Hay que mirar a los locos con respeto: bastarían unas pocas circunstancias para que fuésemos uno de ellos. Es más, cuando nos miramos con honestidad al espejo, ¿quién no ha encontrado una manía, una obsesión, un desequilibrio, hasta la insinuación de una tentación desesperada?
La vida es difícil para todos: ¿cómo vamos a afrontarla siempre con lucidez y estricto raciocinio? ¿Acaso, entonces, no andamos todos un poco locos? Alguien me hizo una vez la apreciación de que era imposible que no acabáramos todos neuróticos, desde que sabemos que vamos a morir. Su observación me parece correcta, pero incompleta. La mayor fuente de ansiedad no es la perspectiva de la muerte, que nos parece remota e inverosímil, sino la vida inmediata, con sus crueldades y sus incertidumbres.
La condición humana no está hecha para el equilibrio, y menos mal, porque la vida no es equilibrio. A cada instante hay que inventar un nuevo estado: alostasis frente a homeostasis. Si la excepción es la norma, adaptarse (en caso de que sea posible) debe consistir en dotar a cada comportamiento de algo excepcional. El mundo es demasiado cambiante, demasiado arduo, demasiado agónico y antagónico para que la frágil mente humana pueda asentarse en una estructura coherente. Perecería. Lo raro es la cordura.
Pero no todos estamos igual de locos. Hay factores que nos predisponen más o menos a la inconsistencia: un mayor grado de vulnerabilidad, una predisposición congénita, haber crecido en un marasmo que nos quebró el espinazo de la integridad. La presión del medio, unida a la fragilidad temperamental, puede llevarnos a locuras que desborden la norma —no lo “normal”, que nadie sabe lo que es, aunque haya tantas teorías que intentan perfilar su línea divisoria—.
Hay, pues, personas que se rompen y no encuentran el camino de regreso. Un buen amigo decía de ellas, entre la compasión y la envidia, que tienen la suerte de haberlo resuelto todo: el que ha desistido de encontrar, ya no tiene que buscar. “Esos ya no sufren”, decía con ternura. Quizá por ello sea tan difícil rescatar a un loco de vuelta, y no necesariamente porque se esté a gusto en la demencia —habría que preguntárselo uno a uno—, sino porque debe haber una ley de entropía mental que haga infinitamente más difícil mantener un equilibrio inestable que reponerlo tras su desmoronamiento.
Sería cínico exaltar al demente y no considerar las grandes patologías como extravíos graves. Lo que no está claro —y en esto mi amigo tenía razón— es que resulten los más dolorosos. Lo que más duele es la conciencia: ¿se puede concebir mayor locura que aquella que, aun manteniéndose consciente, no sabe cómo zafarse de su propio laberinto?
Los delirios también pueden ser parciales. Hay zonas locas en el alma que se emancipan de la voluntad, y tiempos locos en los que se desatan tempestades sin que podamos hacer otra cosa que guarecernos y esperar a que amainen. Hay épocas en las que la vida nos arrincona o nos empuja al límite, y tal vez el desvarío se nos cuele por lo más débil o hasta nos ayude a aguantar. Por suerte solemos encontrar el camino de regreso, a veces por agotamiento, otras después de una ardua odisea, casi siempre porque se cumplen los ritmos secretos de las cosas, rara vez porque tengamos remedio.
“Antes que nada hay que vivir”, cantaba el conmovedor J. B. Humet, y eso es lo que hacemos: procurar vivir incluso en el delirio, restaurar la estabilidad lo antes posible y confiar en que el temporal no arrecie de nuevo demasiado pronto.
Habría tanto que hablar sobre la locura...
ResponderEliminarExcelente artículo y muy acertadas tus reflexiones. Dan para mucho...
Siempre he tenido una duda al respecto:
¿Acaso no sería locura utilizar la mayor parte de la vida a ir a ganar dinero para dedicarse a pagar facturas?
¿Entraría este comportamiento en algún tipo de locura colectiva social? De ser así, ¿la victoria pasaría por rendirse a la locura?
Por otra parte , si viésemos una lista de las personas que han sido consideradas como locos en algún momento de la historia quizá no es tan malo, solo hay que salirse un poco de la norma , como dices.
Quizá se trate de distintos tipos de locura, y solo hay que buscar en cuál encajamos cada persona.
Todos tus comentarios son sutiles y, como dices, dan para mucho.
EliminarQuizá sea una ocurrencia tonta, pero me parece que una clave esencial a la hora de juzgar la locura es si nos ayuda a vivir o si, por el contrario, nos lo pone más difícil. La locura entorpecedora se parece a la estupidez; la otra, en cambio, se acerca a la sabiduría. Algo así insinuaba ya Erasmo de Rotterdam en aquel libro maravilloso que es el "Elogio de la locura". Hay una locura lúcida y una racionalidad insensata, y dichoso el que sabe cultivar la primera y poner coto a la segunda.
Aciertas al señalar que nuestra sociedad está desquiciada y nos desquicia, en muchos aspectos. No está hecha para que seamos felices, lo sabemos al menos desde Marx. Eso nos obliga a centrar nuestro aprendizaje más en arreglárnoslas para sobrevivir que en nuestra realización personal.
Y me encanta tu conclusión final: "Quizá se trate de distintos tipos de locura, y solo hay que buscar en cuál encajamos cada persona". Seguramente esa sea una de nuestras tareas prioritarias.
Entretanto, no dejemos de cultivar esa tierna locura que es la amistad.
Amén, mi querido amigo.
ResponderEliminar