Ay, me he torcido el tobillo y me duele mucho!» Con suerte, después de mirar el tobillo todos habrán olvidado la patada propinada a alguien, o ya no tendrán ganas de volver al tema.
Aún más efectivo que echar el balón fuera es devolvérselo al acusador, convirtiéndolo en acusado y poniéndolo a la defensiva. (Hablamos aquí de acusador y acusado en sentido figurado, por identificar los roles, aunque a veces lo son literalmente). Si cuela, no solo permitirá que uno salga bien parado, sino que además anulará al adversario, poniéndolo a la defensiva. «El otro día fuiste tú quien se olvidó las llaves, y yo no me quejé» es una eficaz versión, pero lo que mejor funciona es provocar culpabilidad: «No haces más que echarme cosas en cara, siempre estás atacándome». Apréciese la fuerza sentenciosa que confieren los llamados «cuantificadores universales»: siempre, nunca, todos, nadie, etc.
Si triunfa la estrategia de devolver el balón, tendrá lugar un interesante cambio de papeles que equivale a un empate momentáneo, y corrige el rumbo para nuevos intercambios. Una persona hábil sabrá esquivar el balonazo, y se obstinará en su mensaje inicial, evitando que el otro la manipule y tome el mando de la interacción. Pero hasta los más diestros bajan a veces la guardia, o tienen un mal día. Tal vez el flamante acusado se retire, perplejo o dolido o simplemente harto, y la cosa termine aquí, con el incriminado original como ganador por noqueo. Pero si el nuevo inculpado decide a su vez devolver el balón, podemos entrar en el entretenido (y mortificante) pasatiempo de una partida de pimpón, que resulta potencialmente interminable. Al final alguno de los contendientes, o los dos, desiste por puro cansancio, o porque se tiene que ir a trabajar. En cualquier caso, la partida de pimpón servirá a ambos participantes para hacer ruido, o sea, no comunicarse ni resolver nada. A veces es lo que quieren.
Otro viejo truco es seguir interactuando con la otra persona solo si sientes que su actitud es la adecuada para que la situación aporte algún beneficio. Según te indique tu instinto. Sino, dejarlo estar, pues las personas en realidad se convencen solas.
ResponderEliminarMe dio mucho que pensar aquella teoría de algunos antropólogos, según la cual nuestro cerebro se desarrolló tanto para poder procesar la complejidad de las relaciones... De ser cierto, tal vez la evolución se quedó corta...
EliminarO quizá al evolucionar nuestra capacidad imaginativa y con ello la creatividad, eso supone también generar maneras de complicarlo todo.
ResponderEliminarEl maestro Punset aseguraba que el lenguaje se creó para confundirnos. Hay muchas veces que estoy de acuerdo.