Umbrales. Las cosas se sostienen manteniéndose en una disposición determinada, y resisten en ese estado a las fuerzas que las zarandean, las desgastan, las modelan o las minan… hasta que se alcanza un estado crítico, un punto de inflexión en el que esas fuerzas las vencen, las transforman, las convierten en otra cosa. Pequeños cambios se acumulan hasta que se desata un vuelco grande. Ese punto preciso, en el que un cambio ínfimo transforma completamente un estado global, es un asombroso enclave del flujo de los sucesos.
Se habla del efecto montón de arena, aludiendo a ese acumularse hasta que un solo grano traspasa la tolerancia de la estructura y provoca un desmoronamiento, tal vez aparatoso. La sabiduría popular lo recoge en la expresión “la gota que desbordó el vaso”: el recipiente tolera que le vayan colmando una gota tras otra, y no pasa nada; se diría que siempre cabe una gota más. Pero, en el límite, hay una que inevitablemente será la última; cuando el recipiente está a punto de rebosar, basta con una sola gota para que se desborde.
Una expresión popular muy interesante reza: “Hasta aquí hemos llegado”. Alude a un largo esfuerzo aguantando situaciones difíciles. En algunas personas, el aguante puede llegar a ser extraordinario: parece que, si se ha encajado un golpe, se puede encajar igualmente el siguiente. Pero resulta que no: hay un golpe (quizá ínfimo) que de repente lo cambia todo, que traspasa el umbral de tolerancia. Y la pila se derrumba.
Spinoza imaginaba así la existencia. Cada ser es afectado por la influencia de todas las cosas con las que se cruza. Unas le favorecerán, y le harán sentir un aumento en su potencia interior: a esa sensación la llamó alegría. Otras, en cambio, le serán contrarias, y lo debilitarán: esa impresión de ser debilitado es la tristeza. Spinoza opinaba que, dado que el objetivo de todo ser es perdurar y medrar, el ser procurará aproximarse a las cosas que le causan alegría y eludir las que le provocan tristeza. Sin embargo, eso no evitará que, al menos de vez en cuando, el ser acuse el impacto de estas últimas. Un día sucederá algo que lo resquebrajará más allá de lo tolerable; es decir, lo destruirá. El corazón late, una y otra vez, y sigue latiendo, pero habrá un instante de un día en que dejará de hacerlo.
Muchos de los aspectos de nuestra vida funcionan por umbrales: implican interacciones reiteradas que se van asumiendo hasta alcanzar un cierto punto en que el equilibrio (como en el montón de arena) se rompe indefectiblemente, y se pasa a un nuevo estado. “Hasta aquí hemos llegado”: no me cabe una gota más, a partir de ahora estoy desbordado. En esa linde termina el control de nosotros mismos y aparecen reacciones inesperadas, a menudo indeseables.
A veces me pregunto por esas fronteras en las que los sucesos podrían hacer de mí, de este yo que considero tan sólido y estable, otra cosa distinta que no depende de mi voluntad. ¿Dónde estará el punto a partir del cual me rendiré? ¿Cuánto dolor soportará mi entereza, desde qué sufrimiento me volveré cobarde y quedaré a merced del otro? ¿Cuánta inseguridad puedo aguantar antes de estallar en pánico? ¿A cuánta irritación podré hacer frente con dignidad, y desde qué frontera me convertiré en un malvado? ¿A qué altura de la ofensa germina el rencor? Conviene conocer esos umbrales, que desafían nuestra naturaleza cotidiana y amenazan mudarla en otra; otra naturaleza que también nos constituye, otra característica que, por excepcional que resulte, nos guste o no, también forma parte de lo que vamos siendo. Y que quizá nos quede más cerca de lo que creemos.
Qué interesante este tema de los umbrales y qué cruciales reflexiones se pueden extraer de todo lo que comentas.
ResponderEliminarCuando te leía, lo que me vino a la cabeza, fue una frase que me dijo una vez mi hija. Me dijo: " Papa, eres la persona más fuerte que he conocido en mi vida".
Claro, es evidente que ella no es neutral y está totalmente influenciada por la imagen que los niños tienen de los padres, principalmente en la infancia. Sin embargo, lo que me hizo reflexionar fue que, si la imagen que yo tengo de mi mismo, ni mucho menos es la de una persona fuerte, y sin embargo puedo causar el efecto contrario, quizá yo también esté influenciado por los mensajes que me envío.
Creo que todos tenemos un umbral de resistencia (y resiliencia, por ir a la moda), más alto del que nos creemos. Ante la necesidad, suele notarse.
Sin duda. Lo que más me llama la atención de esto de los umbrales es que:
Eliminar1) En muchos aspectos, no solo ignoramos dónde quedan (por ejemplo, dónde acabará nuestro aguante), sino que probablemente están donde menos nos pensamos (más allá o más acá de la idea que tenemos de nosotros mismos). Son un aspecto esencial de aquel "Conócete a ti mismo" en el que basaban la sabiduría los griegos.
2) Implican un cambio radical, quizá dramático, a menudo de difícil retorno. Solemos pensar en los cambios que la vida nos imprime poco a poco, y quizá lleguemos a creer que todos los cambios son así. Pero me da la impresión de que los cambios paulatinos nos transforman poco, o superficialmente. Los que nos sacuden de arriba abajo son esos que de golpe desbaratan nuestros paradigmas y nos expulsan de lo cotidiano, para sumirnos en una extrañeza en la que nuestras viejas herramientas ya no sirven. En esos puntos de inflexión (sean para bien o para mal), de repente nos encontramos solos y obligados a reinventarnos. Son las verdaderas pruebas de la vida. Da miedo, pero no hay más remedio que afrontarlos, y qué te voy a contar...
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarAñadiría que a veces esos cambios bruscos, esos puntos de inflexión, no son producidos por un cambio radical, sino que se ha venido fraguando poco a poco a lo largo del tiempo. La filosofía nipona del Kaizen se basa en eso. Pequeños cambios en la rutina diaria que darán lugar a un gran cambio resultante.
No olvidemos que una mínima desviación, inapreciable, en una de las dos lineas paralelas, las alejará hasta el infinito.