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Mostrando entradas de septiembre, 2023

Cerebro social

Tiene su gracia, un punto inquietante, la hipótesis de que nuestro cerebro creciera para afrontar la ardua complejidad de las relaciones humanas. Parece que fue el salto a la tribu lo que nos hizo «inteligentes» por fuerza, ya que nos obligó a procesar con una cierta maña el abigarrado laberinto de la interacción con los otros, la tupida red de conflictos y convenciones, tanteos y duplicidades de la horda humana.  Para afrontar esa confusión y dotarla de un cierto orden habría irrumpido el lenguaje, una herramienta que surge y se aplica en el contexto de lo común, lo compartido, donde permite canalizar y regular la interacción a través de signos y símbolos, haciéndola más fluida y al mismo tiempo más rica en matices. Al simplificar la multiplicidad fenoménica del mundo, facilita la adquisición y el uso del conocimiento. Palabra y concepto evolucionan en paralelo; no cabe descartar que, incluso, el razonamiento se activara como una interiorización del lenguaje: ¿qué es pensar, sino

Viejos trucos

En el tira y afloja de las relaciones hay viejos trucos que, a pesar de ser más que conocidos, suelen dar bastante buen resultado, sobre todo en las almas cándidas y desavisadas.  Como pasa con los timos de los trileros, la asombrosa eficacia de estos malabarismos se basa en el descuido de la víctima, que se siente dueña de la situación, o presta poca atención debido al cansancio, o sostiene aún la creencia de sacar mucho con poco esfuerzo (o sea, por ser justos, que acaba siendo víctima por su torpe complicidad).  También tomar el pelo, cómo no, forma parte de la inteligencia social, y hay por ahí verdaderos maestros del asunto. Es evidente que estas estratagemas no hacen, precisamente, que una relación sea más satisfactoria o más estrecha, de hecho socavan la confianza y la cooperación, y a la larga obstruyen el intercambio. Pero si se aplican con mesura y gracia pueden facilitar que el que las practica se salga con la suya a bajo coste.  Una estrategia muy extendida es echar balo

Imbecilidad... pero no tanta

Leo, con bastantes tropiezos y una cierta indigestión, La imbecilidad es cosa seria , opúsculo del filósofo italiano Maurizio Ferraris. El autor acierta en su apreciación de la imbecilidad universal, pero se muestra miope y rudimentario en su juicio.  De alguien que piensa con un mínimo conocimiento y una cierta sutileza cabe esperar conclusiones más sagaces. Me niego a considerarlo meramente imbécil (como sugiere más de una vez, quizá en un intento de ganar la benevolencia del lector haciéndose el gracioso): eso sería demasiado complaciente. Más bien me parece tendencioso y bullanguero.  Ferraris busca camorra con su tono sarcástico (si bien predomina un fondo amargo y angustioso), pero sobre todo con sus apreciaciones esquemáticas y sus sentencias terminantes. «El hombre nace esclavo, débil, insuficiente y dependiente… En resumen, nace imbécil». Incluso cuando tiene razón, dan ganas de llevarle la contraria solo por evitar que nos corroa con su estéril acritud. Como un saltimbanqu

El factor tiempo

Estamos acostumbrados a valorar nuestros actos según la perspectiva de su utilidad. Un conocido humorista lo ha satirizado con una fórmula que se ha hecho popular: «Si hay que ir, se va; pero ir por ir es tontería». Más allá del utilitarismo comercial de nuestra sociedad, que convierte en ídolos a la eficacia y al dinero, la ley universal de la acción se basa en las expectativas de beneficio.  ¿De qué me sirve este esfuerzo? ¿Me servirá este sufrimiento para evitar otros peores? Incluso planteamientos más idealistas se fundan en ello: ¿Hará mi lucha que el mundo sea mejor?  Es una postura implacablemente lógica. Se trata de la motivación, y obedece al principio de que toda acción responde a la búsqueda de satisfacción de una necesidad o un deseo. Se hace para eso. Dedicar nuestras energías a tareas estériles resulta poco inteligente, o meramente fútil, y en última instancia ruinoso. En definitiva, se trata de puro sentido común, hasta el punto de que nos pasa desapercibida. Tal vez

Sálvese quien pueda

La mente, parafraseando a Romain Rolland, es un buen animal. No tenemos mejor aliada en nuestras correrías, salvo, quizá, el cuerpo, que es el que las ejecuta y el que apechuga con sus consecuencias. El cuerpo vive, la mente (que en definitiva es una parte del cuerpo que va por libre) se dedica a contar la historia del cuerpo y a prepararle las maletas. La mente es un excelente instrumento para hacer, y a veces hasta nos ayuda en el ser, no tanto en el sentir. Celebrémosla, amén.  Pero toda herramienta requiere pericia, porque el mismo poder que nos es útil también puede, usado con torpeza, hacer los problemas peores y volverse contra nosotros. La mente tiene por costumbre irse de vez en cuando por los cerros de Úbeda, complicar lo sencillo, enrevesar lo simple, sobre todo cuando se le mete el miedo o enfrenta problemas insolubles. Aciertan los orientales al recomendarnos que nos entrenemos ya no en domeñarla, sino directamente en acallarla.  Al fallar las fuerzas es cuando a la ment