Suele desdeñarse el suicidio como un acto de cobardía. Se considera al suicida alguien débil y pusilánime que escapa ante las dificultades universales; que pretende salirse por la tangente, en lugar de afrontar con redaños el precio de la vida. Me parece un juicio muy poco compasivo (¿quién conoce el punto a partir del cual el dolor resulta insoportable, o al menos intolerable?), un veredicto lleno de suficiencia fácil (habría que ver a cada uno en esas circunstancias, para tener derecho a juzgar lo que alguien hace frente a ellas) que encubre una profunda ignorancia (¿qué sabemos, en el fondo, de la tragedia que arrastra cada cual?). Creo que la realidad apunta a lo contrario: el suicidio puede ser un acto valiente, rigurosamente íntimo, que tal vez no merezca ser admirado, pero, sin duda, sí respetado. El problema ético que nos plantea no es tanto que sea o no un acto digno (nadie lo sabrá nunca a ciencia cierta, ni siquiera el suicida) como su carácter rudimenta...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida