“La veteranía es un grado”, afirma el refrán. Y con mucha razón: nada enseña más que el tiempo y la experiencia, nada forma con mayor esmero que la vivencia y el ejercicio. Ese rodaje, patrimonio del experto, le falta al principiante, quien, por mucho que prevea desde la teoría, no se ha enfrentado a los verdaderos desafíos que trae la práctica día a día, esa complejidad de circunstancias ante las que hay que luchar e inventar. Sin embargo, el mundo líquido le ha robado a la veteranía buena parte del valor y casi todo el prestigio: en un contexto donde los cambios se aceleran exponencialmente, donde los principios son hojarasca que los vientos de la moda y el interés arrastran de acá para allá, donde las máquinas se parecen cada vez más a las personas y viceversa, la experiencia no solo cuenta cada vez menos, sino que incluso es considerada como una cualidad retrógrada y contraproducente, un lastre del que hay que deshacerse si uno pretende subirse al expreso enloquecido de los tiem...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida