El capitalismo avanzado ha creado el estrés y nos ha mostrado sus males. Como dice Byung-Chul Han, “el individuo del rendimiento contemporáneo se violenta a sí mismo”, convertido en su propio y más cruel patrón. En la sociedad del rendimiento, la vida se convierte en una abigarrada carrera de obstáculos, que hay que sortear sin descanso ni reticencia, a un ritmo cada vez más frenético para poder encajarlos en unas jornadas que se resisten a durar más de veinticuatro horas. Hay algo inhumano en esa precipitación que no va a ninguna parte, ese trotar en círculo del asno persiguiendo la zanahoria. Y no solo porque resulte alienante en sí misma; no solo porque exija una creciente eficacia, en el sentido de volumen de producción. Hay otro rasgo que cosifica al sujeto tal vez más, imponiéndole los rasgos de la máquina: la progresiva aceleración del tiempo, la contracción del descanso, la abolición del ocio. El individuo del rendimiento no puede, no debe parar. Ese precepto de celerida...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida