La belleza es la armonía revuelta por lo inesperado. Es el apacible paisaje de la gracia rasgado por un súbito relámpago. La vieja hipótesis de Oparin especulaba así sobre el origen de la vida.
En algunas charcas se habrían concentrado materiales orgánicos. Ese légamo original dormiría durante eones su silencio yermo, hasta que un día sería sacudido por feroces rayos. También el doctor Frankenstein, en la imaginación de Mary Shelley, emularía con su monstruo esa estampa de la creación. No hay vida sin violencia, sin cataclismo.
La armonía se ofrece con pasividad feliz. Concierto de formas, colores, palabras o conceptos, cadencias o sucesos. Armonía: un grávido equilibrio de conjunto, una gestalt que se nos aparece conclusa y bien trabada. Orden y nitidez de la percepción, o sea, espejo de la inteligencia.
Pero la armonía por sí sola es inerte, anodina. Yace con la mustia completitud de las naturalezas muertas. Es una belleza melosa e infecunda. Incapaz de engendrar sin la irrupción del estrago. Es la quietud sombría del universo antes de la gran explosión: nada en la nada. Hace falta una fuerza que inicie el movimiento. La armonía espera algo que impacte y cautive. Para invocarlo, juega a coquetear con la discordancia, insinuar el exceso, ofrecerse a lo imprevisto. Brindar el atisbo de una perspectiva inédita. No hay nada nuevo bajo el sol, pero debe parecerlo para quedar preñada.
Armonía y desconcierto, un día, colisionan: dichoso diálogo de opuestos, dichosa (y también dolorosa) dialéctica del goce. Hay que orillar el paraíso, lanzar a su estanque lo extranjero, para sembrarle ondas a su beatitud. Quebrantarla para que se realice. Hay que interrumpir el reposo, en su yacer perpetuo, vulnerándolo con la caída del estrago, que instituye la provisionalidad. La verdadera belleza rezuma de la eternidad, pero no puede ser eterna: todo el aroma emana de la tensión que presagia la tormenta.
Solo el movimiento sucede. Los ojos que contemplan no ven nada si no irrumpe lo distinto. Para que distingamos la presencia (y distinguir quiere decir distinto) en medio de la nada de lo igual, hace falta una tensión discreta en el conjunto: una ráfaga que nos despierte y nos atrape. Algo que remueva lo más hondo, y avive la sensibilidad dormida, y relumbre cautivador, mientras roza los resortes de nuestras más arcaicas motivaciones: el Eros, o bien el Tánatos en su reverso; la guerra y la ternura. Heráclito vaticinaba fuego, Schopenhauer voluntad, Spinoza y Nietzsche fuerza. La belleza más intensa, la que subyuga y estremece, es erótica. Y no hay erótica sin la perturbación de un adversario. Los mitos y las historias nos lo recuerdan: el bueno, por sí mismo, carece de realce para conmover; solo lo hace en su combate contra el malo, incluso, o sobre todo, cuando sucumbe frente a él. Quizá lo bueno, para ser bueno, tenga que sufrir y traer sufrimiento.
No hay poema más emocionante que una criatura bella, sobre todo si adorna su belleza amagando a mostrar y ocultar, a ofrecer y a prohibir, a hacer ostentación y frenarla con súbitas evasivas. Insinuación, reticencia, cesión: el amado anhela ser conquistado por el amante. Su igualdad quiere ser seducida por lo distinto. La seducción es un duelo, un pulso complaciente. Ese juego no solo tiene belleza: es la fuerza misma de la vida (que continuamente nos regala y nos priva, nos promete y nos decepciona), desplegada como la cola del pavo real. La belleza quiere ser difícil, al menos para engalanarse radiante. Se comprende que nos capture: en ella intuimos el compás secreto de la vida.
Para mí, una imagen que mostrase claramente el concepto de armonía, sería la de un león o leona, tumbado a la sombra de una acacia y observando con satisfacción a sus pequeñuelos jugando. Esa imagen me transmite paz y armonía. Tranquilidad suprema.
ResponderEliminarAsí que no acabo de ver que la armonía necesite del estrago.
Cierto es que tuvo que haber caza previa, para poder yacer en paz con el estómago lleno. Así que estrago previo, sí.
Esa imagen me simboliza el sumum de la armonía. Las cebras, gacelas y ñús pastando en esa misma sabana, sin miedo, pues los leones ya han comido.
Volviendo a los refranes, quizá se trate simplemente de que "después de la tormenta viene la calma". ¿Quiere eso decir que para obtener la calma, tuvo que haber necesariamente tormenta?
En el vientre de la calma se gesta la tormenta. En la armonía de los cachorros jugando se prepara un sinfín de futuros acechos. El estrago fecunda la armonía, y el mundo gira con el sucederse de uno y otro.
EliminarNinguna estampa idílica dura mucho. Soñamos con que no acabe nunca, pero yo me pregunto: ¿lo soportaríamos?
Pues no lo sé. Imagino que para pensar acercarnos a ello, lo ideal sería ir a pasar unos meses al Himalaya, a miles de metros de altitud, por encima de las nubes...yo creo que sí se puede estar años así, aunque según la persona, claro...
ResponderEliminarHe soñado muchas veces con esa paz del retiro de los eremitas... No debe ser fácil renunciar a todo y recogerse en una absoluta soledad. Supongo que eso conllevará sus propios estragos.
EliminarSí, sería una existencia diferente. Por eso creo que sería posible si se acota en el tiempo.
ResponderEliminarLo que creo es que después de una experiencia así, regresar a la "civilización" sería el gran paso adelante. Creo que lo viviríamos todo de otra manera muy diferente.
No sabía que en Montserrat hay monjes que hacen retiros. Había uno, Basili Girbau (ya murió), que optó por vivir así el resto de su vida. Le hicieron una entrevista y transmitía una alegría, una frescura, una sencillez que me impresionó. Seguro que para llegar ahí había tenido que atravesar sus estragos, pero sin duda valió la pena. Lo que me preguntaba, igual que tú, es cómo debe ser volver a la vida social después de eso. Supongo que requerirá un nuevo aprendizaje, pero seguro que, como dices, todo será muy diferente.
EliminarNo lo sabía tampoco. Qué bueno. Así que lo tenemos cerquita...jejeje
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