Queda claro que, como dice Comte-Sponville, “toda virtud es valor”: hace falta mucho valor para anteponer lo correcto a lo fácil o a lo apetecible. También para soportar las decepciones y los fastidios que nos provocamos unos a otros constantemente, y a los que la virtud debe sobreponerse vindicando el amor y la compasión: “Sin valor, uno no podría resistir lo peor en uno mismo o en el otro”. Sartre afirmó con una contundencia insuperable: “El infierno son los otros”. En realidad, se quedó corto, porque el infierno siempre empieza dentro, en nuestras debilidades y contradicciones, en nuestras perversidades y caprichos: ahí residen los principales desafíos a la virtud. Pero todo eso cobra dramatismo porque no estamos solos. No hay, pues, convivencia sin valor, es decir: sin voluntad, sin entereza, sin paciencia, sin magnanimidad. Resistir, en efecto y sobre todo, pero también crear, proponer, insistir, poner imaginación y buen humor donde podrían hundirnos el hastío y la amargura....
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida