Hace unos días asistí a la entrañable fiesta que un amigo organizó con los más próximos para celebrar su estreno como cuarentón. En el ambiente se palpaba un vibrante afecto por el homenajeado, cuestión que de por sí merecería las más apasionadas reflexiones: ¿acaso se justifica la vida por algo que no tenga que ver con el cariño? ¿No daba en el clavo Rabindranath Tagore al considerar que el único epitafio que vale la pena que le escriban a uno es: “He amado”?
Pero aquí no iré tan lejos. Aquí me proponía un breve alto en el camino para glosar otro detalle de la velada que, aunque menos decisivo, a mí se me quedó enredado en las cavilaciones. En un momento en que mi amigo era centro de atención, no sé si al soplar las velas o al abrir el regalo, otro querido asistente, ya jubilado, exclamó en voz alta: “¡Quién tuviera tu edad!” Y yo, que procuraba mantenerme en un más bien discreto segundo plano, no pude evitar responderle casi sin querer: “¿Volver atrás? ¡Ni hablar!”
Más tarde la escena me rondaría por la cabeza cargada de cuestionamientos. ¿De dónde me había salido la convicción para una réplica tan tajante y, por otra parte, tan extemporánea? ¿Alguien que esté mínimamente de parte de la vida negaría que mi segundo amigo tenía razón? ¿No preferiría cualquier sesentón regresar a la vitalidad, la energía, la salud y sobre todo la perspectiva de futuro de los cuarenta? ¿No era mi sentencia propia de alguien que llega a la madurez roto y desencantado, no era una proclamación un poco cínica y aguafiestas de la frustración o el resentimiento, la decepción y el escepticismo? ¿A qué venía ese menosprecio del “vino fuerte” de la vida primaveral y exuberante, tal como lo cantaba el viejo rapsoda Kavafis?
Anduve un poco en controversia conmigo mismo, pero decidí darme una oportunidad para explicarme. Porque, si bien es cierto que sería propia de un amargado, estoy seguro de que yo no solté aquella réplica con amargura, sino con una sincera afirmación del lugar donde estoy. Un lugar en el que creo poder asegurar que los rencores, que los hay, no han conseguido agriar los motivos de gratitud, ni las decepciones —que debo admitir que no han faltado— han logrado velar el brillo de las alegrías. No creo haber sufrido mucho más que la mayoría, y en realidad albergo innegables motivos para la satisfacción: he tenido un hijo, me han acompañado buenos amigos, he logrado que con mi familia la ternura predominara sobre la acritud; he disfrutado de mi trabajo incluso mientras renegaba de él, he disfrutado de la lectura y la escritura, me han reconfortado las sorpresas del conocimiento y, a pesar de mis ansiedades neuróticas y mis súbitas melancolías, he podido saborear el solaz del sosiego y el sentido común. Si he tenido pocas ocasiones para el gozo más intenso es, seguramente, porque me he sentido más cómodo con otros placeres más templados; y si han escaseado los amores ha sido, probablemente, porque me han faltado valor o entrega para merecerlos.
No defenderé que envejecer sea grato, ni ardo de entusiasmo ante la perspectiva del declive y la pérdida. Pero el cansancio de la edad se parece a la sabiduría, y en lo perdido hay también algo de liberación, de una ligereza no exenta de alegría. Uno se vuelve más realista y más tranquilo: la juventud tiene demasiado por hacer, demasiado por sufrir; podemos despedirla con una tierna nostalgia sin dolor. Miro con ilusión los años que quedan por delante. Años que, si no me fallan la jubilación y una salud razonable, espero serenos y retirados como la descansada vida que invocaba Fray Luis de León.
Siempre hay trampa en plantearse volver atrás o al contrario, madurar antes cuando uno es joven, porque esa idea la planteamos desde la perspectiva del presente. Es decir, no estaría mal repetir la década de los 40, pero claro, sabiendo lo que sé ahora. Y eso es hacer trampas.
ResponderEliminarCoincido plenamente en tu modo de enfocar las cosas. Celebras con agradecimiento todo lo positivo que te ha ocurrido, y esa es una sabia interpretación de la vida. No debemos olvidar nunca las penurias y tragedias por las que tienen que pasar innumerables congéneres.
Creo que se trata de vivir el máximo tiempo posible en la senda de la gratitud, e intentar mejorar nuestro futuro. Y eso se hace desde el presente.
Copio tu luminosa conclusión para hacerla mía: "Creo que se trata de vivir el máximo tiempo posible en la senda de la gratitud, e intentar mejorar nuestro futuro. Y eso se hace desde el presente". Ahí está todo dicho.
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