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Mostrando entradas de abril, 2022

Veteranía

“La veteranía es un grado”, afirma el refrán. Y con mucha razón: nada enseña más que el tiempo y la experiencia, nada forma con mayor esmero que la vivencia y el ejercicio. Ese rodaje, patrimonio del experto, le falta al principiante, quien, por mucho que prevea desde la teoría, no se ha enfrentado a los verdaderos desafíos que trae la práctica día a día, esa complejidad de circunstancias ante las que hay que luchar e inventar. Sin embargo, el mundo líquido le ha robado a la veteranía buena parte del valor y casi todo el prestigio: en un contexto donde los cambios se aceleran exponencialmente, donde los principios son hojarasca que los vientos de la moda y el interés arrastran de acá para allá, donde las máquinas se parecen cada vez más a las personas y viceversa, la experiencia no solo cuenta cada vez menos, sino que incluso es considerada como una cualidad retrógrada y contraproducente, un lastre del que hay que deshacerse si uno pretende subirse al expreso enloquecido de los tiem...

La brutalidad latente

La mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, se comporta de un modo razonable y con un sentido que cabe considerar ético. Sin esta pauta predominante, la convivencia y la sociedad serían inviables. Y aun así todos, alguna vez, reaccionamos de modos irracionales, incluso contrarios ya no solo a la ética, que sostiene las relaciones individuales, sino a la norma, que es la columna vertebral del grupo. En estos casos, cuando la que manda es la pasión ciega (el “cerebro reptiliano” del que hablan los neurólogos), la armazón de lo social revela su profunda vulnerabilidad. Vivimos en escenarios milagrosamente sofisticados, pero que en el fondo se sostienen con pinzas, fruto de compromisos siempre frágiles y provisionales.  En los desórdenes de la pasión, y sobre todo de la desesperación, se demuestra la firmeza moral de cada uno. También su grado de madurez y equilibrio personal. Es fácil comportarse con entereza mientras nuestro entorno es ordenado y previsible, ser más o menos...

Derechos y deberes

Cada derecho impone el deber de respetarlo en los otros. Este es uno de esos tópicos que hay que desempolvar de vez en cuando, los de las verdades eternas y candentes, los de la sabiduría elemental y difícil del sentido común, que hay que frecuentar con la esperanza de que un día se convierta en hábito. De hecho, tal afirmación no es tan obvia como parece. Cuenta con matices poco evidentes, sin los cuales se quedaría en una mera verdad de hielo, claramente estéril. Los derechos solo valen cuando están transidos de reclamos y condiciones, y ya se sabe que las escuetas normas suelen desarrollarse en largos pies de página. Todo derecho funda una expansión que encuentra su verdadera medida en los límites y las excepciones que lo confirman. El derecho sin deber que lo perfile, en fin, instaura tanta arbitrariedad y despotismo como el deber sin un derecho que lo justifique.  Esto es así porque ambos emanan del pacto, o sea, de una tensión entre los individuos, un toma y daca que culmi...

Me ha caído la pena negra

Me ha caído la pena negra. Ha ido creciendo en silencio, como los otoños. Rociando, tal una lluvia fina de la tarde, que nos cala sin que nos demos cuenta, hasta que de repente nos descubrimos, ateridos, a un lado del camino. ¿Cómo no la vimos llegar? ¿Cómo no fuimos lo bastante previsores? ¿Cómo no enviamos nuestra guardia a las fronteras, y no reparamos la oquedad en la muralla? Un día se despeñó su niebla desde los barrancos, y tiñó el mundo de un gris en cuya orilla moría el sol. Federico García Lorca la imaginó en el corazón de una amante clandestina extraviada por las montañas:  …Que la pena negra, brota  en las tierras de aceituna  bajo el rumor de las hojas.  ¡Soledad, qué pena tienes!  ¡Qué pena tan lastimosa!  La pena negra es ciega: negra de oscuridad. No sabe de dónde viene, ni adónde va. Es una tristeza tan honda que parece no tener causa, se diría incrustada en el propio ser, o más bien horadándolo, abriéndole un hoyo sin fondo en las entr...

Vengan páginas

Un buen amigo me decía, entre el cariño y el sarcasmo, que padezco de grafomanía. Me he enterado de que la adicción a escribir puede alcanzar cotas de trastorno obsesivo compulsivo. Sin llegar a tanto (mis compulsiones han sido otras), admito que cuando toque hacer balance del tiempo dedicado a cada cosa, la escritura acaparará un buen porcentaje de las horas de mi vida. ¿Habré pasado más tiempo escribiendo que viviendo? Yo más bien creo que escribir ha sido y es, para mí, una forma de vivir, y de intentar no hacerlo del todo mal. Porque mis escritos no son un mero pasatiempo (que también), sino ante todo un recurso para afrontar ese abigarramiento de sucesos atropellados que es la vida. Son mi modo de apaciguar la angustia y atenuar la incertidumbre, poniendo un poco de orden y concierto. Son como las pinzas y el pegamento con los que procuro ajustar las piezas que voy encontrando desperdigadas por la vida, aquí y allá, caóticamente, interpelándome y avasallándome hasta que hago al...