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Mostrando entradas de agosto, 2023

Armonía y estrago

La belleza es la armonía revuelta por lo inesperado. Es el apacible paisaje de la gracia rasgado por un súbito relámpago. La vieja hipótesis de Oparin especulaba así sobre el origen de la vida.  En algunas charcas se habrían concentrado materiales orgánicos. Ese légamo original dormiría durante eones su silencio yermo, hasta que un día sería sacudido por feroces rayos. También el doctor Frankenstein, en la imaginación de Mary Shelley, emularía con su monstruo esa estampa de la creación. No hay vida sin violencia, sin cataclismo.  La armonía se ofrece con pasividad feliz. Concierto de formas, colores, palabras o conceptos, cadencias o sucesos. Armonía: un grávido equilibrio de conjunto, una gestalt que se nos aparece conclusa y bien trabada. Orden y nitidez de la percepción, o sea, espejo de la inteligencia.  Pero la armonía por sí sola es inerte, anodina. Yace con la mustia completitud de las naturalezas muertas. Es una belleza melosa e infecunda. Incapaz de engendrar sin la irrupció

Estereotipos

Nuestro conocimiento cotidiano abunda en prejuicios y estereotipos, convicciones normalmente heredadas del entorno que incorporamos y solemos sostener de manera acrítica. Como los refranes, que con frecuencia se alimentan de estereotipos, a veces aciertan, aunque sea en parte, o quizá lo hicieran en un momento y un contexto determinados. En cualquier caso, lo significativo es que los defendamos sin someterlos a ninguna prueba. A esta aberrante tendencia se le han propuesto explicaciones convincentes, aunque solemos olvidarlas.  Una muy plausible, por ejemplo, es que no tenemos tiempo para estar revisando, analizando y justificando cada una de las creencias que sustentan nuestros actos diarios. El trabajo, en nuestra sociedad productivo-consumista, requiere eficiencia y pragmatismo. Las convenciones imponen ciertos modelos de relaciones que no deben ser vulnerados si uno no quiere quedar mal. Hay que resolver problemas, y para ello lo mejor es aplicar inmediatamente las fórmulas que y

Expectativas

«No puede ser que haya hecho eso… Ella no es así». Lo que más nos emociona del cuento de la Cenicienta es el hecho de que la protagonista logre recomponer un destino que parecía cerrado para siempre.  Lo excepcional de esa suerte nos hace reflexionar sobre el enorme ascendente que tienen las atribuciones sobre lo que somos o lo que dejamos de ser, y lo arduo que resulta salirse de ellas. La prueba está en que a Cenicienta tienen que ayudarla —¡y con no poca magia!— para transgredir una sola vez ese rol, y luego, además, deberán venir a buscarla para que por fin pueda librarse de él.  No siempre somos conscientes de hasta qué punto nos condicionan las expectativas ajenas… y cómo condicionamos con las nuestras a los demás. El hecho, por ejemplo, de que los demás esperen bondad de nosotros, nos anima a ser buenos; lamentablemente, también sucede a la inversa: las ovejas negras suelen serlo precisamente porque esa es la idea que se tiene de ellas. La atribución de rol tiene el poder de c

Ser y tiempo

Vivir es una bella aventura, incluso cuando resulta dura y amarga; y estamos dispuestos a aferrarnos a ella, afrontando los más penosos bretes, siempre que no nos acorrale contra las cuerdas y siga dejando un resquicio a la entereza y la dignidad (o, a veces, incluso cuando hay que renunciar a ellas).  Estamos hechos para aguantar embates y dolores, y aun así seguir de parte de la vida; estamos hechos para sufrir y para luchar, y hacerlo incluso, como propugnaba Nietzsche, con entusiasmo.  Vivir está bien, y por fortuna predominan las alegrías. Por otra parte, es comprensible que prefiramos vivir a no vivir: ¿cómo va a parecernos mejor nuestra propia ausencia, si la presencia es todo lo que tenemos? El mero fenómeno de estar vivos nos convierte en partidarios de la vida, nos impulsa febrilmente a persistir, como proclamó sin reparos Spinoza; algo nos impulsa desde dentro a asirnos a la existencia apasionadamente, tenazmente, contra viento y marea: de lo contrario ya haría mucho que